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La crónica “Apostarle al cambio” cuenta la historia de Juan Pablo Sarmiento, un abogado que busca salvar el complejo lagunar más grande del país: La Ciénaga Grande. Además, de entregar una vida digna a sus habitantes.

Por Edwin Caicedo

Pueblitos con calles de agua dulce y salada. Escondidos entre los 730 kilómetros cuadrados de agua marrón de La Ciénaga Grande están Buenavista, Santa Rita, Media Luna, Tasajera, Candelaria, Pueblo Viejo, Trojas de Cataca y Nueva Venecia, pueblos anegados de olvido y agua contaminada.

En La Ciénaga Grande de Santa Marta ocho comunidades condenadas al descuido del Estado y a su propio desconocimiento de la realidad se alzan entre viejos pilotes de mangle de diez metros de alto, que sostienen en el aire -a escasos centímetros del agua- pequeñas casitas con techo de zinc, paredes pintadas con colores vibrantes y aroma a pescado podrido. Solo se puede andar en lancha o canoa y las autopistas -casi siempre desiertas- carecen de semáforos, luces y señalización.  

Allí, donde confluyen el río Tucurinca, Aracataca y Fundación en una batalla monumental contra el mar Caribe que está matando a La Ciénaga, conviven también colombianos que no olvidan que pertenecen a Colombia, la bandera de oro, mar y sangre se dibuja y desdibuja entre los techos, las paredes, las lanchas y los puentes. El aumento de la salinidad en el agua de la ciénaga por la entrada cada vez mayor de agua de mar ha puesto en jaque la supervivencia de las más de dos mil personas que hoy viven allí.

Condenados al olvido estatal y a su propio desconocimiento de cuidado medioambiental, los habitantes de estos pueblos viven en un territorio de pesares. No tienen agua, ni alcantarillado y solo algunos poseen electricidad. Para consumir y para sus actividades básicas, traen de pueblos cercanos agua potable dentro de viejas pimpinas que se comercializan por las tardes entre los habitantes, y se transportan en lanchas desde el municipio más cercano, que es Ciénaga.

El más grande de todos los pequeños pueblos es Nueva Venecia, donde 300 casas de color verde, anaranjado, amarillo y rojo se alzan parcas entre el inmenso desierto de agua marrón que es la ciénaga. Nueva Venecia tiene gallera, botica, inspección de policía, centro médico, iglesia, cantina con billares mohosos y la única escuela que ahora ofrece primaria y bachillerato.

Hasta allí llegó en un agosto seco de 2014 el abogado Juan Pablo Sarmiento, con un equipo de biólogos, antropólogos e investigadores que querían a través del derecho y las leyes salvar el complejo lagunar más grande del país y de paso entregar una vida digna a sus habitantes. Ante sus ojos, encontraron en principio casas pintadas -algunas descascaradas y otras vibrantes- de amarillo, azul, verde, anaranjado y rojo, hechas con tablillas de madera de roble. Lanchas que se paseaban mansas entre los laberintos de agua marrón y niños que corrían y saltaban desde puentes artesanales y plataformas de madera hacia el agua estancada.

Espejos del realismo mágico. Entre risas de emoción y nostalgia, el jurista recuerda haberse encontrado a Macondo. Todos tienen -como la casta Buendía- algún vínculo de consanguinidad entre ellos. Mendoza, Donado y Díaz son los tres apellidos -casi únicos- que se escuchan y se escriben en Nueva Venecia. Las tres mayores autoridades eran el inspector de policía, quien decretaba hasta qué hora podían circular las lanchas, una partera matrona, madrina y doctora de casi todos los bebés que nacen en la Ciénaga Grande y un contratista de Electricaribe que disponía cuáles familias tenían energía y cuáles no.

En Nueva Venecia se ven novelas por las noches y se pesca en las mañanas. Hay patos cuervo y garzas morenas. Hay mangles y también palos de coco. Hay criaderos de peces y también pescadores que trabajan libres. Hay mojarras rojas y una sola tienda donde se venden dulces, arroz, nunca leche, maíz y otras pocas cosas. Hay perros que cuidan casas y una sola cancha de fútbol. Hay plástico que ha llegado de la contaminación y 450 familias. Nueva Venecia fue declarada en 1977 zona de conservación por su importancia medioambiental pero el mismo Estado, sus habitantes y el ambiente no han coayudado para protegerla.

