Por Gabriela Monsalvo
El pasado jueves 28 de julio se estrenó en la Cinemateca del Caribe la película ‘Cantos que inundan el rio’ del antropólogo y realizador audiovisual de Pasolini en Medellín, Luckas Perro.
Esta película es un documental musical y biográfico protagonizado por Ana Oneida Orejuela, una cantadora de alabaos, que aprendió de su madre esta tradición que acompaña los rituales fúnebres en las comunidades afro del pacifico colombiano.
Oneida es también compositora, a raíz de la necesidad de narrar una tragedia que vivió su pueblo, la Masacre de Bojayá. En medio de un enfrentamiento entre la guerrilla de las FARC y los paramilitares murieron más de 100 de sus hermanos y hermanas, por lo que las cantaoras se juntaron en coro ante el injusto destino y conformaron ‘Las Musas de Pogue’.
La película nos lleva en un viaje a Pogue desde el imaginario de Oneida y gira alrededor de su vida contada a través de los cantos, la palabra, la cotidianidad y los recuerdos bellamente representados por Luckas a través de la imagen y la sonoridad.
El río es un elemento fundamental en el universo de Pogue y fue también el punto de partida para llegar al corazón de la película. En un intento, difícil al inicio, por contar el río en cantos, el director entiende que el reto para estas mujeres era hablar de lo que hace parte de ellas, el contarse a sí mismas. En cambio, era una necesidad que no pedía permiso el cantar sobre el dolor que dejó a su paso el conflicto armado.
Aunque utiliza archivo audiovisual y algunas tomas de grabación in situ, la película, según Luckas, no busca mostrar un registro de la realidad ni una representación ni siquiera cercana en términos de objetividad de lo que es Pogue o de la masacre en Bojayá. Es más bien sobre lo contrario: la subjetividad, los sentidos de Oneida. A través de ella se muestra también a las cantaoras, a las mujeres de su comunidad, el ser madre, el ser niña y el ser ella, con sus anhelos, limitaciones y el aún incesante dolor que fortalece.
El proyecto tiene, además, una campaña de impacto que busca recolectar fondos para construir la Escuela del semillero de Alabaos en Pogue, coordinado por Oneida. La información para donar puede consultarse en cantosalrio.com. La película estará disponible en la Cinemateca del Caribe desde el 28 de julio hasta el domingo 7 de agosto.
Entrevista a Lukas Perro
Desde el laboratorio de comunicación Jui Shikazguaxa conversamos con el director sobre el proceso de creación de la película.
¿Cómo surgió el interés de contar esta historia?
LP: Primero, fue conocer el lugar. Yo llegué a Pogue en 2014 por Natalia Quiceno, que escribió el Libro ‘Vivir Sabroso’, es colega mía y cuando eso, el libro era su proyecto de tesis doctoral del Museo de Río de Janeiro y me dijo: “necesito que me ayudes a hacer unas imágenes para completar el texto”. Entonces fui en función de eso. El último lugar que conocimos en esa ruta fue Pogue y yo quedé prendado y con ganas de seguir haciendo. En ese momento había Centro de Memoria Histórica y nos apoyaron e hicimos un corto llamado Las musas de Pogue, se puede ver fácil en internet y es la semilla de lo que yo afinaría para la película ‘Cantos que inundan el río’.
Es un corto sobre las cantaoras de Bojayá también…
LP: Sí, es un corto muy de exploración, pero en estos días leía a Sergio Pitol, escritor mexicano, y él decía que antes de arrancar una novela lo que hacía era leer sus diarios porque en el diario estaba consignado el encuentro primigenio con las cosas, el día de la creación, le dice. Un poco ese corto en video es lo que para Pitol son esos diarios. Ahí está un poco lo que yo luego buscaría hacer de una forma más categórica.
¿Por qué Oneida?
