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Por: Kevin Barroso

Aun recuerdo la primera vez que oí la palabra jazz, tenía 17 años y llegaba como todo bachiller recién salido (del pueblo) a estudiar a la ciudad, con ganas de comerme al mundo, o al menos, a Barranquilla.  Era enero de 2012 y ya llegaba cual avalancha a mis oídos ese término; jazz, palabra sencilla, pero cargada de cientos de años de búsquedas, luchas, sangre, dolor, y un inminente deseo de forjar una identidad.

Son muchas las denominaciones que se le ha dado al jazz, pero tal vez identidad sea la que más se asemeje a una definición acertada, no solo por que represente un largo proceso de liberación y empoderamiento cultural, sino porque ha logrado empapar las venas de tantas culturas en el mundo, que a manera de catalizador, ha permitido el rescate de identidades perdidas, y ha sido gestor de artes frescas, originales, y mágicamente diversas.

Fue hacia mediados del mismo año, cuando ya habiendo decidido que sería el jazz el medio por el que gestaría mi identidad musical, encontré curioso el uso de este mismo término como un sufijo, y a mis ya precoces oídos llegó la palabra Barranquijazz, ese festival  que se rumoraba había tenido a las estrellas de las estrellas, los ya conocidos  Negro Hernández, al mismo Michel Camilo, Arturo Sandoval, y Diego el cigala, a los no tan conocidos localmente, Fred Hersch, Kenny Barron, Ron Carter,  el eternamente repetido Jimmy Bosch, y leyendas como Gonzalo Rubalcaba. Solo de oír algunos de esos nombres mi piel se erizaba, pues como buen joven e inexperimentado músico, idolatraba lo de afuera, e ignoraba la mina de oro que había en la tierra  en cual caminaba todos los días.

Llegué a Barranquilla buscando algo de afuera, y para mi sorpresa la vida me diría que lo que buscaba estaba dentro, era ingenuo como para ver la riqueza musical y cultural que guardaba la Puerta de Oro en sus raíces, y la magia de las mismas mezcladas con el jazz (al cual por supuesto, no demérito, y cuyos intérpretes, hacen parte de mi vida musical).

Hoy, después de tantos años el festival Barranquijazz parece no haberse dado cuenta de esto, y se jacta de ser el festival más importante no solo de la región caribe, sino de la nación y en esto mantienen una similitud y es la preocupante tendencia a importar en exceso, olvidando que hay tanto para exportar, lo que ha desencadenado una ya repetitiva y evidente inconformidad de los cada vez mejores artistas locales, regionales y nacionales.

He tenido el chance de crecer musical y humanamente con el festival, son cuatro ediciones a las que he tenido la oportunidad de asistir,  y en las que me he encontrado con situaciones curiosas, como asistir a uno de los mejores conciertos que he presenciado ( Niño Josele y Chano Domínguez) al mismo tiempo que escuchaba a la autodenominada “Melómana” -yo diría Salsomana, Cubanomana, etc-  audiencia del Country Club, hablar en exceso, casi hasta el punto de gritar, compartir copas, y gritar casi a coro “¿cuando es que se va a subir Ismael Miranda?”, y es que si, Ismael es un gran artista pero, ¿hasta donde nuestros gustos marcan el respeto que tenemos por artistas ajenos a los mismos?, fue ese día un momento importante, descubrí que Barranquilla, rica en cultura, es pobre en calidad de audiencias, pobre en apreciación, y mezquina con su identidad, porque así como el público de aquel día trató a esos dos grandes artistas, suele tratar a las expresiones culturales propias y  locales (aunque sean de carácter académico), como música para acompañar tragos, música para el desorden, música para acompañar cenas de gente de billete que quiere que su evento no solo se vea sino que se oiga elegante, música para todo, menos para apreciar, casi nunca para respetar.

Del festival también me han quedado momentos mágicos, como escuchar a Chick Corea (Edición 2014), y algunos otros bastante amargos, como en la edición actual, donde un suceso marcó mi visión del evento, y me dio a entender el valor que realmente le dan las cadenas de organizadores al cada vez más rico, arte local.

Esta edición del festival traía grandes noticias para los estudiantes de mi alma mater (la cual ha apoyado el festival económicamente desde hace algunos años), el grupo Tríptico, proyecto liderado por el talentoso pianista Libardo Mesa, estaba anunciado haría parte del que considero el más importante evento del festival, Barranquijazz a la calle, espacio gratuito, abierto, rico, y donde al menos en mayor medida, se le permite a los locales participar. Todo se veía bien hasta el momento de hablar del dolor de cabeza de los músicos locales: la paga, la que era normal dar por sentada. al menos para este grupo, que además de contar con increíbles músicos, había sido recientemente ganadora del festival interactivo de música Uninorte (categoría Jazz) y de la serie de jóvenes intérpretes del banco de la república (categoría Jazz).

