Por: Isabella Botero
Diego tiene los ojos enterrados en lo que parece ser una tablet, y con su mano derecha mueve un lápiz blanco sobre la pantalla. No se percata de los pasos acelerados de los estudiantes a su alrededor, ni de las risas que provienen de la mesa del lado, ni siquiera mi presencia parece perturbarle. Me pregunto qué piensa o más bien, qué dibuja.
Diego tiene los audífonos puestos. Sacarlo de su mundo parece un trabajo complicado. Una vez a su lado, lo primero que alcanzo a ver es el logo de Cerveza Aguila en la pantalla: Isabella Chams, la exreina del Carnaval de Barranquilla y una combinación de músicos, colores y letras en grande que dicen: “Báilate la fiesta más grande del país”. Más tarde supe que aquel diseño correspondía a un ejercicio que debía entregar en esa semana.
Diego Serpa es estudiante de quinto semestre de Diseño Gráfico de la Universidad del Norte. Aunque en el fondo, es otra rama de esta disciplina la que ha tocado más sus fibras: el Diseño de Modas. Aun así, estudiar esa carrera y en esa universidad representan un sueño cumplido para él. Vivir en Barranquilla también lo es. Diego, nació en un municipio de Bolívar, Magangué. Allí creció, estudió y se hizo persona. También desde allí, soñó con irse lejos.
Una vez graduado del bachillerato, Diego se mudó a la ciudad de Barranquilla en el 2020. Es así como por primera vez, a los 18 años, se sintió en casa. Ese mismo año, salió en el Carnaval de Barranquilla o como Diego lo llamaría “el país de las maravillas”. Las carrozas, la música, los vestidos, el baile y hasta la maicena en la cara son para él, la definición de arte. “Todo lo que yo vi en televisión, por fin lo viví cuando llegué aquí” dice Diego.
Su mamá le habló sobre el carnaval cuando era un niño y así nació su curiosidad por esta gran fiesta. De hecho, Diego recuerda que a los 8 años realizó su primera búsqueda en Google. Era algo así como: “vestido de la coronación reina Giselle carnaval 2010”. Estaba absorto ante la figura de la reina y el vestido que llevaba puesto. Esa exploración en el internet lo hizo descubrir tanto de sí mismo como ha descubierto a través de su carrera. 10 años después, Diego se encontró en un centro comercial a la exreina Giselle Lacouture. Fue como haber visto a la inspiración hecha persona, por supuesto.
Aunque su primer contacto físico con el carnaval es medianamente reciente, Diego se ha conectado a la celebración siempre que ha podido, incluso desde Magangué. En su colegio, era el primero en la lista de las comparsas estudiantiles. Cada tarde cuando practicaban los bailes, ponía en práctica su puntualidad y aunque hubiese coreógrafo contratado, él destacaba por su creatividad cuando sugería otros pasos de baile. Es que el ánimo por tratarse de canciones de Joe Arroyo, Checo Acosta o la famosa “Te olvidé” del maestro Antonio María Peñaloza, no se le iba a Diego de ninguna manera. Tanto así, que quienes lo conocieron en aquella época, lo recuerdan como un defensor a capa y espada de su arte. No siempre tuvo el camino abierto, dice, con cierto desdén, que muchas personas no entendían su arte: “Necesitaba a Barranquilla para poder ser yo mismo”. En un lugar congelado en el tiempo como Magangué, Diego era la excepción, no la regla.
Más allá del baile, en varias ocasiones diseñó los vestidos de esas comparsas y hasta confeccionó sus propios vestuarios con la ayuda de su mamá, Farides. Ella es su motivación más grande. Diego piensa en su futuro, cavila sobre los sueños que se plantearon tantas veces él y su madre al ver la transmisión del Carnaval de Barranquilla desde la sala de su casa en Magangué. Algún día estar allí, detrás del bullicio y las luces, corriendo de aquí para allá con hilo y aguja por si la reina lo necesita, vigilando que el vestido que lleva puesto esté en perfectas condiciones para que todos admiren su trabajo. Eso es. Esa es la idea que Diego tiene de realización personal.
Una vez más me detengo a observar cómo dibuja: sus manos trazan las líneas de una pollera. Por un momento me parece que lo hace con cierto ritmo, similar al de las personas que bailan cumbia en la Batalla de Flores. No me cabe duda de lo acostumbrado que está a realizar estas figuras y sobre todo, de lo convencido que parece de ese diseño que se asoma lentamente. En ese momento le pregunto sobre su marca personal, eso que lo haría distinto a los demás. Fue entonces cuando lo escuché hablar con profundo respeto sobre las tradiciones, de las que parece saberlo todo. El rigor con el que Diego se toma la fiesta es lo que causará la diferencia, comprendí.
Él aprovecha cada oportunidad que tiene para rendir tributo a sus ídolos del carnaval: Emiliano Vengoechea, Esthercita Forero, Alfredo Barraza, Amalín de Hazbún y muchos más que llenan la lista de las personalidades, que, a través del tiempo se han convertido en las musas del joven entusiasta. Mientras habla de ellos con vehemencia, se detiene en el Joe Arroyo y dice: “Así como el Joe, yo no soy barranquillero pero me siento como si lo fuera”. Lo que sucede es que Barranquilla es la casa de los sueños de Diego y el Carnaval por otro lado, su escenario, su país de las maravillas.