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Por: Ana María Drago De La Hoz

Este hombre se convirtió en leyenda tocando la flauta. Por más de medio siglo, sus canciones le han regalado vida propia a los pies de bailarines, invitándolos a mover los esqueletos, dándole goce y alegría a las almas caribeñas de Colombia.

A pesar de sus 87 años, parece haber hecho algún tipo de acuerdo o pacto beneficioso, pues sus ojos desprenden un gran brillo, su voz todavía es firme, y en sus notas aún se encuentra esa claridad tan propensa a erizar las fibras sensibles de cualquier persona que lo escucha tocando la flauta o la gaita.

Su presencia genera admiración, no porque sea imponente o algo parecido, sino porque basta con recordar que aquel cuerpo carga con una mente única, ingeniosa y ocurrente: la responsable de temas emblemáticos como La Niña Mode, Mi Flauta, Joselito Borrachón, Quédate Quieto, La Clavada, La Sonrisa y La Rebuscona. Todas estas canciones han logrado quedar como verdaderos clásicos de la música folclórica y carnavalera.

Nos encontramos un sábado por la mañana en el Concord. Me llevó a su estudio. No es lujoso, como otros cuartos de grabación, sino que se emplaza en una pieza pequeña equipada con un computador, unos parlantes, un micrófono, un armario, muchos sentimientos y recuerdos, donde cada estatuilla, decoración, afiche, foto -ya sea de su año de Rey Momo, de alguna tocada, de festivales, de sus días en el ejército o de cualquier otro acontecimiento- tiene su propia historia digna de ser contada.

Con confianza, se dispuso a complacer amablemente mis órdenes típicas de reportera, sentándose donde yo le indicara sin importar las veces que le pidiese cambiar de lugar, esperando con una sonrisa a que yo hiciera la primera pregunta, dándome el mismo respeto que le da a cualquier periodista, sin importarle que yo tuviese apenas 18 años y que esta fuera mi primera vez haciendo una entrevista seria.

Foto: Ana María Drago De La Hoz

 

Para usted ¿en qué se diferencia Pedro “Ramayá” Beltrán de Pedro Agustín Beltrán?

La diferencia entre Pedro Ramayá Beltrán y Pedro Agustín Beltrán es que muy poca gente sabe que yo me llamo Pedro Agustín Beltrán. El nombre de Pedro “Ramayá” Beltrán es porque ocasionalmente tuve la suerte de grabar un tema que se llamaba, bueno, no, que se llama Ramayá. Ese tema no es mío, sino de Simón el Africano y, pues, él interpretó una canción llamada Ramayá (en este momento, Pedro cantó el coro de la canción moviendo sus manos y cabeza) Entonces es una canción que se grabó y, gracias a Dios, fue un éxito grande. Eso me produjo el remoquete de Pedro Ramayá Beltrán.

¿Usted agregó este seudónimo de Pedro Ramayá?

No, yo no lo agregué. Lo agregó la gente. La misma gente se encargó de eso, porque ya no me decían Pedro Beltrán sino Pedro Ramayá Beltrán, cántate a Ramayá. Y entonces yo cantaba a Ramayá y así.

¿Usted esperó en algún momento llegar hasta donde ha llegado?

Yo creo que es suerte de cada cual. No esperé. Sí, en mi juventud, en mi niñez, me gustaba cantar y todas esas cosas, pero jamás pensé que podía ser artista reconocido, como la gente lo ha hecho conmigo.

Usted es de Patico.

Sí, así es. El nombre de mi pueblo se llama Patico, corregimiento de Mompox.

¿Cómo fue su infancia allá?

No, mi infancia fue (pausa) muy pobre, siempre, toda la vida he sido pobre. He sido rico de amistades y todas esas cosas. Me siento millonario por ese lado.

En varias entrevistas que ha dado, menciona tres términos para referirse a su estilo, que lo hacen singular: la sabrosura, la alegría y la tristeza. ¿A qué se refiere usted con eso?

Yo me refiero que están todos los términos ahí para uno poder identificarse con el personal, con la gente. Uno a veces está muy triste. Está triste porque pasó algo, tuvo alguna discusión con un familiar, o tuvo alguna alegría, en fin. Muchas cosas se presentan y ahí se encierran las tres cosas.

Sus temas han logrado quedar como clásicos en el folclor, en la música carnavalera. ¿Cómo encuentra usted esa inspiración para las melodías?

Ocasionalmente salen, o, bueno, en cualquier momento salen. Yo me coloco aquí en el cuarto para inspirarme, pero hay veces que no me puedo inspirar ni nada, porque sencillamente no salen: hay veces que no da. En ciertos momentos nace esa inspiración y la aprovecho, si es el caso de que llevo grabadora o alguna cosa, lo grabo, sino, yo escribo la frase. Hay otras veces en las que me pongo a escribir, y en eso que estoy escribiendo (pausa) de pronto me parece que puede salir alguna melodía; de ahí, cojo la guitarra, el único instrumento que me sirve para todo. Con trinar una cuerda nada más encuentro alguna melodía, y de esas melodías, si salen con suerte, enseguida le saco su letra.

¿Cuál es su relación con la flauta de millo?

La relación con la flauta de millo es inmensa, porque es la que me ha dado tantos triunfos en la vida y la interpretación de tantos sones que he sacado con ella.

