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Por Javier Franco Altamar

Una mañana de agosto, desperté con el recuerdo vivo de un sueño en el que cantaba algo acerca de una pareja, un asunto de arena de playa, y un viaje a grandes saltos por varios pueblos cubanos. El estribillo de esa canción, que yo había escuchado por primera vez en Cuba, me acompañó por varios años como una serpiente amarrada al zapato; y cuando, con el tiempo, llegué a enterarme de que su autor no la había compuesto, sino que la había soñado, sentí que ya era tiempo de escribir sobre ella: pero primero tenía que escudriñarla.

Quizás comencé a soñarla porque la escuchaba en cada sitio de comidas, en cada plaza, en cada trío, quinteto o sexteto de guitarra, tres cubano, bongó, clave y maracas. Sin importar las combinaciones, el estribillo del tema sobresalía en un chorro de coros. Han pasado más de 15 años desde aquel viaje de turismo, pero es fácil recrear la escena repetida una y otra vez, reforzada con la singularidad de que la canción despega justamente con el estribillo marcado en tres ocasiones:

De Alto Cedro voy para Marcané
Llego a Cueto y voy para Mayarí

Luego vine a saber que esa canción es del trovador cubano Máximo Francisco Repilado Muñoz, más conocido como ‘Compay Segundo’. El simpático seudónimo se debe a que él fue la segunda voz en el legendario dúo musical Los Compadres, conformado con su amigo Lorenzo Hierrezuelo a mediados del siglo XX. Dicen los textos de historia musical que Mäximo Francisco era, en realidad, el “alma y nervio” de esa aventura, aunque se apartó seis años después por algunas diferencias con Lorenzo.

La canción apareció en 1984, y en sentido estricto musical es un son cubano. Su médula narrativa, que encontró en un sueño su modelo expresivo, es de las razones mixtas más atractivas en una obra de arte que ha llegado a ser venerable. De esa doble condición se deriva su magia, supongo.

Este son se hizo famoso en el mundo por los años 90 y hasta hoy sigue siendo uno de los más representativos de la isla, a la altura de Guantanamera. Para hablar de su origen, Compay Segundo juró, más de una vez, que una de esas mañanas de su madurez, despertó con las notas musicales del futuro éxito sonando todavía en su cabeza, y antes de que se diluyera con el sol, resolvió atornillarlo a una historia que había escuchado cuando tenía 10 años de edad:

El cariño queee te tengo
no te lo puedooo negar.
Se me sale laaa babita
yo no lo puedooo evitar

De empezada, queda en evidencia un amor desmarcado de lo racional, pero no en favor de la locura, como suele ocurrir, sino de la animalidad absoluta y sexual. Es una metáfora, por supuesto. La imagen que se invoca, para resaltar la atracción entre dos personas, es la baba que resbala no en señal de relajamiento, como ocurre con quien duerme, sino de apetito. La boca está abierta sin que el enamorado pueda evitar la salida de algo que, en sano uso de un acto reflejo, no resistiría un trago en seco. Pero lo que está a la vista es el objeto del deseo.

Compay Segundo bautizó su obra como ‘Chan Chan’, el apodo de uno de los protagonistas del relato. La baba de la letra le pertenece. El otro personaje es su novia Juanica. La canción recrea la escena en la que recogen arena en la playa, insumo con el que pretenden elaborar los bloques para construir una casa. El asunto es que querían casarse, y para disponer de un nido de amor de cuatro paredes, la falta de dinero no iba a ser el impedimento.

Cuando Juanica y Chan Chan
En el mar cernían arena.
Como sacudía el jibe
A Chan Chan le daba pena,

Cada vez que le preguntaban por la letra, Compay Segundo se remontaba a su infancia en Siboney, poblado playero de Santiago de Cuba donde nació en 1907, ubicado a 19 kilómetros del casco urbano. Allí también vivían los dos enamorados de la historia, si es que existieron.

