Por Natalia Albor, Javier Conde, Isabela Rodríguez, Gabriela Torres y Mariana Sabalza.
Si los caminos están escritos, a Christian Lobo le tocó bailarlos. Sus sigilosos pasos, un comportamiento adquirido en el salón de danza, no son los que anuncian su llegada al recinto; es la presencia en su saludo lo que llama la atención de sus alumnas de manera casi inmediata. Las miradas recaen sobre un hombre cuya estatura no hace justicia a la imponencia que en sus clases transmite y una sonrisa juvenil que fácilmente podría hacerlo pasar por un estudiante. La fijación en su cabello castaño, causada por el gel, permite vislumbrar los tonos prolijos de su personalidad.
Está agachado. Sus codos se apoyan en sus muslos flexionados. Sus manos se posan cerca de su mentón y su expresión facial solo grita concentración. Sus ojos marrones, que a veces tiemblan, siguen con mucha atención el grupo que baila frente a él. Parece Pékerman en un partido de la selección Colombia en el 2014. Pero él no es director técnico, y quienes están frente a él no son futbolistas. La vida, que ha acostumbrado a dictar su camino, hoy hace un guiño a quien sabe detalles de él, dejando ver el recuerdo de aquellos tiempos, que tal vez él mismo no recuerda bien, de cuando jugaba en un equipo de fútbol.
Hasta los doce años, Christian Lobo Barrera pasaba sus tardes después del colegio entre patines y guayos, pero un telón oscuro y denso se postró en frente de él. Ese que no deja ver más allá de borrosas siluetas incompletas en los lugares donde alguna vez hubo personas. Una condición que lo obligó a retirarse de las pistas y canchas para adentrarse en una disciplina que jamás pensó disfrutar: el baile.
— Afortunadamente mi mamá es enfermera de profesión. “Cuasimédica”, le digo yo. — puntúa Lobo con una sonrisa pícara al evocar a su madre, Margarita Barrera, de esa manera. — Ella organizó un grupo de investigación con sus amigos médicos y fue la que prácticamente detectó la enfermedad — añadió.
Una enfermedad como la del queratocono despierta curiosidad al saber que los que sufren de ella pueden necesitar –14.5 de aumento en cada ojo, o así fue su caso.
En esta época, para un padecimiento poco estudiado, la única solución eran unos lentes con “fondo de botella” o la pesada rigidez de unas lentillas que raspaban sus párpados cada vez que pestañeaba; como menciona el bailarín.
El queratocono es una condición que adelgaza la córnea y la curva hacia afuera, provocando que quien la padezca experimente la pérdida parcial o total de la visión. El bailarín barranquillero es una persona de cada dos mil en el mundo que reciben este diagnóstico.
La recomendación de los médicos frente a su enfermedad fue dejar los deportes de contacto, pero sin abandonar la actividad física. Entonces la vida lo sacó a bailar.
En el escenario los colores, las formas y las luces abandonan los ojos de Christian Lobo, quien ha terminado su presentación en el festival de danza intercolegial “Gala de los mejores 2009”. Por un momento se pierde en el espacio, pero entre sombras nota pinceladas de una silueta que lo guiará en una coreografía que le cambiaría la vida.
Johnny Cabrera, el único campeón de baile de salón en Colombia, que en ese evento era jurado, vio el brillo del talento del joven bailarín durante todo el concurso y decidió aplicar presión sobre ese diamante que no sabía que podía ser descubierto.
Cabrera se convertiría no solo en su profesor, sino en un mentor y modelo a seguir que el aprendiz escéptico no sabía que necesitaba. Aun así, eran incontables las tardes en las que el reloj corría lento y las guitarras del bolero retumbaban en sus oídos como la interferencia de un televisor sin señal. Lobo no conectaba con la danza.
Su agenda se atiborró de los conteos “cinco, seis, siete y ocho”. La barra de calentamiento susurraba con malicia palabras de aliento que sus extremidades adoloridas no podían escuchar. Sus músculos progresivamente cedieron a los ejercicios de estiramiento que se convirtieron en su desayuno, almuerzo y cena.
— “Es la única manera de que seas campeón”, así me decía Johnny — una enseñanza que tiene presente en sus clases hoy en día: “tiene que doler”.
