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El clima se había confabulado ese día y el brillante sol que alumbra a las 12 permanecía escondido detrás de una red de nubes que presagiaban lluvia. Pero lejos de odiarlo, los habitantes de Cien Pesos estaban celebrando el clima, habían esperado por mucho tiempo que lloviera, puesto que la agricultura, trabajo del que viven, se estaba viendo afectado por la larga temporada de sequía.

Edelmira Navarro estaba en la puerta de su casa, tenía una olla de Peto en una mesa y le despachaba a mil pesos a cualquiera que llegara por un vaso de este. Ahí empezamos a hablar.

Edelmira siempre ha trabajado por la igualdad de su pueblo, por la justicia y por el mejoramiento desempeñando todo tipo de trabajos en su pueblo, eso fue lo que la inspiró a regresar después de vivir 20 años en Venezuela y ahora, a los 70 años de edad ella dice que jamás se alejaría de Cien Pesos de nuevo.

Ella relata con tristeza los problemas del pueblo: como el gobierno de turno promete pero los deja atrás cada vez que es elegido, lo mal que la está pasando la agricultura, la falla en la salud que hace que el médico más cercano esté a una hora de distancia.

También relata con una mezcla entre nostalgia y alegría las épocas de su niñez, cuando iba al colegio del pueblo y jugaba con sus compañeros a “Emiliano” un juego que se asemeja a un “escondido” pero con sus variaciones. Cuando le preguntas su razón de su regreso a Cien Pesos ella solo puede mencionar una palabra: “familia”, pues eso es lo que significa su pueblo.

Ella conoce a todas las personas que viven en Cien Pesos desde que nació y todos tienen un amor y arraigo a su tierra por la misma razón que Edelmira; Cien Pesos nunca ha representado a una moneda, sino que siempre ha representado a la familia.

Pero misteriosamente y contradiciendo su propio actuar Edelmira nunca ha querido que su familia de sangre se quede en el pueblo, todos sus hijos y nietos, trabajan y estudian en Barranquilla pues ella sostiene que en el pueblo no hay futuro para los jóvenes.

Cien Pesos tiene algo atrayente que te hace querer quedarte a disfrutar de sus calles tranquilas, seguras, de la familiaridad en la caras de los personajes que la habitan, en las guanábanas y yucas que crecen en los patios, en las sonrisas que te reciben desde el momento que llegas hasta el momento que te marchas.

De pronto Edelmira tenga razón, no mucha gente se queda en Cien Pesos pero no hay duda alguna de que el que alguna vez fue, regresa, y el que nace allí, va a morir allí, porque hay algo que te mantiene atado al pueblo y a su gente una vez ellos te incluyen dentro de su gran familia.

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