El relato dice que Chan Chan y su novia se metían al agua, y tomaban la arena del fondo pasándola por un colador de albañil (el jibe). Podemos suponer el movimiento de ambos; pero a ella, sobre todo, imaginémosla vestida con tela suave que, al mojarse, moldea su cuerpo. Con sus hormonas alteradas, Chan Chan, babea, pero al mismo tiempo, desde lo racional, siente un poco de vergüenza.

Limpia el caminooo de paja,
que yo me quierooo sentar
en aquél troncooo que veo
y así no puedooo llegar  

Esta es la parte críptica de la canción. No se puede negar que Compay Segundo era muy creativo y original. Su condición de genio le dio licencia para abrir su obra a las interpretaciones infinitas. Por decirlo de alguna forma, induce al exégeta a escalar en las oraciones en busca de significado, pero que cuando está en lo más alto, empuja la escalera. Es la manera ideal de acceder a la verdad mediante un juego de lenguajes, como decía Wittgenstein.

De hecho, la mente musical de Compay iba más allá de las carencias y limitantes de los instrumentos proporcionados por la cultura y los tiempos que le correspondieron. Por eso se inventó un aparato a medio camino entre la guitarra y el tres, le incorporó una cuerda gemela en la mitad, y lo bautizó como “armónico”. La idea era contar con algo que pudiera cristalizar con fidelidad lo que él tenía en su mente. La música de ‘Chan Chan’ lleva esa impronta. Es más: el estribillo despega luego de una larga apertura con el instrumento.

“Conocí el tres, conocí la guitarra, pero entre los instrumentos faltaba una cosa: la melodía. El armónico tiene bajo, pero no como el de la guitarra, sino una octava más alta para que el centro cante. En la guitarra, el centro no puede cantar porque es muy bajo. La afinación es más o menos igual que en la guitarra: mí, sí, sol: pero ya ese sol va en octava”, explicaba Compay Segundo con su voz grave.

La música se le pegó en la piel desde pequeño a Compay Segundo, y lo llevó a aprender a tocar la guitarra española y el tres cubano de oídas. Mudado ya a Santiago con sus padres, el niño Máximo Francisco aprendió la barbería para ayudar a la familia, pero se lanzó a la música formando conjunto con otros niños. Se llama ‘Los seis ases’, y fue la sensación de aquel entonces.

De manera que no debe sorprendernos verlo más adelante, ya como adulto, haciendo parte de cuartetos de trovadores, y hasta como clarinetista del conjunto Matamoros, donde estuvo por 12 años. Mientras estuvo allí no dejó de participar con su armónico y poner su voz de vez en cuando en las canciones.

La gloria nacional lo señaló a los 31 años, cuando se unió con Hierrezuelo para conformar el famoso dúo Los Compadres, que llegó a ser muy popular en todo el Caribe hasta 1955, cuando rompieron toldas y Reinaldo Hierrezuelo, hermano de Lorenzo, pasa a ocupar su lugar. Y Francisco -él evitaba el primer nombre-, ya instalado en su fama como Compay Segundo, conformó un nuevo grupo al que bautizó como ‘Compay Segundo y sus muchachos’.

Su biografía arroja una pausa relacionada con las convulsiones políticas en Cuba que lo llevaron a grabar cada vez menos, e, incluso, a trabajar en una tabacalera para subsistir. Hacia 1970, ya como jubilado, retornó poco a poco a la música, pero le tomó 20 años volver a sonar. Para su aventura de regreso, contó con el apoyo de colegas compatriotas más recientes que conocían de su gloria y le guardaban un respeto parecido a la veneración.

La lista de personajes y músicos que lo respaldaron es variada, y ya lo tenemos, por sus propios méritos, con fama internacional ganada para siempre desde 1990 en adelante, sobre todo luego de participar en el famoso disco del Buena Vista Social Club, ganador en los premios Grammy. Y los temas de Compay Segundo empezaron a cantarse con más fuerza en el planeta entero: Macusa, El camisón de Pepa, Para Vigo me voy, Sabroso, Se secó el arroyito, Sarandonga. Bilongo, y por supuesto, Chan Chan.

