La mayoría de las estructuras están en malas condiciones y los obreros suben a ellas sin las mínimas condiciones de seguridad industrial.
Por Katherine Londoño Posada
Romario Ferrer (31 años), Manuel Cortés (47), Javier Hernández (49) y Ángel Díaz (50) cayeron de un montacargas desde una altura de ocho metros, mientras pintaban la fachada de una de las bodegas de Parabicentro, en el Centro Industrial de la Circunvalar de Barranquilla.
En medio del accidente, Cortés presentó un trauma craneoencefálico; Romario una fractura de radio; Hernández una de fémur acompañadas de heridas en su rostro y Ángel Díaz un trauma en el tórax.
El accidente, que se produjo porque los obreros utilizaron un andamio convencional que no alcanzaba la altura suficiente, se registró el pasado 20 de febrero.
Pero cada día ocurren 16 accidentes en el sector de la construcción en Barranquilla, la mayoría de los casos por laxitud en las precauciones de seguridad industrial que deben tomar las empresas y los mismos trabajadores que, a decir de los arquitectos, evaden las normas mínimas porque se creen “supermanes”.
El trabajo en altura es considerado por el Ministerio del Trabajo y Seguridad Social como de alto riesgo, debido que es una de las primeras causas de accidentalidad y de muerte en la actividad laboral.
Aunque las primeras medidas para regular la salud ocupacional fueron expedidas en el año 1984, solo hasta 2012, con la resolución 1409 la Cartera estableció el reglamento contra caídas en trabajo en altura.
Ahí el gobierno exigió que “para desarrollar trabajos en altura, los trabajos deben tener el respectivo certificado, el cual se obtiene mediante capacitación o por certificación” de un organismo competente.
Ante la necesidad de una actualización, en el año 2013 el Ministerio expidió la Resolución 1903, que reglamentó la seguridad y protección contra las caídas en trabajo de altura como exigencia para empleadores, empresas, contratistas, subcontratistas y trabajadores de todas actividades económicas, tanto de los sectores formales como los informales que desarrollan actividades con peligros de caídas.
Todos los obreros que trabajen a una altura mayor de 1,50 metros sobre el nivel inferior, deben estar certificados, según la normatividad.
En 12 de agosto del 2014 el Ministerio del trabajo y Seguridad Social emitió nuevas disposiciones. La resolución 03368 exigió que toda construcción debe tener un coordinador de trabajo que debe cumplir el título técnico, tecnólogo o profesional en salud ocupacional o seguridad y salud.
El coordinador debe tener amplios conocimientos en primeros auxilios, armador de andamios, calidad y mantenimiento de los equipos a utilizar y elementos de protección personal requerido.
Pero las medidas no siempre se cumplen. El arquitecto Jairo Peralta asume que “casi nunca”.
Eso pasó, por ejemplo, con los obreros Yamir Ortíz Villa y Humberto Sosa Medina, en el barrio Manantial, del municipio de Soledad. Hasta ese lugar se dirigieron para adelantar el mantenimiento de las astas publicitarias de un aviso ubicado a unos 15 metros de altura.
Con un tarro de pintura en mano y algunas herramientas de trabajo, los obreros fueron ascendiendo, uno a uno, a los andamios.
Cuando estaban en el sitio, las brisas empezaron a mover la estructura. Los trabajadores aparentemente no asumieron el peligro y continuaron su labor. Unos minutos más tarde un estruendo sorprendió a los habitantes del barrio. Sosa Medina, de 49 años, y Ortiz Villa, de 34, cayeron estrepitosamente. Ortiz murió en el acto y Sosa fue trasladado al Hospital Universidad del Norte donde falleció al poco tiempo.
El diagnóstico que revelaron los socorristas no fue tan sorprendente: la estructura estaba en pésimas condiciones y los obreros subieron a ella sin las mínimas condiciones de seguridad industrial.
Humberto Sosa Medina y Yamir Ortíz Villa no aparecen en las estadísticas oficiales, por una razón: no estaban afiliados a una aseguradora de riesgos profesionales.
