Luego de días llenos de sol en Barranquilla, en la tarde del sábado 26 de agosto, irrumpe rebeldemente la lluvia y le da una fría bienvenida a la noche. La luna brilla entre las gotas que bañan el rostro de rockeros y punketos que se apresuran para llegar a La Bodega del Rock. La emoción por presenciar la Batalla de Bandas supera cualquier adversidad climática.
El afán y acelere, como suele pasar, no vencen al tiempo desobediente, pero entre lluvia y trancones logras llegar a la Cra 50. Fuera del gastropub hay algunos, como tú y yo, moviendo la cabeza al ritmo de los baquetazos, inquietos por la música, llenos de energía electrizante, con cigarrillos en los labios y sonrisas brilantes. Cuando se reemplaza la oscuridad natural por la oscuridad del lugar, la música entra fácilmente a tu cuerpo y se mezcla con un familiar entusiasmo nervioso.
Las escaleras largas te invitan a subir. Conoces los apretados metros cuadrados que hay dentro y las probabilidades que no quepa un alma más, pero eso no te detiene. Escuchas los gritos del público al ruido de Mal de Ojo y las escaleras parecen más cortas de repente. Cuando abres la puerta, el fogaje te golpea en el rostro. Entre espaldas y brazos sudorosos te abres espacio. Las luces de colores, el calor y el espacio diminuto que tienes para desplazarte distorsionan tu percepción. Si habías llegado con alguien, los habías perdido por completo de tu campo de visión. Aunque la incomodidad te calcina, no piensas en irte por un segundo. Desde donde estás sólo puedes ver los baños y el techo. Mueves con pena ligeramente tu cabeza; como si te observaran, cuando sabes que todos, como tú, están en su pequeña burbuja.
El público junta sus voces en coro una vez finaliza de tocar la banda que inaugura la batalla. Aunque sólo los has visto un par de veces, no puedes evitar sentir familiaridad. Sonríes sin darte cuenta.
En el tiempo de cambio para que venga la otra banda, el lugar parece vaciarse a la mitad. Caminas rápidamente para tener un mejor lugar. Ves mejor y te preparas para que empiece 1984. Una chica con cabello largo, maquillaje oscuro y alas negras pasa varias veces frente de ti. No parece algo extraño. La mayoría lleva ropa ostentosa y maquillaje cargado y corrido, incluyéndote. Aun así, te alarma la forma en cómo no te quita la mirada y se retuerce frente a ti. La ignoras sintiendo un inexplicable miedo. Únicamente la música te sirve para escabullirte mentalmente. Es entonces cuando el discurso de los músicos y sus inspiraciones sociales y literarias te hacen caer en cuenta. La chica que se paseaba cual cuervo se acerca a la banda. Sus manos y torso se mueven como olas. Explota globos y plumas negras caen en el suelo. Ella también se desploma en las baldosas. Todos abren un espacio para que se pueda retorcer mejor; como si esperaran que sus alas sintéticas se desplegaran. Como tú, hace unos minutos, tenían expresiones confusas. La diferencia es el brillo curioso en los ojos de todos. Entender la puesta en escena no quita lo fascinante e irregular que era, no anula la sorpresa.
Biosatélite y Nat hacen que el ambiente se calme gradualmente con movimientos y pasos ligeros al compás psicodélico. Algunos tomaban sorbos de sus cervezas y codeaban a sus amigos. Todos se sentían cómodos, pero sabían perfectamente que era la calma antes de la tormenta.
Cuatro chicos altos, con cabellos andrajosos y caras pintadas pasaron al estrecho escenario. Con su presencia disiparon toda la paz para abrir paso a un éxtasis incontrolable. Gritos, descontrol, degenere y empujones; lo mínimo que se veía venir. En aquel momento todos supieron que aquella noche en Barranquilla no sólo tronó el cielo, también iba a tronar el suelo.