El estelar guitarrista cubano, Eliades Ochoa, asegura que él tuvo algo que ver con los arreglos musicales de Chan Chan, le cambió en algo la velocidad rítmica, y la incluyó en su repertorio. El mismo Compay Segundo agradeció esos aportes y los incorporó en sus propias interpretaciones, las que hoy se escuchan por todo el mundo.

Fue justamente Chan Chan la canción que hipnotizó al Papa Juan Pablo II cuando la escuchó en la Basílica de San Pedro el sábado 12 de febrero del 2000. La letra fue lo de menos porque el castellano del Sumo Pontífice no le alcanzaba para estrellarse contra las profundidades eróticas del mensaje, pero el ritmo lo atrapó al instante. Los cronistas testigos del encuentro recuerdan al Papa moviendo su cabeza empujado por las tonalidades del armónico de su interlocutor.

 -Me alegro de que un cubano llegue a saludarme-, le dijo el Papa luego de escuchar Chan Chan.

-No podía ser de otra manera. Es usted el corazón de la humanidad-, le dijo Compay Segundo.

En ese momento, nuestro personaje (otro segundo, habrán notado) tenía 92 años de edad, y había hecho parte, en la víspera, de un festejo patrocinado por la Iglesia con motivo del Día Internacional del Enfermo.

El Papa lo había recibido dentro de la agenda de encuentros que tuvo con los artistas invitados. Allí estaba el anciano delgado, con vestido entero formal y su distintivo sombrero blanco hueso que apenas cubría el pelo blanco. Ese mismo sombrero lo subastaría al año siguiente durante una subasta pública para turistas en La Habana, organizada con el ánimo de recolectar dinero para el servicio público de salud. Y allí recordó el episodio de la Basílica.

En el encuentro del Vaticano, la letra de la canción avanzó frente a Juan Pablo II como quizás lo hace frente a cualquiera que no está familiarizado ni con la terminología coloquial cubana, ni con las localidades mencionadas allí. Y aunque hay un fuerte componente de deseos sexuales en el mensaje, Compay Segundo asegura que, en el fondo, la canción es infantil, porque está más atada a un recuerdo de infancia, a un relato de niños, que a otra cosa. “La fama mundial de esa canción se dio porque es para niños. Es decir, les gusta a los niños. Y una canción que les gusta a los niños, le gusta a todo el mundo”.

Los pueblos que menciona Compay Segundo en su canción son los que él recorría en su juventud: Cueto, Alto Cedro, Marcané, Mayarí. ¿Y el resto de la letra a qué se refiere? Hay un tronco en el que quiere sentarse a descansar, pero el camino de paja se lo impide. Se supone que Chan y Chan y Juanica van de regreso a algún sitio a depositar la arena recogida. ¿Está pidiendo él que ella aparte la paja y despeje el camino? ¿Para qué? ¿Quiere apreciarla acaso mientras ella se agacha y realiza movimientos obligados sensuales?

Recordemos que es una canción para niños, así que la interpretación erótica puede resultar forzada. Aunque nunca deja de faltar el hermeneuta de blog musical en cuya mente el tronco es el miembro viril, la paja simboliza el vello púbico femenino, y el verbo ‘llegar’ se refiere al orgasmo deseado.

Tres años y medio después de su encuentro con el Papa, Compay Segundo murió en La Habana y nunca respondió -porque nunca se lo preguntaron- si la última estrofa de su canción era una alegoría sexual. A lo mejor fue un juego de palabras que, como juego al fin, tiene más que ver con los niños que con la mística filosófica, así Wittgenstein diga lo contrario.

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Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co

Comments
  • Roque conrado

    Que buena historia de las que no se recuerda mucho, pero es un bonito recuerdo.

    Que bueno mi apreciado amigo Javier Franco.
    Abrazos

    19 febrero, 2023

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