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Por Sofía León Cardona 

Desde que el pasado Día de las Madres se presentó una trifulca en el picó Rey de Rocha, en las calles de Cartagena y en redes sociales, algunos comentaban que la champeta es la causante de este tipo de desórdenes, vandalismo, delincuencia, drogadicción y todo tipo de perdiciones.

Fui a Champetú, una fiesta itinerante que lleva más de un año realizándose en varios lugares prestigiosos del centro de la ciudad y sus alrededores, para comprobar que la champeta, esta mezcla de ritmos africanos, antillanos y música afrocolombiana, no se disfruta y baila solo en los sectores desfavorecidos de la ciudad, y mucho menos es causante de la delincuencia.

El volumen del 20 de mayo se realizaría en Eivissa, un lounge bar detrás de la emblemática Torre del Reloj, frente a la plaza donde antiguamente se encontraba un mercado de esclavos. Qué paradójico es al hablar de un género musical que nació en San Basilio de Palenque, un pueblo marcado por la esclavitud.

Llegué pasadas las nueve al lugar, estaba muy nerviosa porque me di cuenta que para poder pasar desapercibida y realizar bien mi trabajo, tenía que bailar, pues no había ni una sola persona sentada. Al rato, una señora de unos setenta años, pero con el espíritu de una quinceañera, bailaba en el centro de la pista al ritmo de La Rubia de Oro de El Boogaloo. Otros bailaban a su alrededor y grababan con sus celulares, iluminando así los movimientos caribeños de la mujer con los flash, mientras coreaban esta canción de hace más de una década. Al rato, un joven se integró retando a la señora y esta no se quedó atrás. No todos los días se ve a una señora con traje de lino bailar con un joven con un body mickey mouse. Yo solo pensaba: vaya autenticidad y vaya sabor.

A las diez, el sitio se llenó por completo e inmediatamente se empezó a sentir el calor de la gente. cada vez que John Narváez o Capitán Cartagena, el organizador de la fiesta, ondeaba la bandera de Champetú, una ola de aire nos refrescaba mucho más que el aire acondicionado del lugar y los ocho abanicos Patton que estaban en el techo del bar.

Las luces del lugar hacían que mi ropa, que para ser sincera era un poco sombría para la ocasión, se iluminara, todo se veía festivo y caribe; hasta los extranjeros, que normalmente se destacan por bailar ’embolatado’, armonizaban muy bien con el ritmo de las canciones.

Al otro lado del lugar ví a un amigo que siempre toma fotos en la fiesta. Después de la odisea de atravesar el gentío para poder saludarlo me pregunta sorprendido que qué hago allí, que nunca pensó encontrarme allí,. Yo solo reí y le dije que él nunca se pierde una. Desde luego, tenía que saber qué era lo que tenía la fiesta que atraía a tanta gente, y él me respondió que precisamente “la esencia de la fiesta era la gente, lo que tenía Champetú era gente bella”.

A media noche una de las estrellas de champeta, Álvaro El Bárbaro, subió al pequeño escenario dentro del bar. Yo no conocía sus canciones pues sus éxitos más recordado como ‘El Pato’ se grabaron antes de que yo naciera, pero la mayoría del público gozó, bailó y coreó sus canciones. El piso temblaba, todos bailaban con todos y pocos estaban emparejados. Parecía que la fuerza del retumbar de nuestros pies en el piso pudieran inclinar la Torre del Reloj y mover todo alrededor.

Capitán Cartagena preguntó por la presencia de personas diferentes barrios de la ciudad, desde Ternera hasta Castillo Grande, y por cada barrio que mencionaba un bullicio le respondía, afirmando una vez más que la champeta es de todos y para todos, demostrando que hace mucho tiempo que en la ciudad los ‘champetudos’ no son solo los de las zonas periféricas de la ciudad.

La champeta, la verdad, no la champeta urbana que suena en todas las discotecas del país, siempre se ha asociado con las personas pobres, negras, que viven en los barrios populares y con la delincuencia. En la fiesta, lo menos parecido a la champeta que sonó toda la noche fue Pa’ Mayte, que no deja de ser un ritmo caribeño, y no vi nada parecido a una pelea, ni una discusión. Y por si hace falta aclararlo, habían personas de todas la razas, edades y estratos reivindicando su gusto por este ritmo musical.

Al final del volumen 32 de Champetú, Capitán Cartagena anunció que la fiesta que ha movido a Cartagena, en dos ocasiones a Bogotá y en una a Valledupar, se iba a realizar próximamente en Santa Marta. Eran las cuatro de la mañana y ya el lugar estaba un poco despejado, regresaba a casa con la ropa pegada al cuerpo por el sudor y bastante agotada. El interior de mis zapatos estaba raído, y mis pies estaban negros, al parecer me habían pisado varias veces, pero ni cuenta me di, estaba muy distraída gozándome la fiesta que mueve a Cartagena.

Foto vía: internet

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