Es por eso que Sarmiento buscaba aplicar Litigio Estratégico, una modalidad del derecho que consiste en que solucionando la problemática de una persona se beneficie a toda la comunidad involucrada, usualmente a través de tutelas o demandas. Él, junto a su equipo de trabajo, indagaba cuál era la situación no solo medioambiental sino también social de La Ciénaga y sus habitantes y cómo podría, desde las leyes, ayudarles.

El complejo lagunar más grande del país padece ante una de sus más graves crisis medioambientales que podría terminar borrándolo del mapa: la baja cantidad de lluvias debido al Fenómeno del Niño ha llevado a una contaminación del agua que al no encontrar el equilibrio entre la salinidad del mar y el agua dulce ha dejado sin oxígeno a los peces que han empezado a aparecer muertos en grandes cardúmenes. A eso se suma la poca intervención del Estado, el desgaste dado por la pesca indiscriminada, el corte y la quema de mangles causada por sus habitantes y la próxima ampliación de la vía que conecta Barranquilla y Ciénaga, que fue culpable durante su construcción entre 1956 y 1960 de la pérdida de aproximadamente 285.7 kilómetros de bosques de manglar.

La carretera, que significó un dique entre los ríos que alimentan la ciénaga y el mar, provocó una grave hipersalinización que culminó en el posterior deterioro y muerte de las especies y la flora presentes en el territorio cienaguero. Garzas, patos, cormoranes, gavilanes, iguanas, babillas, boas, tortugas, miles de bocachicos y cigüeñas cabeza de hueso perecieron a la par del mangle que putrefacto contaminó aún más las aguas. Hoy, la amenaza es inminente, pero Sarmiento le apuesta a la posibilidad de salvar y proteger esta -quizá la única- joya con aguas oscuras del Caribe. Primero con educación, luego salud y por último mínimo vital y saneamiento básico.

De la primera tutela que ganó Sarmiento resultó la reestructuración del colegio. En una casa verde esmeralda con techo de tejas rojas unos 500 niños llegan a diario, todos en canoas o lanchas manejadas por sus padres y solo algunos a pie, a recibir clases ininterrumpidas. La escuela es el único lugar de Nueva Venecia al que se puede llegar caminando, un puente de doscientos metros cuyas barandas pintadas de amarillo, azul y rojo dibujan una bandera inmensa que conecta con la única iglesia del pueblo. Con la segunda tutela se consiguió el mejoramiento del centro médico que hoy por primera vez en toda su historia –desde que fue tan solo una casa palafítica cualquiera convertida en puesto de salud- cuenta con un doctor de planta.

Del tercer punto en cambio aún se espera que responda el Estado. Una tutela interpuesta por el abogado se encuentra actualmente en la Corte Constitucional, que decidirá si el riesgo que corre la Ciénaga Grande de Santa Marta y sus habitantes -quienes dependen de la pesca para su supervivencia- posee la relevancia suficiente para detener no solo la ampliación de la vía Barranquilla-Ciénaga, sino también para cambiar por completo los modelos de cuidado ambiental en La Ciénaga Grande en conjunto con las comunidades locales.

Mientras tanto, los habitantes de La Ciénaga Grande seguirán paseando en sus lanchas y canoas pintadas, recogiendo los peces muertos, comprando pimpinas de agua para tomar, viendo televisión a las ocho y jugando billar a las cuatro de la tarde; conscientes de que si el Estado los olvida y deja morir a La Ciénaga, morirán también ellos. Y Sarmiento, sin dejar detrás a su equipo de trabajo, volverá a hablarles de sus derechos, a debatir en tribunales, a revisar si se está cumpliendo lo que decretó un juez con la escuela y el centro médico y a intentar, con tutelas, resguardar La Ciénaga y sus pueblos palafíticos.

Foto vía: tomada de internet


Para todos los que nos formamos como contadores de historias en este particular espacio de tiempo, y en estos momentos cuando estamos buscando dejar atrás la piel de un reptil que, como país fuimos, es necesario aprender a armar memoria, sin perder los estribos, con pedazos sueltos, pedazos de acciones, recuerdos y olvidos.

Esta es una colección de historias que ofrecen oportunidades, historias quizá nuevas, quizá conocidas, pero todas escritas desde las perspectivas a veces juguetonas, a veces muy formales, de una serie de mentes fértiles de las que brota la necesidad de dar a conocer un país diferente a aquel que nos venden y que, tristemente y con frecuencia, compramos al precio más bajo.

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