“En una noche de misterio, estando el mundo dormido
Buscando un amor perdido, pasé por el cementerio
Desde el azul hemisferio, la luna su luz ponía
Sobre la gran muralla fría de la necrópolis santa
En donde a los muertos canta el búho a su triste lejía
Acompañado de un cierzo, a los difuntos visité
Y en cada tumba dejé una lágrima y un verso
Estaba allí de perverso entre esos seres no ofensivos
Me fui a perturbar a los cautivos en sus sepulcros desiertos
Me fui a buscar a los muertos por tener miedo a los vivos…”
Los presentes se juntaron como niños pequeños a oír un cuento apenas oyeron los primeros versos. Por primera vez en la noche el público hizo silencio casi absoluto, sólo se oían respiraciones agitadas. En esos pequeños segundos, el público, sin darse cuenta, estaba absorbiendo energía. El sonido cautivante de la guitarra llena de expectativa a todos. De Gravini sacuden a la masa incontrolable de gente a En los Ojos del Águila. Era hora de dar rienda suelta a la tormenta.
“¡LLUVIA DE SANGRE HAY!”
Las voces del público se fundieron en una sola. Antropófagos se convirtió en el relámpago que atravesó a todos. Bajo las pisadas de la ola humana parecía que el suelo iba a caerse. No querías unirte al pogo, pero te tocó. La energía cinética de la gente era imposible de evitar. Sin darte cuenta también estabas saltando. La música en tus entrañas se retorcía como si escucharas por primera vez. Aunque te hundes entre desconocidos, sientes un calor gozoso en el pecho; son los únicos que sin palabras comparten tu sentir y tu placer; como tú, son los únicos que entienden el desinterés a si el suelo se caía o si morían en ese mismo momento. De golpe, los quince minutos finalizan, todos se miran entre sí. De la intensa tormenta sólo quedan piernas temblorosas.
Todos necesitaban descansar, pero nadie quería. The Satanic Majesties Request entra en escena. Se demoran para dar inicio, pero la emoción no desaparece. El ambiente seguía demasiado denso como para relajarse. Una vez empiezan, las personas demuestran que no habían dado pausa a su descontrol. Bailan, arrastran sus pies, gritan, mueven fuertemente las cabezas y se empujan al ritmo de Devil´s Boogie. Los jueces, una vez más, repiten que dejen espacio para que puedan observar y calificar. Las personas perdían tanto su conciencia espacial que a los jueces no les quedaba otra que repetirles que se hicieran a un lado y pararse encima de los sofás. Entre sonrisas juguetonas y cigarrillos observaban a los concursantes.
Sales porque necesitas aire. Desde el punto dónde convergen las escaleras para salir y las escaleras para subir a la azotea escuchas el cambio de banda. Horizontes de Sucesos sorprende con su sonido y de alguna forma logra aplanar el arrebate sin extinguirlo. Las personas quieren oír mientras tratan de recuperar la respiración luego de casi tumbar el lugar. Entras y te tropiezas con un señor que lleva orgullosamente la camisa del Junior, a su lado hay unos jóvenes que juegan con un paraguas bajo el techo; no puedes evitar pensar que es de las noches donde más has palpado la autenticidad costeña. Al barranquillero rockero e intenso, totalmente caribeño.
Turbojets, Rosas En Luto y 27 Club Band insisten con su ritmo explosivo que la energía intensa de la noche no llegaría por ahora a su final. Las personas empiezan a caminar, fuera y dentro del lugar; los que se quedan sueltan su cuerpo y escuchan con atención. De nuevo, hacen presencia los discursos sociales. Entre el desorden y el éxtasis nunca faltó recordar sus propósitos para tocar: la justicia, la verdad y el amor.
Freequency cierra memorablemente la noche. No parecía un adiós, aunque repitieran cada que pudieran que saltaran por última vez. La intensidad no parecía tener fin. Se viven los últimos gritos, pogos y headbangs. Cuando terminan de tocar, las luces se encienden. La noche llegó a su fin. El hechizo hipnotizante de la música se rompió.
Aunque el cronograma se alargó dos horas más, la noche fue un parpadeo. El lugar que en un comienzo parecía un mar de cuerpos, sólo contaba con algunas personas restantes. Los besos en las mejillas y las chocadas de manos eran el vals de despedida. Los vestigios de la noche quedaron en las botellas, plumas y latas en el piso, y sí, también en el sinfín de registros audiovisuales y fotográficos. Aun así, fue el tipo de noche que sólo podía quedar impregnada en las memorias de quiénes asistieron; sólo quienes se empujaron, compartieron sus gritos y sudor podían rockonstruir la noche en sus recuerdos; como un pequeño gran secreto.