Por: Kevin Torres/Foto cortesía
Los recursos tecnológicos y la perspectiva antropológica se han modificado con el pasar de los años. Desde la Bioarqueología, es decir, el estudio de los restos óseos se puede construir una idea de cómo eran las sociedades en el pasado en el Caribe colombiano. Este medio habló con Javier Rivera, arqueólogo e investigador en la Universidad del Norte, quien nos hizo un viaje por los estudios arqueológicos del Caribe colombiano, partiendo del interés del Caribe como zona de estudio para arqueólogos desde el anterior siglo hasta la actualidad.
“La arqueología en el Caribe se empezó a desarrollar desde hace mucho tiempo, de hecho, desde principios del siglo XX hubo algunos investigadores que empezaron a trabajar en la Sierra Nevada de Santa Marta, venían de Europa y de Estados Unidos, hicieron algunas exploraciones”, dice Rivera, quien es profesor del departamento de Historia de la Universidad del Norte.
Uno de esos investigadores que llegaron de Europa fue Konrad Theodor, arqueólogo y etnólogo alemán, que estaba interesado en sumergirse en las prácticas culturales prehispánicas en América. Theodor, quien llegó en 1913, fue uno de los pioneros en la arqueología del Caribe. Convivió en la Sierra Nevada de Santa Marta con el pueblo Kágaba, también conocidos como Kogui, y llevó consigo a Alemania dos máscaras de mama Nuikukui Uakai, mismas que fueron entregadas al presidente Gustavo Petro este año en un proceso de recopilación del patrimonio colombiano.
¿Cómo son las primeras investigaciones relacionadas con la Arqueología del Caribe?
“A partir de los años 50s pioneros de la arqueología local como Carlos Angulo Valdés, empezaron a trabajar en el Atlántico, en la Ciénaga Grande de Santa Marta y se amplió ahí la información esta vez con lo relacionados con el origen de la horticultura, de la agricultura, de la domesticación de plantas, pero también, de poblaciones que están aprovechando los recursos particulares del ambiente de ciénaga, de río y por supuesto, el mar. Ahí se ha venido dando una serie de bases sobre la arqueología en la región”.
(Para hablar sobre cómo se desarrollaron los estudios arqueológicos en América es importante contextualizar en la época. Uno de los mayores fraudes de la ciencia fue el hombre de Piltdown, una falsa información que tuvo origen en 1912 en Inglaterra por Charles Dawson y que perduró hasta el año 1953 cuando logró ser desmentida, en aquel momento sociedades etnocentristas se negaban a aceptar las evidencias de que el ser humano tuvo origen en África. El arqueólogo amateur Charles Dawson combinó un cráneo humano con una mandíbula de orangután, los alteró para que parecieran más antiguos y fueron enviados al Museo de Arqueología Natural de Londres. Este considerado el hombre de Piltdown se presentaba como un hallazgo arqueológico que revelaba una etapa temprana de la evolución de los humanos en Europa, pues esta combinación presentaba facciones cercanas a la estructura ósea de los europeos; Colombia en el anterior siglo para las investigaciones arqueológicas tenía específicas problemáticas, pues en principios del siglo XX el territorio pasaba por un fuerte periodo de violencia vinculado a temas políticos, agregando que muchos investigadores eran de origen extranjero y la Antropología era muy joven en sus estudios, por esto la mirada antropológica ante lo indígena era algo que se encontraba apenas en desarrollo).
“Los trabajos de Carlos Ángulo Valdés empezaron a reportar una serie de enterramientos, de evidencia bioarqueológica que, de hecho, hasta no hace mucho tiempo se profundizó sobre el tema ya que Ángulo Valdés se concentró sobre todo fue en la cerámica, que era su especialidad, pero digamos que los otros tipos de materiales que encontraron sus excavaciones no profundizó mucho”, asegura Rivera sobre el que es el primer vistazo a la Bioarqueología en el Caribe, misma que pertenece a la Antropología Física, cuyo objeto de estudio son las poblaciones a partir de los restos óseos humanos. Si en la Región Caribe tenemos en cuenta que Ángulo Valdés proporcionó información del estilo de vida de poblaciones como los Malambo y Bajo Magdalena, y agregamos la información que se empieza a datar con la arqueología actual, hay una reconstrucción buena sobre la vida en el Caribe.
Para Rivera, Ángulo sugirió el tema de Malambo como el sitio donde se empezó a domesticar la yuca, pues hoy sabemos que en realidad el centro de domesticación queda en la Amazonía, pero sí es verdad que había una relación con los pueblos que vivían en Amazonas, pero sobre todo en el Bajo Orinoco junto con Malambo.
