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Por: Xiomara Mesa

Son más de 262.000 personas muertas las que ha dejado el conflicto en Colombia desde 1958 hasta 2018. Diez modalidades de violencia entre las que se encuentran secuestro, desaparición, violencia sexual, masacres, desplazamientos, entre otros. Son 5’235.064 personas que mantienen su condición de desplazadas internas por el conflicto.  

Si se continua con estas cifras, el panorama avanza desolador e incluso desesperante para aquellas personas que han sufrido el flagelo y la desdicha de abandonar sus tierras, sus cultivos, casas y raíces a causa de una disputa armada que parece no tener fin.  

El Departamento de Córdoba reflejó una cuota de 5.138 desplazados el año pasado y la cifra sigue en aumento al ser este uno de los departamentos en donde las mayores causas de desplazamiento fueron las amenazas de grupos armados contra la población civil y el miedo originado contra homicidios selectivos.  

Las mismas razones por las que en 2011 Marilú se vio obligada a abandonar sus tierras después del homicidio de su yerno, que hasta la fecha no se esclarece. Una mujer de manos grandes y piel morena que prefiere ocultar su identidad, una evidencia de las secuelas que dejó un suceso que aún continúa viviendo.  

Su yerno se desempeñaba como prestamista en el municipio de Cereté, labor que representaba el sustento principal de su familia. La esposa de él trabajaba en un salón de belleza, mientras ella, Marilú, vivía en su finca en el Corregimiento de Martina labrando y comercializando los productos de su finca en el mercado del pueblo.   

Dos atentados en contra de su yerno fueron parte de las alarmas que se prendieron en su familia para empezar a preguntarse por qué les estaba sucediendo eso, sin indicios de discusiones o malos entendidos con los clientes y con un negocio fructífero luego de 8 años de actividad. Un tercer atentado fue el que cobró la vida de su yerno y por poco la de su hija, quien en el momento del suceso fue apartada de las balas por el dueño de una óptica contigua de donde sucedieron los hechos.  

El miedo, la angustia y el dolor invadieron al resto de la familia. Buscaban seguir con sus vidas después del suceso, e ingenuamente creyeron que con el tiempo todo volvería a ser normal, que no corrían peligro. Por eso, continuaron con el negocio de su yerno, cobrando los intereses de los dineros prestados y Marilú con sus propios asuntos. Sin embargo, quienes habían perpetrado el delito no estaban dispuestos a que la familia continuara en el pueblo.  Una amenaza al hijo menor de Marilú, cuando este departía en un partido de fútbol con sus amigos, fue suficiente para que ella, con lo que le quedaba de su familia, de la noche a la mañana dejara la vereda en compañía de lo poco que pudo llevar. 

Cuando ya sucedió lo que sucedió, yo pensé que no corría peligro, porque de pronto en el momento que pasó lo que pasó yo no estaba presente ( …) no me iban a incluir en el suceso, entonces cuando yo salía otra vez a seguir con mis negocios y se empezaron a cobrar las platas otra vez, hubo amenazas, que nos fuéramos del pueblo. Fueron allá hasta la vereda a preguntar por nosotros, pero los vecinos no dieron razón de nadie, nos negaron.  Después, mi hijo fue a la plaza y le dijeron que si todavía estábamos ahí hiciéramos el favor y desocupáramos el pueblo, mi hijo me vino con la noticia en la noche. Y yo le dije: ¡Ay, hijo ¿verdad?! Él me dijo ‘sí mami’. Entonces fue cuando yo oscurecí, pero no amanecí. El primer camión que pasó en la mañana, yo lo único que monté fue la moto con la que transportaba el negocio y me vine. 

El miedo seguía rondando a la familia e incluso tuvieron que separarse, pues la esposa del fallecido luego del hecho quedó sumergida en el alcohol, por lo que acudieron a una de las hermanas de Marilú que vivía en Valledupar. La familia empezó desde cero y con el alma rota.  

Marilú continuó sin rumbo hasta dar con un lugar en el municipio de Soledad, aceptando la ayuda que algunos conocidos decidieron brindarle. 

Vine con el corazón partido con ese suceso, que a uno de la noche a la mañana, en un ratito (…) la vida se te embolata toda y tú no sabes ni para dónde vienes ni para dónde vas, ni qué vas a hacer. Para construir esa paz nosotros tenemos que perdonar porque el perdón a veces no es para los que nos hicieron eso, sino para uno mismo sentirse en paz.

