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Nuestros estudiantes de quinto semestre de comunicación social y periodismo escribieron esta serie de obituarios en honor a quiénes nos han abandonado después de luchar contra el covid-19.

Luis Fernando Durán Dita, 50 años. “LUCHEN LA BATALLA HASTA EL FINAL…”  

Por: Verónica De la hoz

Fue un amanecer diferente el 14 de julio de 2020. Luis Fernando había preparado un día lleno de regalos para su esposa y un día plácido en familia para celebrar el cumpleaños de Yolima, su esposa. Ese día todas sus expresiones parecían ser despedidas. Sentado junto a su familia en una cena sorpresa que preparó, dijo a sus hijos que el día que él faltara no dejaran sola a su madre. Pidió que el ejemplo de familia que por años construyeron lo mantuvieran y siguieran. 

Esto fue lo que dejó Luis Fernando Durán Dita en la celebración del cumpleaños de su esposa, sin saber que a la semana siguiente un feroz virus le atacaría y le enviaría a hospitalización para nunca más volver.

Durán, nacido el 1 de febrero de 1970 en Sabanalarga, Atlántico, fue un hombre que se destacó por su amor hacia su familia, dejándoles a sus hijos grandes enseñanzas de responsabilidad y respeto. 

Luis Fernando dedicó 23 años de su vida a trabajar como documentólogo-grafólogo en el CTI, donde hizo buenos y verdaderos amigos. Sus compañeros de trabajo, al enterarse de su muerte, decidieron reunir dinero y enviarlo a su viuda para que con esa ayuda pudieran sustentarse por algunos días. 

Luis Acevedo, amigo y compañero de trabajo por muchos años de Luis Fernando, lo recuerda como un ser carismático, servidor y con un gran sentido del humor. Era el cumpleaños de Luis, su amigo; Luis Fernando decidió doblegar su turno de trabajo para facilitarle a su compañero el compartir con sus seres queridos esa fecha especial. No había favor que Durán negara a sus compañeros de trabajo, aun cuando de cambio de turnos se trataba y tampoco había día que no transmitiera alegría a sus compañeros por medio de sus bromas o chistes sarcásticos.  

Hoy en día, su esposa se enorgullece al ver a su hijo mayor como una copia exacta de su padre. Andrés Felipe Durán, con sus grandes ojos verdes se destaca por su gran parecido físico con Luis Fernando; aunque más allá de su apariencia, gracias al ejemplo que su papá siempre le dio. Su hijo afirma que también le heredó su estricto carácter y su responsabilidad. Su hijo en la actualidad trabaja a sus 20 años, demuestra su esmero por ayudar a su familia y tomar el lugar de su papá. Ante la situación del fallecimiento de su padre, mantuvo la calma, el dolor, y fue el encargado de los trámites funerarios. 

Familia Durán Sanabria

Fue una persona destacada por su devoción y fe en Dios, servidor de la iglesia y hacedor de obras comunitarias. Luis Fernando hacía parte de una comunidad religiosa que se encargaba de llevar alimentos a los barrios más vulnerables del municipio.

Durán gestionaba con la alcaldía municipal, y por medio de la acción comunal de su barrio, los materiales y permisos para cualquier obra que necesitaran por su lugar de residencia. Tomaba la vocería en su sector de vivienda para mejorar y combatir las faltas que se presentaran. En 2017, bajo el liderazgo de Luis Fernando, sus vecinos hicieron actividades que generaran ingresos para comprar materiales y decorar o armonizar las casas y el parque del barrio. Su liderazgo lo llevó a trabajar y mejorar muchas cosas a favor de la comunidad. 

Luis Fernando murió por Covid 19 en la clínica La Misericordia de la ciudad de Barranquilla a los ocho días de haber ingresado con los síntomas y después de pasar por la unidad de cuidados intensivos, donde infortunadamente falleció. El doctor Aldemar Pineda, quien estuvo encargado de su salud, reconoció ante su esposa que a Durán se le veían las ganas de seguir viviendo, pues al momento de enfrentar una crisis respiratoria fue reanimado por más de 40 minutos en tres oportunidades; un claro ejemplo de su lema de vida “luchar la batalla hasta el final”. 

Luis Fernando Durán Dita (1970-2020) 

Segunda historia: En memoria del ganadero emprendedor

Falleció una persona que, a pesar de ser diabético, supo sacarle una sonrisa a la vida

Un hombre que descubrió que los placeres de la vida estaban junto a sus seres queridos

Por: Hernán Onorato

A veces la vida es confusa, no logras entender a dónde quiere llevarte o cuál es la razón por la que ocurren determinadas cosas. La vida es un montón de preguntas, por momentos enredadas y sin respuesta. Y la vida es, así mismo la memoria, que nos brinda ese privilegio de volver un agujero oscuro y silencioso en algo maravilloso por lo cual vale vivirla. Además, cuando hay sentimientos de por medio la memoria siempre perdurará.

Carlos Arturo Molina López fue de esas personas que demostraron ser invencibles al olvido, que demostraron que la memoria es de las cosas más valiosas que le puedes dejar a un ser humano, y que ni el dinero puede comprar los recuerdos, experiencias y anécdotas que la memoria te brinda. 