¿Cómo se explica esta relación?
“Por el tipo de cerámica, la cerámica que aparece en el Bajo Magdalena es muy similar en cuanto a las decoraciones y las formas en las que se encuentran en Malambo que es un sitio de hace más o menos 3000 años antes del presente”.
(Ángulo Valdés es de esos investigadores a los que se les debe mucho, no solo desde la perspectiva de quien labora en su campo, sino también a una escala cultural por su legado que dejó aportes directos al Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico, además del formato de estudios del Caribe presente en la Universidad del Norte, dejó las bases para el Museo MAPUKA que inició en el 2013, doce años después de su fallecimiento. Recordemos el valor de los museos para divulgar información, en este caso, para mostrar una visión del caribe donde se mantienen vivas las voces de estas culturas).
Los restos óseos encontrados en Malambo no fueron objeto de estudio de Ángulo Váldes. “Desde los últimos 10 años es que se ha venido trabajando con esos restos humanos, que aportan otro tipo de información. Por un lado, podemos reconstruir las condiciones de vida, es decir, el tipo de enfermedades y dolencias que padecían estas personas en el pasado, la conformación demográfica de esas poblaciones, también la composición entre hombres mujeres, niños, adultos”. En el caso de los Malambo y su relación con otros pueblos, en la actualidad no se ha abordado solo desde el registro de la cerámica, como lo hizo Ángulo Valdés. “En los últimos años se han venido incorporando nuevas técnicas para el análisis de los restos óseos humanos, tenemos la genética, los estudios de genética que hemos hecho particularmente con los individuos excavados en Malambo por Ángulo Valdés lograron verificar una conexión con grupos indígenas en Venezuela entonces digamos que hay esa conexión con el Bajo Orinoco”, asegura el investigador de la Universidad del Norte.
Getsemaní escribe su pasado a través de la ciencia
Para el estudio de una población del pasado, la Bioarqueología utiliza varios recursos que permitirán una lectura precisa de los datos que se quieran obtener, recursos como el conocimiento histórico de la zona del hallazgo, el conocimiento del suelo o las herramientas tecnológicas no son precisamente los huesos que van a estudiar, pero sirven para lo ya mencionado. Tal como el mencionado estudio genético que permitió verificar la relación de los Malambo con el Bajo Orinoco.
“El análisis de la isotopía es un análisis bioquímico que permite reconstruir las dietas, el patrón alimenticio de las poblaciones del pasado y también los procesos de migración. Hace unos años, le hicimos estudios isotópicos a la colección de restos prehispánicos que tenemos acá en la universidad, asociados por supuesto al Caribe colombiano y logramos identificar ahí el consumo de una diversidad de plantas y también de fauna, asociado a las particularidades ambientales que hay en la región, es decir, el consumo de pescado de agua dulce, algunos de especies marinas y el consumo de plantas asociadas al maíz y a los tubérculos”.
El convento de San Francisco en Getsemaní, Cartagena de Indias, es una zona que recientemente fue excavada y estudiada por los arqueólogos. En esta investigación Javier Rivera es de mucha relevancia, porque la Universidad del Norte es responsable de la investigación, conservación y divulgación de lo que suceda en campo y laboratorio.
“Otra línea de trabajo que se ha desarrollado también en los últimos años tiene que ver con colecciones osteológicas del periodo histórico y ahorita mismo estamos trabajando con la colección de Cartagena de Indias que se excavó en el convento de San Francisco en Getsemaní, que es de mediados del siglo XVI hasta el siglo XX y a partir del cual también estábamos identificando una serie de características bien interesantes de la población del período colonial”.
De Getsemaní logré investigar que fue entrada a Cartagena ¿Entonces, pudo haber sido una zona de conflicto?
“Conflicto no tanto como confrontación bélica, quizás uno pensará Cartagena como el punto en la plaza fuerte las fortificaciones de defensa con los corsarios y piratas, quizás por ese por ese lado no, pero digamos que sí. Quedaba en las afueras de la ciudad amurallada y allí se encontraban otros sectores de la población; de origen afro, seguramente indígenas, entonces ahí podemos ver la unión de diferentes tradiciones culturales que en algunas oportunidades sí, podían estar en tensión por decirlo de alguna manera los conflictos eran de qué manera entonces de tipo social. No son confrontaciones violentas directas necesariamente, pero digamos que sí, la organización sociopolítica y económica en la época colonial”.
