Por: colectivo de Argumentación Periodística (*)
La expresión propia de apoyo pasional a un equipo de fútbol resulta en lo que denominamos hinchada, una manifestación desbordada de amor hacia un conjunto de jugadores representantes de unos colores, identidad y esencia específica dentro de un contexto de ganadores y perdedores. Dentro de dicha expresión, que se traslada a lo no deportivo, encontramos comportamientos y dinámicas semejantes a una experiencia religiosa. ¿Se justifica el ejercicio de violencia en el nombre del amor? O, entendido de otra forma, ¿se justifica la mera existencia de las barras bravas?
Debemos partir de la idea de que las hinchadas nacen como una consecuencia de un sentido de pertenencia: el proceso de llenar un vacío desde aquello que nos causa la satisfacción más primitiva. Tal y como los creyentes asisten a una iglesia para reafirmar su fe, los hinchas convierten el estadio en su santuario, los cánticos y rituales en sus penitencias, y el fútbol en su idea de Dios, si nos permitimos hacer esta comparación, claro está.
A partir de lo anterior, es inevitable no pensar en Barranquilla, ubicada en la zona norte de Colombia y siendo la base histórica del equipo de fútbol más relevante de la región Caribe: el Junior de Barranquilla. Para los barranquilleros, el Junior es más que un equipo de fútbol; es un elemento que configura las decisiones políticas y sociales dentro de una ciudad tristemente desigual.
Dentro de tal desigualdad, en barrios como Rebolo, La Chinita, Carrizal y La Cordialidad, entre otros, se han gestado movimientos barristas que representan un espacio de participación colectiva para aquellos excluidos. Para el año 2022, el club deportivo reportaba la existencia de cinco barras bravas: El Frente Rojiblanco Sur, El Bloque Central, Los Kuervos, Los K-pos y La Asociación de Barras.
Actualmente, el Frente Rojiblanco Sur y Los Kuervos son las barras más destacadas, pues ocupan las posiciones 154 y 159 a nivel mundial, respectivamente, y están en la ubicación 27 y 28 entre las numerosas barras existentes en Colombia. Lo anterior, lejos de ser un simple dato para establecer un ranking, incita a un proceso de reflexión en el que es justo preguntarse qué tan relevantes son para la sociedad.
Eduardo Trujillo, creador y editor de El Lente Rojiblanco, un espacio que captura la pasión de los hinchas del Junior a través de fotografías y videos en distintas redes sociales, comparte en el podcast para Uninorte FM Estéreo que la importancia de las barras va más allá de lo futbolístico per se, desarrollando actividades específicas dentro de la lógica interna de dichas barras: “Parches como el del Barrio Abajo cocinan en la madrugada. A las cinco de la mañana se van para el mercado público hacia Barranquillita y regalan 200 almuerzos”.
“En septiembre, octubre y noviembre empiezan a tocar puertas, recogen regalos y ropa, y se van a lugares vulnerables a regalar una sonrisa”, agrega en otra de sus intervenciones. Pero esto no se queda ahí. Trujillo tiene una postura clara sobre su ejercicio: visibilizar y, de alguna forma, derrocar los estigmas asociados a conductas violentas.
En ese sentido, comparte iniciativas que, desde la Gobernación y la Alcaldía, se han ejecutado, como Vive la barra: un ejercicio en el que se brinda a la comunidad barrista cursos de mecánica, metalistería y pintura. Además, menciona las denominadas unidades productivas: créditos de hasta dos millones de pesos destinados a que la comunidad barrista emprenda.
En complemento a estos programas, encontramos Quilla Goles por la Paz, una iniciativa de la Alcaldía Distrital que se enfoca en convertir a las barras populares en agentes de cambio positivo desde el deporte, así como el reconocimiento público a los barristas que promueven la paz y la convivencia en la ciudad.
Con una visión menos idealista, Wilhelm Garavito, periodista y docente, expresa ideas que ayudan a entender un poco más el fenómeno social de las barras. Para Garavito, la violencia de las barras bravas no se resuelve imponiendo fuerza pública. Aunque esta pueda ser necesaria, no es la solución de raíz, pues el problema requiere un abordaje integral.
