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Por: Carlos Miguel Montero

La historia de Robinson Pérez Montaguth, el niño de 14 años que ingresó a las Farc convencido por sí mismo.

Robinson nació hace 23 años en Teorama, Norte de Santander, justo dos días después de que el Eln incursionara en el municipio y destrozaran la única estación de policía que había, acabando con la vida de todos los agentes que se encontraban allí. No contó con una familia tradicional, fue criado por su abuela materna, quien según dice, es la única que nunca lo ha abandonado. Su niñez fue difícil por la falta de recursos económicos, sumada a la violencia que lo rodeaba a causa de grupos armados como el Eln, el Epl y las Farc, quienes rondaban por su vecindario provocando pánico entre los habitantes.

Las cosas se hicieron más difíciles en la vida del niño santandereano a mediados del 2001, cuando los paramilitares llegaron a su pueblo en busca de grupos guerrilleros. Si contaba con suerte podía asistir a la escuela, algunas veces no había dinero para ello, y otras, no podía salir a las calles porque “los paras acababan con Raimundo y todo el mundo”.

En vista de las dificultades decidió salir a trabajar a los 12 años: en las mañanas iba a clases y al salir, corría de inmediato a esperar los buses de la ruta local que llegaban, para bajar los equipajes y recibir a cambio un poco de dinero por parte de los pasajeros y los conductores. Recuerda conmocionado que en muchas ocasiones tuvo que huir y esconderse en lugares cercanos mientras escuchaba disparos, gritos y llantos a lo lejos.

Adultez forzada 

Presenciar la muerte con ojos llenos de inocencia fue lo que más lo traumó. Ingenuamente se preguntaba por qué las personas debían morir. La primera vez que vio a alguien fallecer, huía de las balas precisamente. Mientras corría, se topó con un hombre adulto al que impactaron segundos antes, se trataba de un civil al que le costó la vida quedar atrapado en una guerra de la que no hacía parte. Robinson quedó congelado enfrente de aquel ser agonizando. Sin poder ayudarlo, lo vio cerrar sus ojos y suspirar por última vez.

Años más tarde, cuando cursaba sexto grado, se retiró de la escuela para dedicarse completamente a trabajar. Tomó decisiones para sobrevivir, pero estas ocultaron mucho rencor y reafirmaron pensamientos revolucionarios que guardaba en su mente. Ideas que, como indica, tenía desde muy pequeño cuando percibía las injusticias e inequidades que vivía.

Su compromiso con los pobres era innato, igual que su capacidad de protesta. En la escuela, convocó más de una vez a sus compañeros para ausentarse de las clases y de esa forma, recibir atención para expresar su opinión. Dicho objetivo no lo logró. En cambio, los profesores y directivos aseguraron que actuaba así para sabotear los procesos académicos, por lo que fue expulsado muchas veces.

Acercamientos decisivos

“Nadie creía que yo tenía la ilusión de ayudar tan pequeño y cuando escuchaba de la guerrilla, siempre me mostraba a su favor”.

Con la esperanza de obtener más ingresos para él y su familia, se fue a fincas lejanas a trabajar en cultivos de coca. Allí aprendió todo el proceso para la elaboración de la pasta o también llamada “basuco”. Asegura que tenía estabilidad económica en ese momento, pero la frustración apareció. Sentía que debía vengarse de todas las personas que un día lo rechazaron y humillaron. Siguió en esta labor durante aproximadamente 7 meses, hasta que pudo relacionarse con algunas autoridades guerrilleras. Con 14 años asistió a un sinnúmero de charlas presididas por las Farc, se sentía atraído por los temas tratados y además simpatizaba con las afirmaciones de dicho grupo.

En uno de los incontables acercamientos a la guerrilla, Robinson entregó sus documentos a los jefes con la intención de hacer parte de sus filas. Significaba para él, la oportunidad de cumplir sus propósitos frustrados. Dudó porque se sentía ‘muy pelao’, pero 15 días después recibió la respuesta que le ordenaba irse con los farianos, que es como le llaman a los miembros de las FARC en gran parte del interior del país.