 

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Como hablaba de la flauta de millo con los ojos iluminados y suspiro de enamorado, le pregunté cómo su música representaba el alma caribe, a lo que me respondió que va en su forma de ser. Me comentó sobre momentos en los que, “molestando”, empieza a tocar la flauta, y dice entre risas, que fastidia a sus vecinos y llaman por teléfono por la “bulla” que él forma cuando toca o canta.

Por otro lado, en cuanto a cómo ha influido en su familia ese estilo de vida tan ligado a la música, asegura que ha sido positivo, porque gracias a su arte, ha podido solucionar la mayoría de sus problemas. Además, actualmente son sus hijos quienes componen su conjunto musical. Cuando le pregunté acerca de su legado, pensé que me respondería algo relacionado con la relevancia de su música para la cultura, pero resaltó que su legado es ante todo la honradez presente en el ejemplo que da,  esperando que las personas a su alrededor se porten bien con los demás.

Siendo sábado por la mañana, quise preguntarle cómo sería un domingo perfecto para el maestro Pedro Ramayá, a lo que me respondió, sin dudar:  “un domingo es lo más triste que puede haber”.

¿Por qué dice eso de los domingos?

Porque ese día me la paso durmiendo prácticamente. No hay más nada, en los domingos generalmente casi no toco. Yo toco son los sábados, los viernes. De vez en cuando me hacen una invitación, pero no es para darme comida ni nada de esas cosas. Es para que lleve el conjunto y toque allá gratis (risas).

¿Qué recuerdos memorables tiene de su carrera?

Los recuerdos que tengo son los viajes que he hecho al exterior. En Moscú, por ejemplo, conocí muchas cosas por allá, especialmente el frío. Eso es cosa seria. La pasé bien realmente, jamás pensé estar por allá sin gastar y sin esas cosas. Ganando billete (risas).

¿Cómo recibieron su música en el exterior?

En el exterior se recibe bien la música porque cuando yo voy por allá, hay colombianos, especialmente costeños que les gusta la música que yo estoy interpretando.

Miré una vez más el armario lleno de estatuillas y adornos,  rodeado de fotos, el micrófon

o parado sobre su base lista para grabar mil temas.

¿Cómo nació este estudio?

A esto le llamo yo estudio. Esto es un armario con un poco de trofeos que tengo por ahí, con los recuerdos que tengo que me han entregado por el comportamiento mío con la música y por lo bien que me he portado con mi gente porque yo aquí, en mi estudio que así lo considero yo, cipote estudio.

El hombre detrás de las canciones

Me pidió que le tomara fotos para que las personas vieran “El cipote estudio”: tal  es el lugar donde recibe a todos los que quieren conocerlo, y  de esta forma puedan ver las bellas estatuas ahí guardadas, especialmente los retratos del gran flautero. En ese lugar han aprendido muchos jóvenes que llegan a su casa y les ha enseñado lo que ellos han querido aprender, pero él toca de todo: “por ahí tengo unos diez temas que hice, que interpreté con guitarra y ese trabajo se llama Ramayá Sentimental porque ahí estoy cantando canciones como si estuviese tragado de alguna muchacha o de dos, de tres, de cuatro o de un poco porque son un poco las melodías…”

Habiendo recibido la confianza y la amabilidad que lo caracteriza al tratar con cualquier  persona, le pedí que me interpretara algo con la flauta de millo. Se ausentó unos segundos, y regresó con una mochila que tenía su nombre grabado. En ella guardaba flautas de carrizo el cual, me explicó, es un material más resistente que el millo. Además, me demostró que cada flauta tenía una tonalidad diferente a la hora de interpretar. Las personas llegan para regalarle instrumentos y él los recibe con aprecio, toca con ellos. A decir verdad, no encuentro palabra para describir el sonido de una flauta de millo, porque quien no lo ha escuchado no lo puede imaginar, así como somos incapaces de imaginar un color que nunca hemos visto: es necesario escucharlo para comprender la sensación que causa.

Ramayá me mintió. Me dijo que era malo con las entrevistas pero, en últimas, me terminó hablando de todo, resultando ser un libro de historias sueltas. Incluso me contó de una lejana tarde en Bogotá, en la que caminó junto a Efraín Mejía y Diofante Jiménez. También me enseñó la malicia jocosa en alguna de sus letras, me mostró su grabadora portátil y se atrevió a prender el computador para mostrarme las canciones en las que había trabajado últimamente.

Yo necesitaba saber un poco más de su historia.

¿Quién era su papá?

Mi papá se llamaba Miguel Ángel Beltrán Estrada. No me enseñó a interpretar la gaita, sino que me nació de un momento a otro. Resulta que él grabó un tema llamado el Muerto Borrachón. Lo grabó mi papá en época de carnaval. Eso fue un éxito grande: yo iba a tocar y me pedían que tocara el Muerto Borrachón ¿A dónde? Decía yo, aunque no sabía nada. Entonces, en esos días de los carnavales, llegó él y me tocó pegarle un regaño porque me había dejado encartado con ese tema y yo no lo podía tocar, sino que él era el único que sabía cómo hacerlo.

¿Le enseñó?

No, no me enseño. Simplemente tocó y yo me di cuenta cómo era que lo hacía. Entonces yo (pausa) bueno, me sabía unos ahí. Uno que otro, sí, pero los verdaderos temas como El Muerto Borrachón, Donde Está, esos sí me los aprendí yo. Aquello era una ciencia. Así fue como aprendí.

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