El profesor de la Universidad Autónoma del Caribe deja claro que, si bien las iniciativas compartidas por Trujillo son válidas y existentes, no resultan suficientes para abordar un problema sociocultural tan profundo. Aplaude la idea de integrar a jóvenes con talentos empíricos en programas como la Casa de Cultura o la Escuela Distrital de Arte. Sin embargo, advierte que estos programas, aunque relevantes, suelen ser insuficientes y carecen de sostenibilidad a largo plazo frente al desequilibrio social.
“Generalmente, quienes se agrupan en una barra adolecen de un núcleo familiar consolidado”, afirma Garavito, encapsulando el fenómeno como consecuencia de factores socioeconómicos. Los integrantes de estas barras buscan un refuerzo de su identidad en algo que los trasciende. Ser parte de una barra se convierte entonces —parafraseando a Garavito, quien a su vez parafrasea a Eduardo Galeano— en “una fiesta dominguera utilizada para huir del trabajo sin vocación y de la cama sin deseo”; es decir, en el ejercicio de llenar un vacío social desde lo emocional y pasional.
“El líder de la barra entonces se convierte en un agente redentor que te indica dónde debes caminar en la vida. Por ello, generar un cambio real y empezar a ver frutos requiere la educación de los líderes, quienes posteriormente llevarán a cabo un proceso de reeducación con quienes forman parte de estos movimientos”.
Según Garavito, las soluciones estructurales llegarán con reformas sociales profundas, aún inexistentes debido a la poca inversión en iniciativas que buscan reforzar el acceso a la educación y construir una sociedad más digna.
“Si asistes a un partido de fútbol y escuchas la sonoridad de una barra, ves que ahí hay talento: en las pinturas, las tipografías y demás expresiones artísticas. Quienes logran expresarse a través del arte son empíricos, sin una educación formal, pero altamente capaces, siempre y cuando se les escuche y se les dé una oportunidad”.
Para reforzar lo anterior, Garavito cita a Diana Uribe, historiadora y locutora colombiana, quien expresa que la tragedia de una guerra es la de una generación perdida: una generación de pocas oportunidades y talentos que nunca pudieron desarrollarse debido a los conflictos violentos. En últimas, para Uribe, lo doloroso de lo bélico es la pérdida de potencial humano.
Como se ha evidenciado, el fenómeno de las barras bravas, profundamente arraigado en contextos socioeconómicos y emocionales, revela una dualidad compleja. Por un lado, representan un espacio de identidad y pertenencia para sectores marginados; por otro, plantean desafíos relacionados con la violencia y el desequilibrio social. En ciudades como Barranquilla, el fútbol trasciende lo deportivo y se convierte en un catalizador de dinámicas que exponen tanto las fortalezas como las vulnerabilidades de una sociedad desigual.
Tras analizar iniciativas como Vive la barra o Quilla Goles por la Paz, consideramos que estas son un paso en la dirección correcta, al mostrar que las barras bravas tienen el potencial de ser agentes de cambio. Sin embargo, consideramos que su efectividad sigue limitada por la falta de continuidad y un abordaje estructural que enfrente problemas más profundos como la pobreza, la desigualdad y la falta de acceso a oportunidades educativas.
En nuestra opinión, transformar estas realidades requiere no solo programas esporádicos, sino también políticas públicas sostenidas que refuercen la integración social y cultural. Coincidimos con Garavito en que la reeducación de los líderes barristas es crucial, ya que ellos actúan como figuras de influencia en sus comunidades. Empoderarlos con herramientas educativas y sociales podría generar un cambio significativo en la percepción y el impacto de las barras bravas.
Este análisis busca superar estigmas y mirar más allá de los actos violentos que a menudo eclipsan el verdadero potencial de estas comunidades. Dentro de las barras bravas habitan talentos creativos, artísticos y solidarios que merecen ser visibilizados y potenciados. Es necesario garantizar que se les brinden los recursos y oportunidades para canalizar esa pasión hacia propósitos constructivos y duraderos, evitando que se desvíen hacia acciones negativas.
Por lo tanto, concluimos que la existencia de las barras bravas no puede juzgarse como intrínsecamente positiva o negativa. Más bien, su impacto depende de los esfuerzos colectivos e integrales para transformarlas en pilares de desarrollo social y cultural. Con el apoyo adecuado, estas barras pueden convertirse en fuerzas de cambio social que trasciendan su pasión juvenil desbordada, pueden convertirse en verdaderas fuerzas para el cambio social.
*Ana González Hernández, Cristina Silvera, Katherine Carvajal, Shadia López, Santiago Márceles y Katrina Estrada