Por: Daniela García
Edilsa Arroyo huyó de su pueblo por el miedo a que las desgracias destruyeran su familia. Hoy no tiene miedo a votar un rotundo sí para acabar con la guerra que padeció.
Edilsa Arroyo es una de las más de siete millones de víctimas del conflicto armado en Colombia. A finales del año 2010 fue forzada a huir de San Jacinto, municipio del departamento de Sucre, sitio que la vio tejer por años, incluso cuando el miedo se apoderaba de ella y su familia.
Aquella era una época de terror, todas las madrugadas los hombres de los grupos armados irrumpían con fúsil en mano a San Jacinto para llevarse y desparecer a cualquiera que se atravesara en su camino.
Familiares, amigos, vecinos y conocidos desaparecieron de la vida de Edilsa porque la violencia, culpable de innumerables desgracias en Colombia, así lo quiso. Ella asegura que se intensificó en la época de falsos positivos donde gente humilde y trabajadora eran arrebatados de sus hogares para ser disfrazados como combatientes al margen de la ley.
San Jacinto era solo silencio al caer la noche, nadie salía de sus casas luego de ocultarse el sol, por el temor que parecía interminable para ellos. La guerrilla tomaba las vías de San Jacinto cuando querían, por lo que viajar a otras partes era casi imposible porque se corría el riesgo de no poder entrar al pueblo y tener que dormir a la deriva en los alrededores del municipio
Según relata Edilsa, todos los sábados ocurría una desgracia, había un desaparecido más, los helicópteros estruendosos penetraban acabando con la paz del momento.
En las navidades de San Jacinto los fuegos artificiales eran primero sinónimo de miedo pues el ruido de los tiros se había hecho familiar para ellos. En el pueblo se había terminado la tranquilidad de sentarse en la terraza a “coger fresco, ya no se podía por la angustia que se vivía en todas las calles sanjacinteras
Edilsa se acuerda muy bien el día en que la guerrilla tomó su pueblo. Una de sus hermanas iba con ella camino al hospital en busca de ayuda para los sangrados que constantemente desprendía su nariz y del susto que esta mujer se llevó, más nunca volvió a sangrar. Se fue la luz, se oyeron tiros por todo lado. Edilsa y su hermana corrieron a ocultarse y se metieron debajo de la cama de algún desconocido hasta que pasara la tragedia, escondida en aquella habitación, las dos mujeres se imaginaban todo destruido. En sus pensamientos sabían que el San Jacinto que tanto amaban se había vuelto un pueblo invivible.
En definitiva, no fue la toma guerrillera lo que la hizo salir corriendo de su pueblo, fue el miedo que sembraban día a día y la incertidumbre de vivir en un lugar que ya no era como en sus días de niña donde podía jugar con sus hermanas en la terraza de su casa. San Jacinto se convirtió en un pueblo donde no desparecer o no morir se había convertido en un milagro, Edilsa se marchó porque su territorio era una zona de miedo que no le podía garantizar la seguridad de sus cuatro hijos.
Vendió su pequeña casa en San Jacinto y llegó a Soledad, municipio del área metropolitana de Barranquilla, se instaló en el barrio Villa Muvdi, en una casa que compró junto con su esposo, un maestro de obra. Con mucho esfuerzo se levantaron, y Edilsa pudo seguir con el arte que la hace feliz: tejer.
Así, con el arte que es tradición en su pueblo, vino al Atlántico a conseguir un futuro lejos del dolor, donde pudiera tejer sus artesanías y venderlas para solventar un poco los gastos de su hogar.
Al llegar a su vivienda se pueden ver las vitrinas donde expone sus creaciones: mochilas, hamacas, bolsos en cuero y crochet. Justo encima de todas estas creaciones, en el centro de una pared blanca que resalta por la variedad de colores de lo que con sus manos produce, se lee un pequeño letrero café con letras doradas que dice: “Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios”.
En la Unidad de Víctimas del departamento del Atlántico, una mujer le dijo de un programa que ayudaba a las personas que tenían destrezas en algún oficio y así consiguió un telar moderno hecho del metal que aún no abre por no saber cómo instalarlo. Mientras tanto, trabaja en el patio trasero de su casa con un telar hecho de pedazos de madera y palos de escoba sujeto firmemente al piso con una base de concreto pintada de blanco que combina con la cerámica que tiene.
Se declara la única mujer que trabaja en su telar sentada. Estar por largas horas en pie no es lo suyo. Los telares tienen un ‘ritmo’ cuando se trabajan, es por esto que a su pequeño almacén hogareño lo llamó ‘Ritmos de telar’, como bien se puede leer en la camisa que lleva puesta.
Edilsa está tan apegada a ese telar que incluso se lo puede comparar con su vida: hilo a hilo se van construyendo las figuras que crean sus artesanías e igualmente pieza a pieza se edifica la vida de Edilsa, que con el paso del tiempo ha ido tomando forma.
Después de tantas desgracias, todo parece tomar su lugar en la vida de esta artesana. Luego de cuatro años de vivir en Soledad, su hijo Eisner por su alto rendimiento se ganó una beca Ser Pilo Paga, y cursa actualmente cuarto semestre de Ingeniería Mecánica en la Universidad del Norte. Viaja de vez en cuando a San Jacinto, donde aún le quedan familiares; vive feliz y tranquila, aspirando siempre a más por lo que anhela que sus artesanías sean conocidas. También quiere cumplir otro gran sueño: montar un negocio formal donde pueda vender y enseñar a otras mujeres el oficio del tejedor para sacar adelante su familia como ya lo ha venido haciendo.
Edilsa Arroyo culmina diciendo que no tiene miedo a votar un rotundo “Si” al plebiscito que busca terminar la guerra con las Farc en Colombia. Ella asegura que desde que comenzaron los diálogos en La Habana, San Jacinto está ‘quieto’, cree que personas como ella que vivieron en carne propia la guerra, necesitan descansar de tanto dolor y vivir sus últimos días felices, o como ella, al ritmo de un telar.