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Por: Alejandro Valencia Beltrán

Llegar a los 93 años de edad no es algo sencillo, tuviste que haber sobrevivido a muchas situaciones que pudieron poner tu vida en peligro. Joaquín Santana Salayandía es un hombre que ha guerreado duro hasta la actualidad y es consciente que sus últimos años tiene que disfrutarlos con los que ama y siguen en vida.

“Las arrugas del espíritu nos hacen mas viejos que las de la cara”

Michel de Montaigne

Santana está ahí sentado en silencio, su cabello blanco brilla debajo de la luz del sol. Ni una sola palabra ha salido de su boca; cualquier persona pensaría que es mudo, aunque realmente no lo es; nunca aprendió a escribir, pero sí a hablar. Se levanta y se posa en la puerta, solamente para volver a sentarse después de, más o menos, diez minutos. En este momento llega un hombre alto en sus 40.

– ¡We, viejo! – Dice el hombre en voz alta, casi gritando. Santana, aún sentado, sube la mirada con la boca abierta y lanza una pequeña sonrisa. Luego responde un casi silencioso “We” mientras le da su mano temblorosa.

La conversación entre estos dos hombres, suegro y yerno, se mantuvo en preguntas básicas y respuestas contundentes; pero se volvió un poco más interesante cuando el hombre le dice:

– Viejo, ya la otra semana son 93.

En este momento pienso ¿Qué tantas cosas debe saber una persona que ha vivido 93 años? Todos hemos escuchado a alguien decir que “más de los 60 son regalos de Dios”. Estuvo vivo durante la II Guerra Mundial, cuando el hombre llegó a la luna, el asesinato de John F. Kennedy… Prácticamente ha vivido durante el desarrollo del mundo contemporáneo y algunos de los momentos más importantes del siglo pasado. Pero por esos años no estaba muy alerta de este tipo de noticias, sólo se enteraba de ellas cuando bajaba al Carmen de Bolívar desde los Montes de María; pues solamente fue hasta la segunda mitad de los 80 que llegó la electricidad acompañada de la radio y la televisión. Además, tenía otros problemas más inmediatos de los cuales preocuparse, y era el conflicto armado, ya que vivía en una zona vulnerable.

Se crió en el campo. Su abuelo vino desde México siendo muy joven y encontró comodidad en los altos Montes de María, donde se criaron tanto su padre como él. Desde niño aprendió a arriar ganado, ordeñar las vacas y trabajar con su leche. Alimento no le faltaba, pues tenían carne, yuca, papa, frutas y vegetales por montones. Creció siendo muy feliz, pues disfrutaba la vida en la finca. Se casó con la mujer que amaba pasando por encima de lo que los demás querían para beneficios personales, una relación que duró hasta que la muerte los separó. De lo que nunca fue consciente es de la importancia que llevaba su apellido. Tras la muerte de su abuelo y de su padre (muertes de las cuales nadie recuerda fecha , ni siquiera él), el señor Santana pasó a ser la cabeza de los Salayandía, responsable de que su dinastía siguiera, pues hasta la fecha es la única familia en Colombia que conserva ese apellido. 

Joaquín Santana (Archivos personales)

Después de razonar estas cosas, y una vez se fue su yerno, me animo a hablar con él:

– Señor Santana, ¿piensa hacer una celebración para su cumpleaños? – Entonces voltea a verme.

– ¡¿Ah?! – Me dice mirándome fijamente a través de sus lentes con gran aumento, mostrando sus problemas auditivos pues es sordo de un oído.

– Que si piensa hacer una reunión para celebrar su cumpleaños – Le repito.

– Sí, mi nieta va a venir y me van a hacer un asado. 

Entonces procedemos a tener una corta conversación sobre mi familia, en la que se ve interesado por saber sobre mi mamá y mi hermano. Esto, antes de que volviera a mirar con concentración hacia la calle en completo silencio.

Cuando tienes 92 años has dejado muchas personas atrás. La mayoría de tus amigos de la juventud ya murieron, incluso muchos de tus familiares. Supongo que en este momento estoy sentado al lado de un hombre que solamente está esperando que llegue su momento. Sin embargo, estoy a punto de notar que quiere vivir sus últimos días con alegría, con una sonrisa, creo que es consciente que los 90 son un regalo.

– Dígale a María (mi mamá) que venga el 13 de Abril a mi cumpleaños con el niño. – Me dijo antes de levantarse e irse a almorzar al comedor tras el llamado de una de sus hijas. Este pequeño gesto me muestra que quiere transmitir las emociones positivas que otorga el cumplir un año más de vida. 

Es una pena que su alegría no se transmita completamente a sus familiares, pues cuando se vaya de este mundo va a dejar tierras restituidas, casas y una motocarro. Algunos de sus hijos se pelean, incluso con el señor aún en vida, generalmente por los beneficios que van a heredar; al fin y al cabo, también están esperando la muerte del papá. Él parece ni siquiera prestarle atención a eso, de hecho, a veces parece que realmente no le presta atención a nada… No sabemos que pasa por su mente, pero es un tema incómodo para hablar con alguien.

Joaquín Santana y Georgina (Archivos personales)

Joaquín Santana y Georgina (Archivos personales)

Hace cuatro años la señora Georgina dejó este mundo, ella quedó ciega cuando tenía 14 años. Algunas personas decían que le cayó arena en una corrida de toros, otros decían que fue producto de brujería. En todo caso, su condición visual no fue impedimento para fugarse con el señor Santana previo a un matrimonio arreglado. De ese amor prófugo nacieron ocho hijos, de los cuales dos serían víctimas del conflicto armado. Sí, ese señor tuvo que soportar la pérdida de su esposa y dos de sus hijos; ese señor sigue “bien parado”.

Ni siquiera sus hijos pueden recordar el color de su pelo, pues siempre ha mantenido una cabellera blanca y brillante. Si muchas personas dicen que “las canas son destellos de sabiduría”, el señor Santana lo lleva a otro nivel, ¿Cuántas cosas no has aprendido después de 93 años divididos entre el monte, el pueblo y la ciudad? Si bien nunca aprendió a leer ni escribir, es un hombre capaz de cosechar cualquier tipo de siembra, de hacer queso, suero y cualquier otro producto lácteo.

Cuando muera, no solamente se va a llevar mucho conocimiento agropecuario, muchos recuerdos que probablemente nadie más tenga, no solamente se va la cabeza de los Salayandía, sino que también se va un hombre que supo alegrar sus días de vejez a pesar de cualquier conflicto. Aquí sigue sentado. mirando la calle y saludando a los vecinos caminar por la acera.

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