Nació en una finca en la montaña ubicada en Villa Pinzón, un municipio del departamento de Cundinamarca, caracterizado por su clima frío y sus extensas tierras verdes llenas de cultivos, animales y personas dedicadas del campo. A los tres meses de nacido, su madre, Consejo López fallece, y son su padre (Emiliano Molina) y sus hermanos los que se dedicaron a su crianza. Su padre se desempeñó como agricultor, la muerte de su esposa fue algo que le impactó muy fuerte anímicamente, y es su hermano mayor, Antonio, quien vela por el bienestar de la familia de Carlos Arturo, dedicándose a la mecánica, especialmente de motores industriales.

El campo era su pasión, ordeñar vacas su día a día. Le dedicaba tanto tiempo a su labor de campesino que nunca fue al colegio. Carlos Arturo no tuvo ningún tipo de educación en alguna institución educativa, pero eso no le impidió progresar y emprender. Su finca se volvió una de las mayores productoras de leche de la zona, tanto así que le distribuía leche a la empresa de lácteos más grande del país, ‘’Alpina‘’. Contaba con una extensa variedad de ganado: ovejas, chivos, patos, cerdos, gallinas, etc. Era el simple hecho de imaginarse al típico hombre de campo, con su sombrero característico y montado sobre su caballo. Dentro de su finca tenían todo tipo de cultivos, desde papa hasta tomate Cherry, los cuales cultivaban con abono orgánico proveniente del estiércol de vaca, y las lombrices. 

Su hermano Antonio Molina comenzó a tener éxito como mecánico y a generar mayores ingresos, permitiéndoles trasladarse a Carlos Arturo y su familia a la ciudad de Bogotá en busca de nuevos horizontes.

Junto a su esposa, Elsa López Salamanca, fundaron una empresa distribuidora de farmacéuticos llamada ‘’Internacional de drogas S.A‘’, la cual tiene varias sedes en la ciudad de Bogotá y cuenta con más de 40 años laborando. En sus inicios, Carlos Arturo trabajaba como mensajero y domiciliario de productos farmacéuticos. Era tanta la clientela que tenía, que el padre de su esposa le propuso montar su negocio en su propia casa. Carlos Arturo tenía toda la casa de sus suegros llena de cajas con los productos de farmacia, tuvo que arriesgar la comodidad de la familia de su esposa para así poder salir adelante con su negocio. Fruto de su esfuerzo, los resultados se empezaron a ver. La mercancía que vendía era abrumadora, ya no había espacio para más productos en la casa de sus suegros. Tuvieron que alquilar dos habitaciones de la casa de enfrente y posteriormente una casa completa a la cual pasaron a vivir en medio de toda su mercancía. Terminaron usando las cajas como almohada.

Su familia lo define como una persona muy atenta y detallista. ‘’Cuando yo me quedaba en su casa, tenía clase a las 6 de mañana, y él se levantaba para hacerme el desayuno antes de la clase, el nivel de detalle que tenía con su familia era impresionante ‘’, lo describe de esta manera su sobrina Liliana López. Los tiempos que más disfrutaba eran los familiares, propendía mucho por la unión familiar, a eso se debe tanto detalle demostrado hacia ellos. Gozaba de levantarse en las madrugadas, tomar un buen capuchino con mucha espuma y leer el periódico con su sobrino entre piernas. También disfrutaba de planear viajes con toda la familia, no temía cruzar el país en carro desde Bogotá hasta Cartagena o sobrepasar fronteras para llegar a Ecuador, simplemente por pasar un buen tiempo en familia y dejar ese recuerdo tan especial en sus memorias. 

Una de las anécdotas más recordadas por su familia fue cuando fueron al paralelo 0 en Ecuador, en ese lugar hay una actividad de equilibrar un huevo sobre un clavo ubicado exactamente en la línea del Ecuador. Después de tantos intentos fallidos por parte de su familia y otros turistas presentes, Carlos Arturo junto a su nieto Juan Diego fueron los únicos en lograr equilibrar el huevo sobre el clavo, parecía como si estuvieran conectados abuelo y nieto mentalmente para lograrlo, fue un hecho que sorprendió a los demás presentes en el lugar.

Carlos Arturo siempre buscó darle una vida llena de comodidades a sus hijos (Carlos Arturo, Olga y Nancy), brindarles la mejor de las educaciones. Su gran anhelo era verlos graduados de alguna de las universidades más prestigiosas del país, y fruto de su esfuerzo por brindarles ese privilegio, logró ver a sus hijas graduadas de dos de las mejores universidades de Colombia, Externado y Javeriana, a Olga como administradora de empresas y a Nancy como ingeniera industrial. Hoy en día, sus tres hijos han seguido sus pasos en el campo y actualmente se encuentran a cargo de la finca de su padre.

Sus nietos eran su razón de ser, tuvo siete. Si a uno de sus nietos le gustaba las tostadas Bimbo, él iba a la tienda y se la compraba. Si se le olvidó comprarle el cereal a su nieto, él se devolvía especialmente a comprarlo así lloviera o tronara, siempre teniendo en cuenta como principal objetivo en su vida complacer a sus seres queridos.