LP: Según el manual de documental sería la persona con la que no lo harías. Una persona un poco introvertida, pero eso era lo que más me gustaba. Siento que hay una afinidad. La gente piensa que nos quedamos callados en grupo, pero no nos quedamos callados porque haya una apatía con los que están ahí, es porque uno está quizá pensando las cosas desde otro lugar, en otra profundidad. Entonces había ese vínculo de carácter entre ella y yo, y ella es una gran compositora, eso es innegable. Fue una conexión con todas muy impresionante, pero yo sentía esa afinidad. Y fue un regalo de la vida, pero de alguna manera yo era el medio para un deseo que en realidad era de ella. No era que yo deseaba hacer una película, era que Oneida deseaba contar su historia. No podemos decir que es su historia en totalidad, pero sí es una versión que intenta llegar a hilos muy gruesos de ese tejido que ha sido la vida de ella.
¿Cómo te diste cuenta de que ella quería contar su historia?
LP: Hay una anécdota que siempre cuento, que lo decía en la Cinemateca, veo mucho el cine de Jean Rouch y de Agnès Varda porque me gusta jugar. Un registro a secas de lo real y una relación en distancia con los sujetos no me interesa. Me interesa componer un juego y, en este caso, era componer al río. En ese entonces era una película coral y ellas empezaron el ejercicio de contar los versos y, en una reunión, Oneida nos dice a todos en pleno: es que a la masacre le cantamos rápido porque fue un disparo al corazón, en cambio el río siempre está ahí. Cuando ella me dice eso, la epifanía que tuve fue: es el hablar de sí mismo, es hablar de la subjetividad. Las otras mujeres, se habló con ellas también, pero de alguna manera ellas sienten que en Oneida está su historia también. Su relación con la naturaleza y las tensiones que hay ahí, la manera en la que ella había vivido la masacre, su condición, para el atrateño es muy importante el poder embarcarse, y Oneida por lo que le sucedió de pequeña, fue como… ella ama a Pogue, pero está condenada a Pogue.
Hay una amiga que me decía al final de la película: “es dolorosa, pero es como la fuerza que da el dolor”. Aquí les gusta la palabra resiliencia, pero también siento que la resiliencia tiene un problema y es que con ella queda un hilo de atadura con el trauma. Amo esta palabra: estoicismo. Oneida es una persona estoica. El aguante… Está la marea y la costa, pero el sujeto no se pierde, en ningún momento negocia su dignidad.
¿Cómo llegas a conectar de una forma en la que ella pudiera sentirse segura para contar esas cosas?
LP: Lo primero fue que fuimos haciendo estas cosas y cada película y proyecto que hacíamos se devolvía a la comunidad. Estaban ellos muy al pendiente. Oneida podía ver eso. Fue una negociación. Hay una cosa que me parece muy importante a mí: el verdadero vínculo y la verdadera amistad no es el que todo el tiempo te está echando flores o con quien todo el tiempo mantenés una relación cordial. La amistad es también confrontar al otro y hubo un punto en la confianza con Oneida en que yo podía confrontarla. Se preparó todo el terreno para poder yo hacerle ciertas preguntas. Y hubo un momento muy divertido, de tensión, donde ella dijo: “no más. No quiero más. Ábrase. Las animas me dijeron que no quiero más hacer esta película”. Y entonces yo le dije “Bueno, ¿y cómo negociamos con esas animas? ¿Cómo será el negocio con esas señoras?”. Fue una cosa muy bonita. De mucho respeto. Creo que solo una vez que ella me dijo “No quiero” y yo le dije: “yo me voy a quedar; yo quiero esa línea de sombra, esa línea de oscuridad”. Y ella me lo permitió. Y se ve en la película.
¿Cuánto tiempo te tomó?
LP: Hicimos en 2016 un rodaje exploratorio. En 2018 hicimos otro rodaje, esta peli tiene mucho de repetir cosas, hay cosas sobre las que volvíamos. Luego en 2019 ya teníamos el Fondo de Desarrollo Cinematográfico. Pero más que tiempo en cámara, era el tiempo en que no grabábamos: el tiempo en que estábamos conversando, simplemente estando con ella. Es un tiempo invisible quizá en la película, pero no tan invisible porque estaba ahí en los pocos metros de distancia que estábamos de ella todo el tiempo, en los lugares que logramos entrar, en esa voz en la que ella logra contar eso.
¿Hubo otra cosa que te hubiera gustado contar o mostrar y que no se pudo por alguna razón?
LP: Hay un secreto de cocina en la película. Tengo unas cosas que se filmaron en función de algo y luego se rearmaron en función de otra.