Lo curioso del asunto es que la eterna excusa de falta de fondos no fue la razón para la inminente decisión de los muchachos de Tríptico de renunciar al festival (y del festival mismo, de no pagarles), sino que, alegando la inutilidad de los premios ganados- porque para el festival, la serie de jóvenes intérpretes categoría jazz es un premio sin valor, hecho para solventar la falta de participación en la categoría clásica-, y la ausencia de una amplia cantidad de discos y giras internacionales, el grupo no merecía paga, y además, debía estar agradecido con el festival por darles chance de mostrarse, de darse a conocer ,cuando ya bastante gente en país los conoce, y debían contentarse con la ayuda para costos variables, sin paga, sin “backline”.

No hubo más remedio para Tríptico ante tal falta de respeto, y tras conocer la paga a los grupos pertenecientes al eterno círculo de los preferidos del festival, se vieron obligados a desistir de participar, pues entendieron como yo, que los descaradamente llamados “incentivos” no sirven, son una muestra de desprecio,  y entendieron que valorar su esfuerzo es mejor que mostrarse en una tarima que ha perdido identidad, que ha perdido respeto por la avalancha de muestras locales de Jazz y sus diversas fusiones.

Y es que al parecer el buen jazz, el que merece ser pagado, casi no se hace en Colombia, al menos no en Barranquilla. Barranquijazz ha sido “Barranquisalsa”, “Barranquicuba”, “Barranquiporro”, “Barranquiafuera”, y rara vez, Barranquijazz, pues el jazz barranquillero, ha quedado en el olvido. Cito entonces al escritor y periodista Adlai Stevenson, quien ha trabajado con el festival en diversas ocasiones,y quien en medio de una entrevista, que tuve el chance de preguntarle si el festival era un medio más para alienar a los barranquilleros en cuanto a cultura, esta fue su respuesta:

“…No tiene (el festival) misión ni visión. De hecho, lo más lógico es que impulse y desarrolle el jazz en su zona territorial de influencia tal como lo dice expresamente su nombre. Eso no ha sucedido;  ni con los grupos locales, ni con espacios de reflexión y debate sobre el jazz, así que su naturaleza es ciertamente mentirosa en cuanto a lo que señala su denominación social.  Su organización es débil, pues aparece solo un mes antes del festival para luego desaparecer convenientemente el resto del año, sin ningún compromiso con el jazz, con el público, ni con los cultores de este género. Por supuesto que las carencias, las omisiones,  son tapadas cuidadosamente en medio de un gran aparato propagandístico que lo sobrevalora, Me explico: todo ese dinero invertido por entidades territoriales del estado apenas si moviliza 10 mil espectadores en todo su transcurso. Todo este desenfoque y ganas de aparentar más de la cuenta, el síndrome de sacar pecho como benefactores de la cultura, llevan a la desalentadora conclusión que se trata de un evento en donde concurren la alienación clasista del sector cultural barranquillero, más aparentador y formal que de contenidos. Se trata de “gozarse” el espectáculo y no de cimentar un proceso. Además, y eso es fácil comprobarlo, son apátridas en la programación y en sus objetivos pues tienen comprobada debilidad por los cubanos. Solo hay que sacar cuentas históricas con la nacionalidad de los participantes en sus diversas versiones para probarlo. Le puedo asegurar que Cuba ha tenido más que Colombia. ¿Si eso no es alienación sobre su propia cultura, qué es?”

De esta edición (2016) de Barranquijazz me llevo un emotivo conversatorio con la leyenda del jazz Benny Golson, una muestra viva no solo de humildad, sino de un sincero amor por el arte del cual es abanderado. Me llevo un sinsabor y descontento por la mala organización, el mal sonido en la plaza de la paz, donde se realiza el que es para mi el evento más importante del festival, Barranquijazz a la calle, el de la gente. Me llevo el mal pago al buen trabajo de muchos artistas, y la indiferencia por los méritos y la calidad, de los locales. Queda en mí la idea de un festival que perdió la identidad (o que tal vez nunca la tuvo) y como no, las ganas de asistir a la edición 2017 de Atlantijazz.

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