Carlos Arturo Molina López fue un hombre correcto, honrado, un hombre de campo que luchó por la vida padeciendo de diabetes. Nunca buscó sacar ventaja de nada, cuando su padre falleció, les dejó la finca donde crecieron como parte de la herencia a él y a sus hermanos, quienes tenían decidido venderla. Pero Carlos Arturo siempre fue un hombre de principios, conservaba todo lo que lo había definido a él como persona, y la finca donde creció no iba a ser la excepción. Carlos Arturo acordó comprarles la finca a sus hermanos a pesar que él también era propietario de ella, le dio el dinero que le correspondía a cada uno de ellos y se quedó con la finca para así volverla una de las mejores de la zona, lo cual logró.

Elsa López Salamanca fue su compañera. Estuvo a su lado la mayoría del tiempo, 47 años de casados, y en su vida guarda infinidad de recuerdos con ella. Luego de que su hermano mayor (Antonio) empezará a tener éxito como mecánico, Carlos y su familia se trasladaron a vivir a Bogotá y, como coincidencias del destino, su casa estaba detrás de la de su futura esposa Elsa. 

Este no fue un amor a primera vista. Carlos Arturo primero se interesó en la hermana de Elsa, Marina López. Sin embargo, este deseo de conquista no duró demasiado, debido a que la familia de Elsa se mudó de esa casa a otra a cinco cuadras de distancia de la Carlos y en frente de la casa donde vivía la familia de Elsa pasó a vivir el que sería el futuro esposo de Marina López en el año 1957. Fue en ese momento cuando Carlos y Elsa decidieron unir sus vidas, ¿quién iba a pensar que dos muchachos de 15 años iban a terminar juntos para el resto de su vida?, un claro ejemplo de que el amor verdadero existe. 

Carlos Arturo era tan despreocupado por su imagen que su esposa Elsa era quien la que lo vestía y le compraba la ropa. Un día Carlos Arturo fue con su esposa a un centro comercial a comprar ropa, entraron a una tienda donde Carlos se empezó a medir vestidos, era prácticamente la primera vez que compraba ropa en 35 años de casados. Entre vestido y vestido, terminó gastándose más de 6 millones de pesos. “Ese día compró lo que nunca había comprado en su vida‘’, contaba Libardo López Salamanca, hermano de Elsa. Carlos Arturo tenía tantas cosas que lo volvían especial, las cuales se hacen difíciles de enumerar, pero algo que definitivamente hará falta de Carlos Arturo es su compañerismo. Más que un tío, un abuelo o un padre, era un amigo, un amigo en el que podías confiar para lo que lo necesitarás. “Era un hombre al cual podías contarle todos tus secretos sin que se molestase, hablé hasta de mis novios con él” cuenta su hija Olga. ‘’Era la mejor persona para pasar un guayabo‘’, comenta su sobrina Jenny.

Como todo buen amigo era un hombre atento. Todas las mañanas se dedicaba a llamar a sus seres queridos para preguntarles cómo estaban, sin importar el lugar del mundo en que se encontraran. Incluso cuando Olga vivía en Estados Unidos, esta llamada nunca faltaba; igual pasaba con su nieto Juan Diego, mientras se encontraba en China. Todo ese tipo de cosas quedarán guardadas dentro de la memoria de sus seres amados.

Aquí es donde la vida se vuelve confusa, ¿por qué tiene que haber un final tan triste para una persona tan noble y amada?, son preguntas que no tienen una respuesta, una explicación que permita entender el rumbo que la vida a veces nos lleva a tomar. 

Carlos Arturo junto a su esposa tomaron todas las medidas de aislamiento y prevención posibles contra el Covid-19, pero fueron dos salidas, una a la notaría y un encuentro con sus hijos en el día del padre, las que definieron el destino de sus vidas, ambos dieron positivo para Covid-19. 

Es en este momento donde la lucha entre la vida y la muerte da inicio. Carlos Arturo y Elsa realizaron el tratamiento en casa, lastimosamente las dificultades respiratorias llegaron y sus hijos al ver que la situación de sus padres empeoraba decidieron internarlos en un hospital. Es aquí donde el Covid-19 ataca cruelmente a Carlos, y al sumarse con la diabetes, su estado de salud empeora. Es doloroso el solo imaginar el sufrimiento de este hombre durante más de un mes en cuidados intensivos y sin la posibilidad de ver a sus seres queridos, aislado en un cuarto frío y solitario. Su familia realizó el rosario durante 40 días para orar, y pedir por la pronta recuperación de Carlos Arturo, lastimosamente esta vez el Covid salió victorioso.

Llega ese momento en el que una persona se vuelve un recuerdo y pasa a vivir dentro de la memoria de todos los seres que lo amaban, donde se entiende que, a pesar de no estar más en este mundo, su alma por fin puede descansar en un mejor lugar tranquila, ya que aquí seguirá vivo su recuerdo y la descripción que sus hijos le otorgaron “El mejor papá del mundo”.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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