En su deseo por explotar el potencial oculto del chico con ojos de cristal, Cabrera recurre a un ejército de personas que caminan en punta, con las rodillas rotadas hacia afuera. Sin el ballet no hay baile de salón, es la piedra angular para unos movimientos limpios que resultan de la mezcla paradójica entre fuerza y delicadeza. El Ballet de Barranquilla es el primero en recibir al testarudo bailarín, pero la interferencia se hace más notoria. Lobo sigue sin encontrarse en esta profesión.
En eso, una figura femenina de largas piernas, tal postura cómo si un hilo invisible la estuviese halando ligeramente desde la punta de su cabeza, llega a la vida de este chico de dieciséis años para compartirle los secretos que el baile contemporáneo le tenía preparados. Nubia Pérez, la maestra de tez besada por el sol y unos rizos que se salían de un moño bastante suelto, logró por primera vez reemplazar esa interferencia que retumbaba en los oídos por una bella melodía que permitía que este reservado chico dejara a su cuerpo sentir.
El ballet no se da por vencido y nuevamente intenta cautivar a Christian Lobo. Esta vez fue a través de un hombre delgado, cuya barba era compatible a la prolijidad de sus movimientos. Galante de unas extremidades inferiores tan tonificadas que le permitieron hacer la suficiente cantidad de piruetas que lograron llevarlo a Cuba para estudiar Ballet. El hombre de piernas de metal es David Navarro, el maestro que lograría entablar la conexión entre Lobo y ese viejo conocido que no termina por ganarse su corazón: la danza clásica.
Es difícil establecer con certeza en qué momento todo cambió. Cuándo fue que la barrera entre la danza y Cristian se desdibujó y lo que era una repetitiva obligación se convirtió en el amor de su vida. Pero también en un limitante social que lo alejaba de las fiestas, amistades, amores, desamores y otras tantas aventuras que adornan la vida de un universitario. Lo que comenzó como un simple disgusto, sumado a una recaída de su enfermedad ocular y unas crisis de salud mental, resultó en una separación de caminos entre Lobo y el baile. No supo de rutinas ni calentamientos durante un año completo.
Una madrugada como cualquiera el joven, que ya no bailaba, dormía abrazado por la quietud. En su cuarto reinaba el silencio y la tranquilidad propia de los sueños. Hasta que su teléfono interrumpió su descanso. Vibró, vibró y vibró. La dulce melodía del silencio se tiñó de incertidumbre y sorpresa.
— Johnny murió — anuncia la voz al otro lado de la línea.
Generalmente, se subestima la importancia de un silencio en el baile, en la música, en un escrito o en la vida. Fuerza a la pausa que permite tomar una bocanada de aire en medio del frenético tiempo, eso significaron esas dos palabras. Pero en el baile, el silencio anuncia la llegada de un nuevo movimiento, uno que el público no espera y mantiene sus ojos fijos en el artista. Christian Lobo supo qué pasos hacer para entretener a la vida.
Esta noticia no culminaría en tristeza; el legado de Johnny Cabrera debía mantenerse y su aprendiz sería quien cargaría con este honor y gran responsabilidad. Entonces, estos años llenos de ensayos tomaron forma. La danza tocó su puerta y lo invitó a los escenarios una vez más.
Ahora bien, lo esperaban en la pista, pero también en el quirófano. Había organizado sus planes a largo plazo en función de la danza y su carrera universitaria, pero a sus veinte años una operación de 18 millones de pesos pasaría a ser un impedimento si llegaba a graduarse como un profesional.
— ¿Como iba a dejar yo que mi mamá pagara esa operación? — cuenta con deje de indignación y coraje.
La entidad prestadora de salud no tendría compasión y su condición tampoco. Si se graduaba, la EPS no le cubriría los costos del procedimiento quirúrgico. Lobo, en medio del afán que solo se puede entender entrenando y estudiando, decidió congelar su último semestre de universidad utilizando la excusa de entrar a un concurso de baile junto a Natalia De Castro, la que nueve años después se convertiría en la reina del Carnaval de Barranquilla 2023.
— Esa operación solo sería para un ojo, la del otro sí o sí había que pagarla porque había que esperar por lo menos un año y medio de recuperación y ya yo no iba a estar en la universidad — enuncia Lobo.
