Por: Alexis Posso
El señor Javier Darío Restrepo habla con la serenidad del monje. Quizá porque su vida ha consistido, en parte, en una devota entrega al oficio de periodista, que como el del diácono, requiere de vocación, sacrificio y enorme voluntad.
El señor Javier no habla de dios, sino de lo hombres. Se sabe portador de un mensaje, de un evangelio que lejos de ser divino proviene de una gran cadena de sucesos desafortunados, no sólo para él, sino para una nación entera.
Hoy viene de blanco, ha soltado el bastón y se apoya firmemente en el atril, no le hace falta mover las manos, las canas solas ya hablan de su experiencia. Me vienen a la mente las veces que de él se ha hablado en clase, y me da pena que la sala esté prácticamente vacía; de lo que se pierden…
La sensación de encontrarse frente a alguien sabio es sobrecogedora, pero su voz de sacerdote lo vuelve todo más familiar. Inicia su intervención llamándonos a que seamos conscientes de la situación en la que se encuentra el país: una situación que nos vuelve responsables de escribir una historia distinta, “porque tiene que ser distinta”.
“¿Cual es el país al que nos estaremos dirigiendo de ahora en adelante?”, pregunta, y él mismo responde porque para Restrepo la respuesta resulta obvia: se trata de un país enfermo, “estamos ante un país enfermo mentalmente”, dicho de otra manera “este es un país de locos”, y nos hemos vuelto locos a causa del sufrimiento.
Quizá los que estamos acostumbrados a las grandes ciudades no somos propiamente sensibles a ese sufrimiento; es una mancha roja que se hace más densa en las zonas rurales, en el agro, en la vereda asaltada, en esos pueblos casi olvidados por dios; pero existe, en palabras del señor Javier, una oportunidad para cambiar esa situación; una oportunidad tan inverosímil que se puede decir que “es ahora o nunca”, una oportunidad en la que estamos involucrados todos y cada uno, incluidos los periodistas y comunicadores.
“El periodismo que venimos haciendo no sirve para construir futuro, deber ser un periodismo distinto” argumenta restrepo, porque es esa misma situación frontera, ese hipotético antes y después que se vuelve cada día más fáctico el que deja la duda y con ella el miedo de no saber responderla: ¿y después qué? El país,dice Restrepo, se llenó de odio y deseos de venganza en medio del conflicto, y más temprano que tarde, lo medios de comunicación se “dejaron contagiar”, apartándose así de la solución para,más bien, integrar el problema. Narramos el conflicto y no el camino a la paz.
Al señor Javier Darío se le ha llamado “el padre de la ética periodística en Colombia”. La ética es un concepto complejo que quizá hasta este momento no entendía muy bien, pero en palabras del maestro Restrepo, no hay discursos sobre los cuales elaborar “porque la ética es en esencia, el impulso que tiene todo ser humano de ser excelente”. Un periodismo de excelencia es el que necesitamos para el postconflicto. Y hacer periodismo de excelencia significa para él nada más que “responder positivamente a las urgencias que se plantean en el nacimiento de un país diferente”.
Si los medios no son entusiastas de los procesos de paz, amparados en la ilusión de la objetividad, según la cual un periodista “no puede tomar parte de ninguna causa”, privamos a la audiencia de tomar parte también. La cosa empeora cuando nos limitamos, como contadores de historias, a narrar los hechos y no a explicarlos. “La tendencia a narrar lo espectacular más que a narrar lo importante” es, para Restrepo la enfermedad de los medios, a eso le suma la inconsistencia en la continuidad siempre que una noticia se cuenta pero no es objeto de seguimiento y el amplio eco que se le hace a los abusos del bando “de lo malos” mientras se guarda un pudoroso silencio a los abusos de aquellos que reconocemos como “los buenos”.
La falta de tacto es la gran amenaza en el posconflicto. Colombia está enferma, está herida, y como cualquier herido necesita de muchas cosas pero en particular de ternura. De toda la ternura que se le da al paciente para que este pueda sanar. Somos los medios y sus hacedores los que estamos llamados a cambiar antes que cualquier otra institución: es que somos la ventana del país, el marco en el que se tejen las imágenes equivocadas; nada más y nada menos que el cuarto poder; un poder que es inservible si no se tiene un propósito ético, ganas de ser excelentes.
Y es justamente esa falta de ganas, esa ausencia de periodismo excelente la que ha terminado por arrebatarle credibilidad a los medios, siendo este el momento de especial neuralgia en el que “más credibilidad deberíamos tener”. El juego de los “buenos y los malos” nos ha hecho creer que somos dueños de una verdad absoluta y hay que tener en cuenta lo que dice Restrepo: que la del periodista es una verdad provisional. “La verdad está en permanente construcción”, dice, no por otra razón que la del tiempo: la información de hoy demandará ser confirmada mañana, porque la verdad es un rompecabezas al que siempre le hará falta una pieza y el oficio otorga el deber de buscar todas las piezas que hagan falta.
Más allá de la ventana que son los medios, está el receptor ciudadano. Para Restrepo es el colombiano, no necesariamente periodista, el que tiene el rol más Importante. Más importante incluso que el de los medios. No se establecen fórmulas para llegarle a la gente, los mensajes llegan de todos lados y esa ha sido siempre la situación. Lo que observamos , lo que nos llega de los medios son solo los ladrillos con los que nos formamos una opinión de las problemáticas que afectan al país, la tarea de los medios es formar ciudadanía.
En efecto, estamos acostumbrados a oír narrar escenas de odio, pero, según Restrepo está en nosotros, los comunicadores, adquirir la capacidad de contar no sólo el odio sino sus consecuencias, y por supuesto de no contar solo odio, sino también reconciliación. El pensum universitario de un periodista o comunicador debería, según restrepo, incluir una alta dosis de pedagogía, porque es a partir de allí que se comunica más allá de lo funcional. Porque existe una gran diferencia entre lo meramente funcional y lo eficaz, entre lo mediocre y aquello que sencillamente se hace bien.
La gran tarea del periodista del posconflicto es la de revisarse internamente, entenderse para comunicar bien, porque no se cuenta la reconciliación desde el odio, hay que abandonar prejuicios y desertar de la noción de que existen buenos y malos; casarnos con el principio del Yin y el Yang: que el bien contiene al mal y el mal contiene al bien infinitamente.No es sólo el autoanálisis sino el cambio que debe venir con él lo que les encomienda Javier Darío Restrepo a los periodistas: ¿si odiamos nosotros, en qué condiciones vamos a contar nuestra “realidad objetiva”?.
Javier Darío habla con la serenidad del monje, pero no cae en la trampa de la religiosidad. Se sirve del dato, de la lectura, del discurso por la paz, que es su evangelio. Sabe que trata con sus colegas del mañana, y es consciente de que hoy en día es un privilegio ser joven, porque se puede aprender a ser diferente y de paso, a cambiar un país. por eso bromea, —y es verdad que entre broma y broma la verdad se asoma —, con que la juventud debería ser contagiosa.