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Por: Gabriela Salah

En la Carrera 54 con 51 hay una calle callada y puertas cerradas donde antes existía uno de los espacios más vibrantes de la ciudad de Barranquilla. 

El Teatro Amira de la Rosa era un lugar al que todos los años anhelaba volver. Cada diciembre se escuchaba a mis compañeros hablando que dentro del gran Teatro habitaba un fantasma. Incluso los profesores que nos acompañaban en nuestra presentación navideña confirmaban los rumores esparcidos por los niños acerca de la presencia del misterioso ente que merodeaba los rincones oscuros del Amira de la Rosa. 

 A pesar de todos los sustos, aún atesoro este y muchos otros recuerdos tempranos en aquel recinto donde aprendí a amar el arte de estar en un escenario. Podía pasar horas recorriendo aquellos pasillos que se asemejaban a laberintos, un olor a telas viejas y madera llenando el aire. También, sentada en uno de los varios cuartos que servían de camerinos, llenos de espejos con bombillos tan brillantes como mis sueños, escuchando los relatos más icónicos de espectáculos que fueron realizados en ese escenario que nos esperaba. 

El Amira de la Rosa se sentía como un segundo hogar. Pero el momento en que más me daba cuenta de que mi corazón le pertenecía al Teatro, era en los ansiosos instantes antes de que sonara la música que daba inicio al carrusel de emociones que implica subirse en el escenario. Así era estar en el Amira de La Rosa: un sinfín de sentimientos que llenaba el alma de todos los participantes y asistentes.

Desde el 2016 el Teatro no realiza las funciones que anteriormente llenaban las 964 sillas tapizadas color rojo que permitían a la audiencia disfrutar de las muestras artísticas y culturales de la ciudad. Yo, aún llevo todos estos recuerdos conmigo, junto con una inmensa nostalgia al saber que después de 10 años de encuentros, nunca pude volver a ese lugar que se sentía como magia. Así fue como supe que el fantasma que habitaba en lo recóndito del Teatro se había robado mi corazón. 

 La entrada al recinto no está permitida, por lo que solo queda recurrir a los recuerdos del bello y elegante interior del Teatro. En él, los miembros del staff recibían a artistas y espectadores con una cálida bienvenida, y en donde destacaban los magníficos candelabros, largas alfombras rojas y mesas de mármol, y en dónde con cada mirada se encontraban salones llenos de personas esperando ser ubicadas en sus sillas y artistas repasando sus líneas o coreografías. 

En su lugar queda una fachada gris y apagada, sus alrededores solitarios y el triste eco de la música que alguna vez retumbó por toda la calle y la hizo vibrar con alegría. 

 Pero mirando el Teatro no solo se me viene a la mente todos los recuerdos que se quedaron detrás de las puertas cerradas, también pienso en aquella dramaturga que comparte su nombre, Amira de la Rosa, cuyo amor a la ciudad de Barranquilla fue tan grande que le dio sus bellas letras para que adornaran el himno que se escucha diariamente en los colegios y emisoras locales. Esa misma ciudad que muchos años después, en su honor, abrió un espacio para el encuentro del arte, la cultura, el entretenimiento y la expresión. Pero también la misma ciudad que le dio una abrupta pausa a ese espacio, dejando a muchos artistas y proyectos como simples sueños que no pudieron cumplirse. 

Las personas a mi alrededor conocen poco del Teatro, algunas ni siquiera pudieron asistir a una función mientras el Teatro funcionaba. Muchas más se sorprenden al conocer que el Teatro lleva 6 años fuera de funcionamiento. “Te acuerdas de este teatro, ¿verdad?” le pregunté a mi primo, que incluso con 11 años, niega con la cabeza, no tiene recolección de la imagen del Amira de la Rosa que le muestro. Él y muchos otros niños nunca pudieron experimentar lo que yo sentía ambos sobre el escenario o sentada en el público, viendo un espectáculo desarrollarse frente a mis ojos. Es como si lentamente, el recuerdo de lo que alguna vez fue el Teatro Amira de la Rosa se desvaneciera con el paso de los días. 

 El Teatro abrió sus puertas al público por primera vez el 25 de junio de 1982, manejado por el Banco de la República. A pesar de que se dice que la fecha prevista de reapertura será en el año 2027, entre los ciudadanos aún existe incertidumbre de si algún día podrá existir un reencuentro con el ilustre Teatro, y de sí el fantasma del Amira de la Rosa sigue rondando sus pasillos, junto con todos los corazones que robó. 

Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co