Frente a malas noticias a la vida del bailarín llegó una nueva maestra, Juliette de Alba. La mujer, de pómulos prominentes y voluminoso cabello ensortijado, quien además fue pareja de baile de Cabrera, desde entonces guió los pasos de Lobo.
Bastó iniciar una coreografía para que el salón de baile fuera testigo de la conexión que tendría este par desde el primer momento. La música comenzó a sonar y los pasos fluyeron como si fuera el ensayo final antes del campeonato de merengue en 1999, los movimientos de su cuerpo al bailar evocaban recuerdos de tiempos pasados. Al terminar la música, se quebró el cristal y las lágrimas danzaron por las mejillas morenas de la maestra. No era la primera vez que bailaba con esta pareja, para ella Cabrera seguía presente en el cuerpo de Lobo.
La expresión artística corre por las venas de Christian Lobo, no solo por sus pasos firmes y el ritmo que lleva en su caminar, sino también en su vida laboral. El hijo pródigo de la danza estudió y mantuvo cerca de sí, otro arte, el de la escritura. En sus inicios fue lector y escritor de guiones para una reconocida cadena televisiva. Pero el gran amor de su vida llegó tiempo después, cumpliendo lo que alguna vez le anunciaron.
— No sé si crees en supersticiones y cosas así… a mí siempre se me acercaba una señora en la calle que me decía que yo tenía vocación de maestro — dice Lobo entre carcajadas mientras recuerda cómo esa idea llegó a sonar tormentosa en su momento. — Era lo último que yo quería — No tenía idea del giro que su vida estaba a punto de tomar.
Algunas culturas lo llaman destino, mientras que otras se limitan a decir que es simple suerte. Lo seguro es que Christian Lobo siempre estuvo rodeado de las personas indicadas en el momento preciso; desde su madre enfermera hasta Brayan Vargas y Gaspar Tovar, los bailarines que le abrieron las puertas a la docencia en la academia Top Dance.
Ocurrió en un quinceañero. La propuesta le llegó de manera inesperada y él no supo cómo rechazarla, pero tampoco cómo podría hacerle frente a esa tarea de la que por tantos años había escapado. Las cartas ya estaban sobre la mesa, Lobo se había convertido en un instructor de baile de salón y sobre sus hombros cargaban toda la responsabilidad que esto conllevaba. Sabe que él no es el personaje principal y está a gusto de celebrar sus logros tras bambalinas mientras que sus mayores creaciones deslumbran en el escenario.
La publicidad de sus clases no tardaría en difundirse, llegando a oídos de una bailarina que por años lo había admirado en secreto.
Tras el telón de los intercolegiales, Natalia Berdugo observaba con asombro las presentaciones de Christian Lobo y fue desde este periodo donde deseó compartir escenario con él.
El nuevo profesor se paseaba de lado a lado observando que cada movimiento de sus estudiantes fuera limpio, preciso y perfecto. Si esto no ocurría, el desastre sería reflejado en su cabello despeinado con el estrés, seguido de un tic en su ojo casi que al ritmo del compás.
El guionista de la vida de Christian Lobo es astuto y supo en qué momento introducir a ciertos personajes en su vida, aún si esto significaba esperar ocho años para el momento correcto. Es ahí cuando Berdugo, una mujer con figura y estatura de muñeca se apodera del lugar y del estricto bailarín con su gran sonrisa, sus acelerados y fluidos pasos y con su voz aguda con toques rasposos llena de energía. Al encontrarse con Lobo esa misma energía llena su rostro. Pareciera como si hablaran un idioma distinto al de los demás, un idioma único que solo entienden ellos. Su forma de moverse, de hablar y de reírse aparenta imitar la del otro.
Esas risas con la que Natalia Berdugo describe a este hombre, dejan ver a través de cada capa de su piel como su corazón se hincha al nombrar a su antiguo “crush” y ahora colega de la danza.
—Él es como esa amistad cactus, de las que no tienes que estar regando constantemente para saber que están ahí y se apoyan—. Puntúa “Piroberta”, apodo que ni el mismo Christian Lobo sabe por qué le puso.
