Por: Diamand Arzuza
El día de hoy, Juan José se arregla más de lo habitual. Suma a su habitual camisa de colores muchas cadenas doradas y un reloj de oro; porque el día de su cumpleaños debe verse mejor que nunca. – Se arregla más que una mujer- dice su hija Orieta desde una esquina del cuarto, recibiendo un repsolón de su padre en forma de rechazo.
Juan Jose Arzuza o Juan Bola, como es conocido popularmente, carga un estilo que es muy difícil de olvidar en su pueblo de origen, Santa Verónica, corregimiento de Juan de Acosta (Atlántico).
– Ese estilo lo empecé a usar desde que tenía 27 años y abrí el negocio – comenta entre risas mientras le quita el candado a la reja de su buchacara, que queda justo en el traspatio de su casa. si como se enfilan las bolas una por una y con sus números seguidos, así mismo empiezan a llegar los invitados a su festejo desde tempranas horas.
Llegan sus cuatro hermanas menores y el único hermano varón que le sobrevive, teniendo en cuenta que cumple 75 años. Al poco tiempo, el negocio se llena totalmente solo con su prole, entre hijos, sobrinos, nietos y demás curiosos.
En este día, como es costumbre, Juan Bola presta especial atención a los jugadores de buchácara, todos hombres, para evitar alguna pelea o trifulca; que no es cosa extraña teniendo en cuenta el tipo de negocio que maneja. Normalmente no se toma una gota de alcohol mientras trabaja, pero tratándose del día de su santo hace una excepción.
– Esperemos que no se tiren la fiesta los pendejos esos, porque Juan José es teso – dice su hermana Gladys, quien hace referencia a que siempre que hay discusiones, el administrador saca un viejo revólver que ha cargado en el cinto desde joven.
Ese revólver lo ha acompañado desde el primer año en que montó aquel negocio, en 1976. En aquel momento, Santa Verónica era apenas un pueblo de unas cuantas casas y cuatro calles. – Lo único que encontraba la gente para entretenerse era tener hijos – menciona el cumplimentado de forma jocosa. Juan José pidió un préstamo a su padre y armó una mini caseta que a los pocos meses y por obvias razones, dio frutos económicos. Con el paso de los años lo fue agrandando, a la par que Santa Verónica se convertía en un destino turístico muy reconocido en el Atlántico; incluso hasta le terminaron poniendo competencia.
Sixta, quien fuera en algún momento su esposa y la mamá de tres de sus hijos, lo conoció mucho antes de que existiera la buchácara en el pueblo. Desde ese momento se enamoraron y ella lo acompañó en el emprendimiento. Para nadie era secreto que Juan José siempre fue mujeriego y que Sixta nunca se quejó, pero cuando él tuvo una hija extramatrimonial, ella lo abandonó. Del mismo modo y aparente venganza, compró el lote contiguo al establecimiento de su exmarido y construyó una buchácara exactamente igual.
– Claro que me emputé, pero a la final aquí estamos los dos y lo de ella es mío y lo mío, de ella – dice Juan José con respecto a que Sixta jamas lo dejó del todo. Continuaron siendo amantes a escondidas después de ser ex esposos, ya que era muy difícil terminar con él si tenía que verlo día a día al lado de su trabajo.
A pesar de las penas del corazón, el mayor golpe lo tuvo cuando perdió a su hermano y a su padre el mismo año. El primero murió asesinado y el segundo, de aparente tristeza. Juan Jose cerró el lugar durante dos meses luego de cada suceso, pero la clientela siempre se mantuvo allí, esperando que abriera nuevamente para reunirse como lo hacen para celebrar su natalicio. Esos mismos dos meses duró sin sus camisas rechinantes ni sus joyas llamativas.
Bacano, pero para verla
Mientras reparten los pasabocas del festejo, Juan juega un partido con su sobrino, su hijo mayor y su hermano. Confiesa que ya ha visto tanta buchácara en su vida que no le es divertido jugarla, pero que su cumpleaños siempre está lleno de excepciones.
Luego de más de 40 años en el mismo negocio, reconoce que le es difícil encontrar algo más en lo que pasar su tiempo, porque la fuerza de la costumbre es mayor.
Eso sí, deja claro que respeta con vehemencia los días de Semana Santa porque sabe que todo lo que tiene ahora se lo debe al de arriba. Se aferra fuertemente a un crucifijo dorado que le cuelga en el pecho.
Y como el dinero nunca es demasiado, muchas veces le han propuesto ampliar su negocio a pueblos cercanos o incluso a la capital del departamento, Barranquilla, pero dice que – a mí me conocen es en mi pueblo y si me salgo de él, me quiebro -. Los caciques de la población siempre han tratado de adquirir el negocio de una u otra forma, pero por nada del mundo Juan José se separaría de su negocio, ni siquiera en contra del propio gobierno.
En el año 2011, un alcalde de turno lo relaciono con venta de sustancias alucinógenas y proxenetismo dentro de su negocio, cosa que afectó de cierta manera su reputación e imagen frente a familiares y amigos. Gastó millones de pesos en un abogado que fuera capaz de demostrar que aquellas acusaciones eran simples mentiras de un resentimiento del pasado por un amor de juventud.
La fiesta de celebración que hicieron cuando abrieron el kiosko fue monumental, como acostumbran a hacerlas en su familia. Con orgullo cuenta que mataron cuatro carneros y que la cuenta de las gallinas nunca la sacó. Hasta los propios policías que lo habían sellado, llegaron al negocio y se tomaron un par de cervezas con él, tratando de resarcir el error cometido. Ese día no hubo ningún borracho al que acabar ni ningún pleito que acabar.
Dice que la única que le dice Juan José es su hermana Gladys, porque todo el mundo lo relaciona únicamente con su negocio y que al ver una bola de billar o de buchacara, solo piensan en un nombre en todo el pueblo: Juan Bola.