Construir un nuevo mañana

La familia está ahora compuesta ahora por sus 3 hijos y 3 nietos, por los cuales Marilú lucha incansablemente. “Porque (…) lo que uno construye en el presente le sirve a uno en el futuro, entonces eso es lo que me motiva a mi seguir adelante, que mi generación quede bien el día que yo me vaya de aquí”. 

Han transcurrido diez años desde la tragedia que invadió a Marilú y su familia. Y aunque no ha sido fácil, Marilú ha superado las cosas de a poco.

Este año es que yo he sentido que sí, que de pronto eso hay que dejarlo ahí enterrado, que hay que seguir adelante. Porque, aja, las cosas que le pasaron a uno no las puede remediar. Entonces, como yo digo, la paz no se compra, la paz se construye. Y entonces, para construir esa paz nosotros tenemos que perdonar porque el perdón a veces no es para los que nos hicieron eso, sino para uno mismo sentirse en paz.  

El perdón y la reconciliación son los aspectos que se trabajan en los talleres por parte de la Unidad de Víctimas, Alcaldía y Gobernación de los que ha participado Marilú. En 2018, junto con 45 mujeres, a través de estos talleres se trabajaron capacidades del perdón, la reconciliación y la reconstrucción de sentimientos.

En estos talleres es donde yo he podido ver la luz y entrar en conocimiento que cuando a uno lo destruyen, cuando a uno le dañan su vida, ese no es el fin. Son cosas que nos pasan, pero no nos podemos quedar tiradas ahí. Hay que hacer como el ave fénix entre las cenizas, uno tiene que empoderarse y tomar fuerzas y decir no, yo sigo a pesar de que tengo las alas rotas, tengo que seguir y no quedarme en el intento. Con el tiempo olvidar lo que me pasó y que ya lo que viene que sea nuevo y que la vida se reconstruya toda y que mis hijos sigan con esa una nueva vida.  

La indiferencia del estado

A pesar de algunos talleres de fortalecimiento psicosocial de los que Marilú ha hecho parte, son pocas las ayudas que del Estado y el Gobierno esta familia ha recibido. Ser desplazados en este país también parece ser sinónimo de enfermedad contagiosa. “Cuando hemos buscado trabajo, hemos sido rechazados por ser víctimas, además (…) somos muchas personas que al igual que yo por nuestra edad ya no nos reciben en ningún trabajo en ninguna empresa”.  

Para Marilú es necesario priorizar las necesidades de aquellos indefensos que no han tenido responsabilidad directa del conflicto.

Yo digo una cosa: Para que haya paz y para que puedan ayudar al victimario, ayuden primero a la víctima porque la víctima es la que necesita, no el victimario. El victimario después lo pueden ayudar, pero primero las víctimas porque tú no puedes comer y tragar a la vez, tú tienes que primero cotejar una cosa para poder cotejar otra. 

El clamor de esta familia se extiende hasta el Gobierno para que existan oportunidades de empleo, acceso a una vivienda digna, manutención alimentaria pues al parecer las pocas ayudas que ha recibido esta familia se traduce a una ayuda económica en 2013. A partir de ahí deben subsistir de los pocos recursos que puedan encontrar en el rebusque diario.  

Esto es lo que yo viví, si nosotros somos desplazados de otra tierra, además somos personas que salimos de nuestra casa por amenazas no podemos regresar (…) esto es para que el Gobierno a uno lo cobijara con su vivienda acá. Porque, ¿Para donde uno se va a ir, si ya no se puede regresar? Esto no es como uno desplazarse por una ola invernal o porque hubo un quemón. En mi caso fue por amenaza y eso a nadie se le olvida. Uno no puede retornar a la tierra.  

La seguridad de esta familia también corre por cuenta propia ya que no cuentan ni con protección ni conocimiento del proceso que deben llevar a cabo para acceder a los beneficios que ofrecen las instituciones encargadas de velar por el derecho de las víctimas. Tampoco conocen de los acuerdos firmados en lLa Habana que enmarcan la ruta de reparación y reconciliación a las víctimas del conflicto.  

A las víctimas nos tienen abandonadas. No vemos esa cuna, ese amor. Con lo poquito que nosotros conseguimos debemos salir adelante, olvidar lo que ya pasó, poner de nuestra cuenta. Y no siento que al Estado nosotros le importamos. Yo soy víctima del 2011 y detrás de mi viene un poco de personas que todavía no han sido miradas, mejor dicho esas personas han sido abandonadas.  

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