“Se está fallando en el cumplimiento de la norma porque yo no veo que la interventoría y el control de los entes territoriales sean lo suficientemente rigurosos con los contratistas”, asegura Jairo Peralta.
“Lo que pasa aquí en Barranquilla las autoridades locales se abstienen de suspender construcciones que no cumplen estrictamente con las normas de seguridad”, agrega.
Lo cierto es que los casos que han sucedido en el último año han puesto al descubierto una informalidad extrema en Barranquilla y el departamento del Atlántico, que atenta contra la vida misma.
Según estadísticas de la Federación de Aseguradores Colombianos, Fasecolda, en el sector de la construcción del país laboraba en el 2016 un millón 34 mil trabajadores. Ese mismo año ocurrieron en 105.691 accidentes de trabajo, que dejaron un saldo de 128 muertos, esto es, unos 11 cada mes.
La estadística indica que hubo un siniestro por cada 10 trabajadores.
En el Atlántico, donde la actividad constructora viene creciendo a tasas del 111% mensual según Camacol, estaban afiliados a una ARL en el 2016, unos 80.391 trabajadores, que reportaron 5.688 accidentes, lo que equivale a decir que hubo un siniestro por cada 14 trabajadores.
Para Ernesto Balza, arquitecto con más de 20 años de experiencia en el sector, el problema es más cultural. “Estos manes se creen Superman. No son solo las empresas sino el personal. Es el medio. Es la cultura”, afirma.
Según explica, el casco, diseñado para proteger la cabeza, “lo usan para coger agua”. Por su parte, los guantes “son de adorno porque dicen que son muy incómodos para trabajar”. Pero aún: “No se ponen el arnés, porque creen que no lo necesitan. Dicen: Yo no necesito esa vaina”.
Hay otros elementos especiales como canastas, con todo su equipamiento, que reposan en el piso mientras los obreros se trepan sobre una ventana.
Los incidentes ocurren, inclusive, en proyectos monumentales que se suponen cumplen con todas las normas. El 7 mayo del 2016, en efecto, una máquina pesada cayó sobre Aristides Forero Montenegro, uno de los mecánicos de construcción que trabajan en nuevo puente Pumarejo. El obrero, según el diagnóstico, no tuvo precaución y la máquina le cayó encima, causándole la muerte en forma instantánea.
Al insistir en que el tema pasa por lo económico, pues “al dueño de la obra le interesa que le salga más barata y cumpliendo con la norma le sale más costoso”, Peralta, a su turno, sostuvo que las empresas deberían ser rigurosos con exigencias mínimas como el casco.
“Lo más grave son los andamios colgantes, pues he visto cómo los cierran con dos o tres tablas, llegando al extremo de no usar las tijeras”, indica.
Dijo que si bien hay imprevistos, estos se pueden atenuar en la medida en que las empresas dejen de seguir haciendo ahorros a costa de la vida de sus trabajadores. Y que si las compañías no lo hacen, pues los obreros deben exigirlo.
José Rodríguez Forero es un obrero oriundo de Villa de Leyva Boyacá, que llegó hace 35 años a la ciudad de Barranquilla y desde ese entonces se ha dedicado a la construcción. En el año 2000, cuando laboraba en la carrera 79 con Calle 51 B, cayó de 7 metros de altura. “Había un muro flojo y cuando activé varillas para hacer el amarre se fue el muro y también me fui yo”.
Para ese año Rodríguez no se encontraba afiliado a ninguna Eps y sus familiares tuvieron que conseguir dos millones de pesos para que fuese atendido en el Hospital Universitario. “Me tocó demandar para pagar los gastos porque yo no tenía plata, y ese incidente me costó un año en la cama”.
Actualmente Rodríguez Forero se desempeña como trabajador de la empresa Constructores Unidos, está afiliado a Colpatria y Salud vida y su labor como obrero de grandes constructores continúa, pero con todos los requisitos.