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Por: Daniela Bustamante y Eliana Ramos.

Hace 70 años, cuando el señor Pedro Zambrano gritaba en las calles polvorientas de Caracolí ‘¡Qué viva La Arenosa!’ probablemente no pensaba cuánto tiempo perduraría ese grito a través de los años. 

El mismo niño al que la misma cantidad de años atrás Zambrano llevaba agarradito de la mano y lo obligaba a bailar la cumbia, se encarga en estos momentos de mantener la tradición y dirigir lo que es hoy la cumbiamba más antigua de la ciudad de Barranquilla. Armando Zambrano, es una respuesta a la inquietud de cómo es que el Carnaval de Barranquilla, la fiesta considerada como obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, se mantiene tan vigente en la actualidad.


Dulce Maria, bisnieta de Armando Zambrano, bailando en la Gran Parada de Tradición.


 

‘La Arenosa’, así está escrita en una bandera blanca que alguien ondea de lado a lado. Con marcadas letras rojas la bandera se impone sobre una casa que lleva encima sus cuantos años. Dentro de su manzana es fácil de identificar, ‘La Arenosa’ siempre está de carnaval, ahora la vivienda es como una caja de recuerdos, es un museo que enmarca la historia de lo que comenzó con el grito: “¡Viva La Arenosa!”

La casa alberga los inicios del año 1947, en ese periodo Pedro Alejandro Zambrano y Olga Irisina Morelo dieron rienda suelta a la cumbiamba La Arenosa. Aunque la morada tenga todo el suelo enchapado, el ruple de cuadros con fotografías de las primeras generaciones transporta a los nuevos integrantes a sentir la arena sobre sus pies, esa arena de Caracolí – Atlántico que aún tiene las marcas de los inicios de su cumbia.

Armando Zambrano está en la última habitación, rodeado de trofeos, estatuillas, placas de reconocimiento pero por sobre todo de álbumes fotográficos enmarcados en las paredes. Armando está sentado en una silla, bien acomodado y listo con la pinta carnavalera. Tiene un jean, una camisa negra con estampados de colores y un sombrero marrón propio del interior de Colombia. Esta sonriente y con buena energía, aunque tiene 74 años su físico y entusiasmo revelan otra cosa, está más firme que nunca.

EL CORTEJO CON LA CUMBIA

“A los cinco años mi papá me llevó a la rueda de cumbia para aprender a bailar” expresa con carácter. Recuerda que bailó con la pareja de su padre porque este mismo quería “que se soltara”. Tiempo después se le vio cansado en medio de la danza y su padre decidió sacarlo. “Lloré porque me querían sacar, yo no quería salir”, así relata que en medio de su rabieta y llanto nació su amor a la cumbia. De momento, don Armando se inquieta, quita de su cabeza el sombrero marrón que traía puesto y lo cambia por uno vueltiao. Tiene puesto sobre sí un sombrero sabanero –“ahora sí, todo un arenoso” afirma con energía.

Sintió la cumbia desde ese instante, necesitó ese momento para amarla y transmitirla. Tiene grabado en su disco duro, que le funciona de maravilla a pesar de su avanzada edad, los instantes de su niñez y su cercanía con la cumbia y el Carnaval. La Arenosa es el tejido de toda su familia –“lo he plasmado en mis hijos, han pasado toda su vida por la cumbia, ellos desde pequeños sabían lo que era un desfile de Carnaval, han crecido y le han cogido el ritmo a la cumbia”, rememora con orgullo.

CULTIVANDO LA TRADICIÓN

Resuenan unos collares con el viento que armonizan el ambiente. Cada elemento de la habitación se convierte en una pieza infalible para revivir los 70 años que lleva existiendo la cumbiamba. Las imágenes de los más pequeños: hijos de don Armando, de compadres suyos, y muchos más; reafirman el deseo de continuar la tradición de la cumbiamba. “Tomamos a los más chiquitos y les mostramos cómo se hace la cumbia, para que ese amor no se pierda”, comenta con brillo en sus ojos.

“La vida de nosotros tiene un límite, la semilla es la que da frutos” manifiesta don Armando. Refiriéndose a las nuevas generaciones que durante extensos ensayos buscan preservar el tesoro de la cumbia. Un poco sobresaltado e inquieto sentencia: “Nuestra tradición no puede acabarse por jamás de los jamases”, expresa mientras parece entrar en calma, como si se liberara de algo que no podía quedarse más tiempo guardado dentro de él.

Cumbiamba Puerta de Oro.


Su linaje lleva cinco generaciones dentro de la cumbiamba. Sobre la pared que da a la puerta de la habitación está un altar con velas y estatuillas de la virgen dirigidas a Ena, su hermana, quien para todos en su familia fue la diosa de la cumbia. Solía marcar bien sus pasos y darle un buen vuelco firme a la falda, además de arrastrar tan bien sus pies que muchos aseguraban que danzaba en el aire. La generación de la familia Zambrano tiene en la actualidad dos extremos: Don Armando y su bisnieta Dulce María, quien con tan solo tres años de edad es considerada por su bisabuelo como la promesa de la reencarnación de la diosa de la cumbia.