Las frustraciones continuaron

Su objetivo era seguir en su pueblo y obtener algún poder con el que pudiera regresarle el dolor a quienes se lo habían infringido. Pero no, fue llevado a la selva donde inició su entrenamiento. Prontamente su familia se enteró de que era un guerrillero y no estaba trabajando, como pensaban. Tan solo luego de lo que fueron para él dos largos años, comenzó su curso de ‘miliciano’. Robinson fue apto y regresó a su pueblo que era lo que quería.

Dice que estando en las calles, descubrió muchas cosas que lo angustiaban y quería regresar a los campamentos donde al menos encontraba suficiente oscuridad y odio para ocultarse. A pesar de todo, seguía siendo un niño y en ocasiones, hizo cosas que no le gustaban. Entre sus cometidos estaba hacer retenes, instalar artefactos explosivos, atentados contra los funcionarios públicos, entre otros delitos. “Sentía satisfacción pero luego me enteraba de que un civil había muerto con unos de los carros bomba, por ejemplo, y no estaba de acuerdo con eso”.

Y se preguntó: ¿Qué ganó con esto?

Un día en la vereda San Pablo se presentó un hostigamiento por parte de la policía. Corría sin cesar y en el camino caían los cuerpos de algunos compañeros fusilados. El ruido de los helicópteros y los disparos terminaron por desorientarlo. Recuerda que usó todas las técnicas que le enseñaron, como hacer disparos a diferentes lugares y correr en zigzag. Pero no bastó. Robinson había perdido a todos sus respaldos, ahora era él contra 150 militares. Escuchó gritos que le decían “detente, terrorista”. De repente, un policía le apretó fuerte su antebrazo y le preguntó quién era, a quién apoyaba, y otras cosas que nunca respondió. Sus armas cayeron.

“Conté con suerte porque no me mataron y me tomaron como si me hubiese entregado”.

Fue trasladado a Pereira donde le hicieron estudios para corroborar que era menor de edad. Al salir del Instituto Colombiano de Medicina Legal, se encontró con que lo esperaba una mujer, que lo abrazó y lo subió a un vehículo del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Descubrieron que aquel niño guerrillero que se entregó tenía 17 años.

De vuelta a la vida

Al principio lo llevaron a un reclusorio de menores, donde suplieron sus necesidades básicas. Volvió a comer bien, a bañarse, vestirse y dormir dignamente. En ese lugar había jóvenes de su edad, pero ninguno con una historia parecida.

El que ahora era un joven con una vida de adulto, había quedado marcado para siempre. Observó las posibilidades de escaparse de ese lugar para regresar a las Farc porque tenía miedo al Estado y a lo que le podían hacer. Después de 15 días, fue trasladado a Medellin, donde entendió que los sueños que un día vio posibles cumplir solo siendo narcotraficante o cocalero, podría alcanzarlos estudiando.

Transcurrió un proceso largo, que incluyó citas diarias con psicólogos, terminar la escuela, traslado a Bucaramanga, cursos en el SENA, e incluso su primera novia.

A los 18 años, lo enviaron a la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) como sujeto desvinculado, que se diferencia de desmovilizado debido a que se trató de un menor de edad víctima de reclutamiento. Llegó a Barranquilla con sus derechos garantizados, pero sobre todo, con deberes. Consiguió empleo, que alterno con sus estudios. Y con esto, alquiló una habitación con el objetivo de vivir independiente.

Actualmente es promotor de la ACR, y entre sus funciones está apoyar los procesos de reintegración, asistir a foros y dictar conferencias. Lo más importante que menciona es enseñar a través de su historia, y es más una obligación moral que laboral. Sus relaciones familiares se restablecieron y busca perdón con su oficio.

Robinson, entre otras cosas, busca hacer pedagogía con los jóvenes para buscar la paz. Está completamente a favor con los acuerdos pactados por el Gobierno y las Farc, aunque reconoce que hay opiniones diferentes y aclara que ese solo es un paso que nos facilita buscar la paz como individuos en comunidad.

“La idea es que en este país no se repita mi historia, debemos trabajar para que todos tengan oportunidades”.

Robinson Pérez Montaguth hace parte de los más de 12,743 hombres que desertaron de las Farc, y que hoy construyen una nueva vida y buscan un mejor país.

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