Por: Cynthia Castro Abril | Foto: Cortesía
La educación en Colombia parece que se convirtió en negocio para unos, y una opción de revuelta para otros.
En esta oportunidad, sin embargo, no hablaré de lo rentable que es la educación para el bolsillo de muchos en nuestro país sino, en la otra cara, las razones que utilizan pocos estudiantes para suspender clases e irse a las protestas con justificaciones validadas por otro pequeño número de alumnos.
Hablo de un pequeño grupo, porque no todos están de acuerdo con estas actividades.
Hace más de 5 meses, las universidades públicas del país le dijeron sí a un paro que los sacó de las aulas de clases y los llevó directamente a sus casas. Al motivo de ese cese de actividades lo llamaron “poco presupuesto para la educación pública en Colombia”; y aunque los promotores lograron mucho (los estudiantes dicen que muy poco) todavía hay inconformidades por parte del cuerpo estudiantil, pero deciden regresar a clases y terminar el semestre que tenían congelado, que correspondía al segundo semestre del año pasado.
Con tal sólo 3 meses de regresar a las aulas, un grupo que dice que lucha por los estudiantes y se hacen llamar “movimiento revolucionario”, emiten un comunicado en el que anuncian que se tomaran las instalaciones de la universidad del Atlántico, bajo el ideal de rechazar los asesinatos a estudiantes que han alzado la voz ante el gobierno y los líderes sociales, según ellos asesinados por el gobierno.
De paso, también anunciaron su apoyo a la Minga indígena y campesina.
La pregunta que me hago es la siguiente: ¿de dónde le nacen tantas ideas de revolución a los estudiantes?
Caminé en un par de ocasiones el campus de la universidad del Atlántico y me dio tristeza ver cómo los mismos estudiantes permiten la destrucción de lo poco que tienen; se me ocurrió preguntar a quienes me acompañaban: ¿por qué destruyen lo que es de ustedes, para después decir que no tienen nada y que el gobierno los tiene abandonados?
Su respuesta fue como si no les importara lo que ahí pasa y con un simple gesto de indiferencia me dijeron: “eso lo hacen los que se creen revolucionarios”.
Causa nostalgia que unos cuantos estudiantes le arrebaten la oportunidad a otros de seguir formándose como profesionales y personas de bien para sus comunidades, el país e incluso el mundo. Fui estudiante del sector público toda mi etapa escolar.
Eso hace que me hierva la sangre cuando veo que en universidades como la del Atlántico, unos encapuchados hagan salir del alma mater a los estudiantes que reciben sus clases, sólo porque ellos creen es un buen momento para crear papas bombas y tener un enfrentamiento cara a cara con el ESMAD, bajo la brillante de idea que protestar en contra de las acciones del estado.
Se viven quejando que los medios de comunicación los tildan de vándalos y desadaptados, pero ojo, esos medios nunca han dicho todos los estudiantes sino un grupo de estudiantes. Si a mí me preguntan, llamaría de la misma manera a ese grupo que en medio de las marchas pacíficas se salen a marcar con grafitis las paredes de lugares públicos y en ocasiones de entes privados.
No le encuentro el objetivo a esa acción. ¿Insultar al gobierno? ¿Manchar los espacios públicos? ¿Cómo llamarían ustedes a quienes destruyen lo que nos corresponde a todos los colombianos? Respóndanse la pregunta: ¿Es la mejor manera de hacer las cosas?
Muchos estudiantes de esta universidad me dice que la única forma que conocen para alzar la voz, pero, entonces ¿qué hacen los administrativos de la institución? ¿Están de lujo? o ¿Sólo están ahí para tener efectivo en la cartera?
Como estudiantes estamos llamados a generar un cambio social, sin importar que seamos del sector público o privado, un cambio en todo el sistema, pero no como destructores sino, como promotores de transformación.
A veces pasamos por ignorantes frente algunos temas, y las acciones de algunos estudiantes de las universidades públicas en el país, se convierten en complicadas para quienes vemos la educación como la mejor herramienta para generar cambios.