La cultura material parte de los objetos y la relación de los seres humanos con ellos, siendo posible desde la cultura material conocer armas, rituales, vestimenta, etc, de los grupos humanos. Esta problemática social anterior mencionada con la diversidad de poblaciones, la cultura material explica cómo se comparte y como se lleva la relación entre estos grupos; las limitaciones que grupos indígenas o/y esclavos tenían bajo la estructura de la época condicionaba el estilo de vida de estas poblaciones. “Aunque también es cierto que había momentos y situaciones en los cuales esos límites se podían romper y podía hacer un poco más fluida la relación entre los distintos sectores de la población Cartagena y eso también se ve reflejado en varios elementos de la cultura material de la evidencia arqueológica y esa colección osteológica”. Esta combinación de elementos óseos y objetos en el enfoque funerario están correlacionados.
Usted mencionó que se podían conocer las condiciones de vida de los individuos ¿Qué tipo de lesiones lograron encontrar dependiendo si eran africanos, si eran indígenas o si eran europeos?
“Sí, hemos tenido varios indicadores esqueléticos varias que nos hablan de las condiciones de vida, por ejemplo, en las asociadas con las infecciones. Ese tipo de lesiones quizás fueron de las más comunes en el pasado y Cartagena no era la excepción, pero acá lo interesante es que independientemente del sexo, grupo poblacional, pues eran susceptibles de padecer una infección, y eso también se relaciona es con el tipo de ambiente en el cual estaba la ciudad colonial, cerca de ambientes de ciénaga y manglares, todas estas zonas donde crecen mosquitos, seguramente las condiciones higiénicas sanitarias, no eran las mejores, eso también va a incidir en el aumento de las infecciones; lo mismo que la aglomeración de gente que había en la ciudad, pues va a propiciar allí en posibles contagios, otro tipo de lesiones también asociadas son enfermedades o estrés nutricional también han sido detectadas, digamos que ahí sí puede variar un poco en términos de las condiciones socioeconómicas que tenía el individuo, se han encontrado también fracturas, aunque no están relacionados con temas de violencia interpersonal nuevamente. Quizás sea por temas de accidentes vinculados probablemente con las ocupaciones que tenían en vida, entonces digamos que sí hay una serie de indicadores que nos ayudan un poco a aproximarnos, a cómo estaban viviendo estas poblaciones y cómo era la vida cotidiana de esos grupos en el pasado”.
En San Francisco se puede ver que dependiendo el tiempo tenían enterramientos distintos; en principio utilizaban mortajas y luego pasaron a usar ataúdes ¿Cómo fue este paso de mortajas a ataúdes? ¿Hay un vínculo socioeconómico?
“En el siglo XVI y XVII no era tan frecuente enterrar a los individuos en ataúd, se utilizaba uno para el oficio fúnebre y la misa, pero una vez terminaba la eucaristía el cuerpo era sacado el ataúd y depositado directamente en la fosa donde iba a ser inhumado, eso sí, envuelto en una sábana conocida como mortaja, es hacia el siglo XVIII que se empieza a utilizar el ataúd, pero sí era conectado con algo de prestigio porque pues, las maderas, eran priorizadas para para otras funciones. En el siglo XVIII se puede detectar unos cambios en el tipo de indumentaria que se utilizaba para enterrar a los muertos, la mortaja no será frecuente y la gente va a empezar a ser enterrada con ropa de civil, pero ropa elegante, en el pasado eran la simple mortaja”.
Las practicas anteriormente mencionadas, tal como la mortaja, en el territorio de le excavación, Getsemaní, son independientes al tipo de creencia, pues en condiciones similares fueron encontrados los restos óseos de distintas culturas y etnias. Respecto a restos óseos prehispánicos, no se tiene registro preciso de cómo fueron las prácticas en esa zona de Cartagena, pero se puede hacer una relación con el Bajo Magdalena. “En el Bajo Magdalena los muertos eran enterrados cerca de las viviendas no había una separación allí tan clara entre el espacio de los vivos y los muertos, la gente tenía una conexión bastante fuerte con sus ancestros”. La conexión, de ritos fúnebres en este caso, entre las poblaciones prehispánicas en Cartagena y las del Bajo Magdalena se explica porque en ambos el individuo era enterrado en una fosa con objetos de su vida, luego eran sus huesos exhumados y puestos en una urna de cerámica, en el caso de Bajo Magdalena, estos hallazgos fueron en Barrio Abajo en la vía 40 de Barranquilla, explica Javier Rivera.
El siguiente audio contiene un fragmento de la entrevista realizada a Javier Rivera, profesor del departamento de Historia de la Universidad del Norte.