La exhumación, por ejemplo…
LP: Yo nunca la tenía en mi idea de la película. Yo había estado ahí. Fue fácil negociar que pudiéramos tenerlas porque le mostramos al Comité de Víctimas: “ustedes nos tienen la confianza, yo no voy a romper esa confianza, esto es lo que quisiéramos tener de esos fragmentos”. Tratando de ser muy delicados con ese momento, porque fue un momento muy duro. Lo que hizo el Comité al decir “No medios de comunicación” fue realmente muy importante porque era perfecto para toda esta cosa que hacen como de reality, de aprovecharse de ese dolor. Eso era aún un platanal de dolor. Fue una muy buena decisión.
Hubo cosas, por ejemplo, el sueño. Esa escena de ese día duro del que hablaba fue armada en función de una canción que no quedó. Es que los partos para Oneida fueron muy duros. Todo ese proceso como madre gestante, en muchos momentos, la tuvo al borde de la muerte. Y, en este caso, muere su hijo. Es un momento en el que ella entra en una alucinación. Me imagino que hay un episodio de fiebre, no sé. Y ella dice: “tengo una candelilla, una cosa que me dice que me tengo que ir, no sé para dónde”. Y las hijas cuentan que ella andaba como una loca para todos lados y escuchaba una voz adentro que le decía: “embárcate, embárcate”. Y un poco en la película se junta la angustia personal con lo que fue la angustia colectiva por la masacre.
Hay unas situaciones que parecían bellas, pero interrumpían el ritmo. Rompían un código que el montajista me ayudó a encontrar.
¿Y alguna cosa que Oneida te dijera “no”?
LP: Hicimos una cosa muy bella. Buscando imágenes para hablar de ser madre y la gestación, desde el estereotipo, uno pensaría: las mujeres afro van a estar muy dispuestas a hablar. Está esa imagen de que lo afro es lo corpóreo y el despliegue. Me di cuenta de que el evento del parto es muy íntimo. Lo grabamos. No quedó tan bien ejecutado. Sabía yo que no iba a quedar en el metraje y esa noche hice una cosa: la imagen era de Oneida despertándose y caminando por su casa, y en cada habitación hay una mujer distinta pariendo. Y entonces, no teníamos una iluminación para generar ese claro-oscuro. Entonces se veía muy oscuro. Una posibilidad era con el sonido. Entonces necesitábamos que las mujeres se pusieran en situación e hicieran gemidos. Pero con mi esposa he aprendido eso: que esa es una visión muy masculina de lo que es el parto. Y me dice Oneida en un momento: “es que aquí la mujer que grita mientras pare es mal vista, es floja”. Todo un universo. Y yo sentí que no me podía meter, no era necesario tampoco. Llegó por otro lado eso que yo quería, ese vínculo de la maternidad está representado de otra manera distinta en la película.
¿Cuál fue la escena que más te gustó y cómo se rodó?
LP: Hay momentos mágicos. Ese día triste de Oneida. Hicimos una conversación sobre el sonido de la película y, aunque la imagen de la peli parezca naturalista, se quedan los detalles de esa vida cotidiana, el sonido no corresponde a la realidad a pleno del lugar. Entonces, el Pogue que filmamos no es Pogue. Es Pogue en el pensamiento de Oneida y en ese espacio-tiempo de reflexión de ella. Si se van con la expectativa de que lo conocieron a través de la película es un poco mentiroso. En general me gusta mucho eso. Y me gusta mucho cómo el río está; cómo el río es la metáfora; cómo el río es el que teje. Lo hace de una manera muy sutil. Y me encantan las imágenes de niebla. El fotógrafo a veces me decía: “marica, no me ponga a madrugar tanto”. “No, es que ese es el momento. Ese es el momento más bello de cómo la selva nace por la mañana”. Me gusta mucho el impacto que genera los cuerpos por el río. Para muchas personas de allá no corresponde tanto, pero en el relato de Oneida es muy importante. Ella dice todo el tiempo: “muchos cayeron y se fueron por el río y no volvieron, son cuerpos perdidos de lo que fue luego el proceso de exhumación”. Me interesa mucho filmar la imaginación. Entonces el lugar de la realidad que más me interesa no está aquí, está dentro de tu cabeza…