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Entrar a la cancha es un acto de valentía. Saben los jugadores que luego de un par de horas de haber empezado el partido, experimentarán, en toda su pureza, el sentimiento de la alegría o de la tristeza, sin matices.

Falcao, James y Teo esperan el centro de Frank Fabra para empujar la pelota en el fondo de la red, tienen más claro que Nietzsche que la vida solo es devenir, y que el pasado poco interesa. Mientras aguardan el centro, saben que los 63 goles que han marcado hasta el momento con la camiseta de la Selección Colombia no tendrán asidero para la desazón si esa jugada no termina en gol. El mejor ejemplo para ellos está a 120 metros, David Ospina uno de los jugadores destacados a lo largo de la eliminatoria, aún saboreaba la amargura de haber cometido el error que pone en peligro la clasificación.

De primera mano los grandes jugadores conocen la ingratitud, saben que hoy pueden ser héroes y mañana villanos. Algunos se quejan de esto, otros simplemente lo aceptan con resignación, saben que en sus pies conducen una bola de candela que algunos han llamado pasión. Saben que aquellos que hoy les piden una foto, mañana los insultarán, todo depende si la bola entra o no entra, la gratitud definitiva es solo para los dioses, esos seres que nunca se equivocan.

El arquero paraguayo se queda con el balón, y sale jugando rápido. Los paraguayos avanzan y atrás quedaron cuatro colombianos. Con su saco y su corbata, ahora es Pékerman quien más lo sufre, observa que James ya no tiene fuerzas para volver, piensa que debió sacarlo antes del empate. La osadía puede llevar al hombre a los peores desenlaces, aunque sabe Pékerman que en el fútbol ser recatado tampoco es la solución, en definitiva cualquier fórmula te puede conducir al fracaso si la  bola no entra, es el único consuelo que le queda al argentino.

En esa transición del ataque paraguayo, se siente la tensión en el estadio, la incertidumbre que sienten los hinchas por el desenlace de la jugada es la misma la que ha sentido la humanidad por saber qué hay después de la muerte. En el estadio, algunos colombianos rezan, lo mismo hacen los paraguayos a millones de metros de distancia, imagino a un dios en apuros, dubitativo para tomar la decisión que alegrará millones de almas, pero que amargará millones más.

Centro rasante, Ospina se tira, agarra el balón, se le escabulle, gol de Antonio Sanabría. Silencio. Los rugidos de los paraguayos. Silencio. Son pocas las palabras que logran expresar tanto como un silencio. En este caso el silencio nos muestra cómo la tristeza se apodera de los colombianos que están en el estadio, de su pecho y de su corazón, pues dicen los psicólogos que allí se localiza la tristeza. Los psicólogos también dicen que el canal de expresión son las lágrimas, o en su defecto, la escritura, quizá por eso escribo esto.

Aun así, la clasificación es posible, la esperanza es lo último que se pierde, como cuenta el mito de Pandora; será positiva si clasificamos a Rusia, será el peor de todos los males si no lo hacemos. En todo caso, encomendémonos a Falcao, que algo sabe de resurrecciones.

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