Vivir en Santa Marta no le impide llegar a la Universidad del Norte en Barranquilla apenas las manecillas del reloj tocan las y media para dar su clase sin un segundo de retraso. No es para menos su nivel de compromiso. Y es que Lobo cambió los tempos del baile para la universidad, en todo el sentido de la palabra.
En un salón con espejos en ambas paredes, que no dejan escapar ningún error, Christian Lobo está en una silla de plástico recostado sobre la barra de estiramientos viendo como cada estudiante de Ritmo Latino, grupo artístico de la Universidad del Norte, decide crear su propia versión de una coreografía que él había calculado en su mente.
— Esto no es “baila como quieras” — dice Lobo tajante a sus estudiantes.
Al oír estas palabras las alumnas se hablan entre sí con miradas y agachan la cabeza esperando la siguiente instrucción del maestro. Con la esperanza de que no les ordene hacer diez burpees por los errores que cometen.
El instructor otorga el permiso de tomar agua y de repente el ambiente en el que la tensión guiaba los pasos se dispersa con cada broma que las alumnas y Lobo se dicen entre sí. Parece que hubiese sonado el timbre del recreo y el grupo de baile se vuelve un foro para debatir los temas más triviales de la vida de los catorce pares de zapatillas que se encuentran frente a él. Lobo las llevó consigo a recorrer un camino de cambios y aprendizaje, en el que descubrieron que no basta solo tener coordinación y oído musical.
El maestro sometió al grupo a un cambio de imagen más que necesario, en el que las reglas del juego obligaron a estudiantes y directivos a desaprender todo lo que creían de la danza. El nombre del colectivo artístico, que antes era Grupo de Salsa Uninorte, se quedaba corto dado a la variedad de estilos que las estudiantes manejaban, además de los nuevos ritmos que Christian Lobo se propuso a enseñarles. Ahora no iniciaban en uno, sino en dos y el baile de salón llega a la vida de estas alumnas. El estudiante se volvió el maestro, en memoria de Johnny Cabrera. La Universidad creyó en él, y Lobo le devuelve su fidelidad.
Entre carcajadas de bromas que no cualquiera toleraría, una de las estudiantes pregunta por un nombre por el que Lobo tiene debilidad.
— ¿Cuándo traes a Bianca?
El orgullo se refleja en su rostro, la niña de sus ojos, y quien sembró en él la paciencia que le confirmaría que a lo que siempre le huía era su verdadero camino, la docencia. La pequeña de siete años, con ocurrencias que le saca sonrisas a quien la escuche, está presente en cada una de las conversaciones de Lobo cuando cuenta su trayectoria en la danza.
No quiere dejar de enseñarle a la pequeña Bianca. Es por ella que decidió mudarse a La Perla de América, sin obviar que su familia le ofreció una gran oportunidad de trabajo. Fue con esa niña de hilos dorados en su cabeza y talento digno de competencias internacionales, que Lobo descubrió su vocación por enseñarle a pequeñas artistas. Se asemejan a la arcilla moldeable, sin mañas, y con una flexibilidad que les permite absorber la esencia de la danza en su totalidad.
Este bailarín ha aprendido a repartirse en dos ciudades por su pasión y sus alumnas, quienes ocupan un gran lugar en su corazón. Una remuneración que más que llenarle el bolsillo, le llena el alma.
Le tomó gran cantidad de coreografías y presentaciones para darse cuenta de la magnitud de su talento y lo que él representa para el mundo de la danza, no solo en Barranquilla. Roberto Sepúlveda, director de la academia RS Studio en México, lo invitó a dar una clase en su escuela y de su boca salieron esas palabras de aliento y felicitaciones que ya había escuchado en otros rostros, pero que ahora tomaban un significado especial. Se lo tenía que creer. No es para menos, cuando dos meses antes ganó el primer puesto en el Campeonato Mundial Punta’l pie en la categoría de bachata junto a su actual pareja de baile, Orianna Orozco.
Ahora que sabe que su estatura no limita su grandeza y que finalmente cree en todo lo que ha logrado solamente queda preguntarle:
— ¿Y qué esperas ahora para Christian Lobo? — él se queda mirando al frente, como si reflexionara.
Entonces estalla en carcajadas, alza sus cejas y mientras se mece al ritmo de su risa responde:
— Nada, ceguera.