¡QUE VIVA LA ARENOSA!

70 años después, ubicados ahora en una nueva vía y en un desfile que en aquel entonces no se tenía un domingo de Carnaval, en las calles ahora pavimentadas se rememora la historia que echa con tanto gusto el señor Armando. Se escucha ¡Que viva la arenosa! junto con el fogaje típico de la ciudad, no solo por el clima sino también por la gente, los pasos precisos de la danza y el movimiento fino del sombrero.

Es la 1:30 de la tarde y encabezando la cumbiamba va Armando Zambrano. Ya no la baila, la camina. Dice que son muchas las entrevistas que le piden y personas a las que saluda, por lo que ha optado liderar solamente y no dejar a su pareja plantada. Por tratarse de la Gran Parada de Tradición, hoy va vestido todo de blanco, junto con la tradicional mochila y sombrero de La Arenosa, ambos adornados por los colores de la bandera de Barranquilla.

Armando Zambrano durante “La Gran Parada de Tradición”.


El día anterior, es decir, durante la batalla de flores, habrían vestido el otro atuendo de pantalón caqui y camisa blanca. A pesar de sus 74 años, en el recorrido luce firme y sin demostrar cansancio. Además con carácter y firmeza defiende la que sería la cumbiamba más antigua de la ciudad, cuando intentan apurar los pasos tranquilos y elegantes de la cumbia: “todo el año preparando esto, para que nos vengan a hacer correr”, le responde a una de las chicas encargadas de logística en la Vía 40.

Cumbiamba La Arenosa.

DULCE MARÍA, LA REENCARNACIÓN DE LA DIOSA

Unos pasos más atrás también irían su nieta, su hermana y varios familiares más. Unos pasos más adelante, su bisnieta. Es una pequeña de apenas tres años que baila para Puerta de Oro, la cuota chica de La Arenosa. Lleva una falda y blusa blanca adornada también con tres cintas: amarilla, roja y verde homenajeando a la ciudad.  La niña adorna su cabeza con una cayena brillante y  su rostro con una gran sonrisa. Como su bisabuelo, Dulce lidera también su cumbiamba, aunque en ocasiones se queda un poco para refrescarse o en su inocencia, dar una que otra indicación a los demás niños que bailan junto a ella. Desde los palcos, mini palcos y sillas los adultos señalan con el dedo a la pequeña que lleva en una de sus manos la falda, mientras que con la otra saluda e intercala lanzando besos y sonrisas.

Dulce María danzando durante “La Gran Parada de Tradición”.


Aun con su escasa edad, la niña denota carácter y actúa en la cumbiamba Puerta de Oro como toda una directora. Cada tanto le indica a alguna de sus compañeritas que no tome la falda de esta u otra manera, además de exigir otro parejo. Sin embargo no pierde nunca actitud y energía de cual bailarina mayor. Es el mismo carácter que se le vio a Lucy, la hermana de su bisabuelo cuando organizaba y dirigía a los bailarines en el bus que se encuentran ahora danzando detrás de la pequeña. No en vano la niña, ha visto y vivido de cerca tales situaciones, que la hacen ver como toda una experta que saluda a su público y arrastra sus pies en la vía 40 con la enseñanza de maestros que llevan en el ejercicio de salir a bailar cumbia muchísimos años.

Armando Zambrano, bisabuelo de Dulce María.


Ambos son ahora el presente pero poco a poco, con el paso de cada carnaval se convierte el bisabuelo en pasado y la bisnieta en futuro. Es una escena que se repite una y otra vez en la ciudad. Quizás no siempre desde la vía en pleno baile, sino que a su vez, desde los andenes es posible ver padres llevando a sus hijos, madres y abuelas obligando a sus niños a moverse o por lo menos hacer el intento. Infantes disfrazados y otros por supuesto bailando, formándose desde ya para ser hacedores de una de las fiestas más importantes de Colombia.

La pasión de la cumbia pasa de generación en generación. Hoy, Kathlyn Correa Zambrano hace memorias cuando al son de sus pasos calmados al tiempo dentro de su vientre otros pasos sincronizados se sentían como pataditas. La tradición se ha sentido desde antes de nacer, y por su parte, años atrás Kathlyn tomaba su pollera, alistaba sus flores y velas junto con su panza para recorrer cuatro kilómetros al puro son del tambor y la flauta. Sin más espera como dictaminó en su ley de cumbia: Dulce llega al mundo, llega a Colombia, llega a su Barranquilla y comienza a mover sus caderas desde el primer añito por toda la vía 40. Su tatarabuelo lo sintió, su bisabuelo lo sintió, su abuela lo sintió, su madre lo sintió y ella también sintió en el momento indicado la música que prendió la vela para amar la cumbia, y lo reafirma su madre: Esto se lleva en la sangre.

 

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