“El problema no es que no haya graffiteros, aún estamos en proceso, lo que no hay es conceptos” (Cuadro sobre la foto diagramado)
Una gran figura abstracta y colorida captó mi atención al instante. El ambiente lleno de bocetos, ilustraciones y colores me absorbió mientras esperaba mi personaje. Hojas y hasta paredes servían de lienzo para ese tipo de arte que, sin duda alguna, tenía un sello, aquel que con ayuda del graffiti me permitiría visionar la forma de ver el mundo de sus autores.
Eams, a quien prometí no revelar su nombre, llegó media hora después; llevaba un casco de motocicleta puesto y una vestimenta que lo describiría como todo, menos como un graffitero.
Inmediatamente le pregunté, ¿Qué hacía un graffitero con una pinta tan formal? Pregunta que dejaría descubiertas sus dos personalidades: Eams, el graffitero que desde hace siete años marca las calles, y Emas el diseñador gráfico que, como la mayoría de trabajadores, cumple con un protocolo de vestimenta y un horario laboral.
Luego de tomar asiento y mostrarme formalmente el local, inicié con las preguntas. ¿Y cuándo empezó el graffiti…? Sin dejarme terminar, me explica que el graffiti, “garabato”, comenzó en Estados Unidos cuando un cartero quiso dejar su firma en las calles para marcar territorio y alimentar su ego. Eams me explica que aunque éste sea conocido como un hecho oficial en los inicios del arte callejero, empieza genuinamente en la antigüedad, cuando en España, justamente en la Cueva de Altamira, un grupo de personas decidió marcar las paredes de roca con sus procesos de caza. Muchos años más tarde, de vuelta en Estados Unidos, el graffiti tomaría voz gracias al DJ Afrika Bambaataa, quien lo utilizaría como herramienta para desarrollar el popular ritmo de la calle. El rap de la cultura Hip Hop.
Pero, ¿cuándo inicia el graffiti en su vida?, sonrojado me cuenta sobre las películas norteamericanas que veía en su infancia, de cómo se fijaba en las paredes pintadas que aparecían detrás de los personajes, pinturas que le servirían de inspiración para ocupar su mente en las clases del colegio, dónde llenó varios pupitres y paredes con sus bocetos pero, nunca pensó que aquellas acciones, le servirían de práctica para lo que es hoy día.
Ese afán por dibujar lo invadió de inmediato, razón por la cual decidió firmar o “taggear” las calles de Barranquilla para dejar su huella, recibió el apodo “Eams” y dedicó sus ratos libres al taggeo de paredes, que como él lo explica, es simplemente dejar tu nombre grabado en una pared.
Aún cuando dice que le gustaría reparar los daños que hizo en las calles y en su colegio, comenta que esa fue una parte necesaria de su proceso, la práctica que recibió de manera autodidacta lo convertiría en lo que es ahora. “Antes de salir a rayar debes tener técnica, eso habla mucho del graffitero” me comenta; luego de salir de su colegio, su padre le sugirió la carrera de ingeniería en la Universidad Autónoma del Caribe, pero justamente el día de su matrícula; decidió irse por el diseño gráfico. No lo vio como un pase para seguir con graffitis, por el contrario, lo separó totalmente de su hobby, una cosa serían las calles y el grafitti y otra sería el diseño gráfico; aunque por supuesto, este le serviría para desarrollar su talento.
¿Qué sentiste cuándo inició todo? “Todo es un proceso…” responde, “Yo digo que el primero es el graffiti furor, cuando lo hice por primera vez pensé…lo haré para siempre”. Eams explica sobre la emoción que siente cuando ve una pared en blanco, explica que todo depende de su estado de ánimo y el resultado de su boceto; luego, cuando tiene la idea clara, empieza un proceso romántico y erótico con la pared: “Para mi hacer graffitis es hacer el amor con la pared, uno eyacula pintura” dice Eams entre carcajadas.
Para mi sorpresa, no tiene influencias; no le gusta ver otros trabajos, sólo apreciarlos. “Llega un punto en que uno no pinta para nadie, uno evoluciona por uno y pinta para uno”. Pero, ¿habría algún artista que considerara interesante valorar dentro del arte callejero?. Menciona varios artistas internacionales, como Sofles y Rasko; locales donde resalta a Ideas, Kenort y a Revólver; sin dejar de mencionar, claro está, que los artistas locales todavía siguen en proceso de crecimiento.
De alguna manera entramos al tema de la policía. Entre risas, Eams me dice que ha perdido la cuenta de las veces en que ha sido sorprendido haciendo graffitis en las calles. Me explica que a medida que han pasado los años, la sensación de adrenalina cambia, entre más veces se es sorprendido, más miedo se pierde. Pero sin duda, lo más importante, la policía ha dejado de ver al graffiti como sinónimo de vandalismo. Esta antigua persecución ha evolucionado positivamente desde la perspectiva de los graffiteros, puesto que lo que antes significaba el decomiso de sus aerosoles y pinturas, se ha convertido en un regaño y tal vez una visita al CAI más cercano durante máximo una hora.
A pesar de que prefiere rayar las paredes de los pueblos del Atlántico, en lugar de las de la ciudad, defiende que las calles de la arenosa se están desarrollando como escenarios para el arte urbano. Sostiene la idea valiéndose de los talleres que la Secretaría de Cultura, ha otorgado para dictar clases de graffitis como por ejemplo, la celebración del cumpleaños de Barranquilla. Eams ha apoyado estas iniciativas promoviéndolas entre sus alumnos, a quienes enseña las bases del boceto, la pintura y el graffiti.
Pero el arte urbano en la arenosa no se detiene, gracias a vinculaciones de artistas como Eams a la Secretaría de Cultura se han abierto espacios como “Literaptura” donde jóvenes de todas las clases sociales reciben talleres acerca de graffitis, break dance y por supuesto, literatura. Le pregunto a Eams si no encuentra algo paradójico en huir de la policía pero aliarse con la alcaldía; “Ya hay que mostrar la cara” me dice, “y qué mejor manera de hacerlo que instruyendo a futuras generaciones de artistas”, le complemento.
Y si, los graffiteros ya tienen el apoyo para llenar las calles de color como se debe, pero entonces, ¿Qué le falta a Barranquilla para convertirse en una urbe del arte cómo Bogotá o Nueva York?, “El problema no es que no haya graffiteros, aún estamos en proceso, lo que no hay es conceptos”.Ésta es la razón del esfuerzo de Eams por transmitir el conocimiento y los trucos para desarrollar un buen graffiti, y la causa no se ha limitado solamente a un fin pedagógico, dado que la mayoría de los asistentes a los talleres mencionados anteriormente son jóvenes de bajos recursos, donde impera el consumo de drogas a temprana edad y hábitos como el hurto. Las pinturas en la calle han servido como distracción para dejar atrás malas experiencias forjando artistas para el futuro.
¿Quién pensaría que éste arte alguna vez visto con repudio, tuviera un valor social para mover la vida de jóvenes creativamente? Bueno, sería ver una ciudad con murales, Street art y graffiti, eso sí con un sentido social y que, como sucede con Eams, mueva personas para dejar de lado problemas tan reales como lo son la drogadicción y las pandillas, especialmente en jóvenes.
A Eams le agradezco por darme parte de su tiempo, pero también le doy el crédito por abrirme los ojos y, ver como una simple pintura en la pared puede cambiar vidas, tanto para jóvenes deseosos de trasmitir sus ideas, cómo para quienes estén con la cara tapada, protegiendo su identidad. Por lo pronto, sólo queda esperar que este arte se siga forjando y porque no, deje ser mal visto por la sociedad.