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Esta es la tercera parte de nuestro especial de obituarios escrito por nuestros estudiantes de periodismo IV homenajeando a quienes nos han dejado durante esta pandemia.

Alcides H. Juliao Ramos, curiosidad permanente por el saber exacto 

Por: María F. Ospina

Padre, abuelo, profesor de química orgánica, mecánico y enamorado del conocimiento, cinco facetas en las que se desempeñaba con sabiduría un cartagenero que murió el 28 de julio del 2020 a sus 86 años a causa del Covid-19.

Sus nietas e hijas cuentan las anécdotas que han escuchado de Alcides, que desde pequeño fue curioso mientras veía cómo fabricaban jabón. Ayudaba a su padre, Rafael Julio, en las ventas de pueblo en pueblo y también a arreglar los camiones que transportaban esta mercancía de la empresa de su padre llamada Jabonería Juliao. De ahí despertaron muchas fascinaciones, como la de las reacciones químicas y sus compuestos, y la mecánica, que lo llevó a emprender su camino para aprender esta ciencia. 

“Siempre me gustó el tema de la química, por el hecho de que crecí en ese entorno por mi padre, desarrollé mi fascinación desde pequeño en la industria de jabones viendo el proceso que necesitaba para su fabricación y me llamó la atención todo lo que tenía que ver con las reacciones químicas. Comencé a leer más sobre el tema hasta tomar la decisión de estudiar Química y farmacia”.

 Y que, a pesar de la falta de cupos en las universidades en Cartagena, tomó la decisión de estudiarla en la Universidad del Atlántico en Barranquilla. 

A sus 45 años, tuvo una empresa de instrumentos de laboratorio y compuestos químicos llamada “Química del Norte” que administró por más de 17 años hasta que decidió cerrarla para comenzar a ejercer la docencia.

Comenzó con la vocación de enseñar. Primero, en el colegio Eucarístico de Barranquilla y, después, en la Universidad Autónoma del Caribe, donde trabajó hasta sus 83 años. 

Para él lo más importante era que sus estudiantes comprendieran y entendieran el porqué de lo que explicaba. Les exigía para que fueran personas preparadas y analíticas. Tenía un lema que era “el profesor no es aquel que se para solo a explicar los conceptos, sino que involucra al estudiante y le hace entender el porqué y para qué de las cosas”. Los frutos de la enseñanza los recogía después cuando se encontraba con sus estudiantes que con palabras de agradecimiento y amor lo saludaban.

Alcides era una persona con un conocimiento amplio y apasionado por las ciencias duras, autosuficiente y curioso para solucionar cualquier problema, siendo capaz de arreglar su propio carro cuando este le presentaba problemas, como lo hacía en el tiempo que arreglaba los camiones en la empresa de su padre cuando era niño y hasta se atrevía a arreglar cualquier objeto dañado en la casa para aprender y saber un poco más. 

Estaba en constante aprendizaje, ya que era un apasionado por todo tipo de temas, pero su favorito era la química. Tenía cientos de enciclopedias y libros de investigación. Le gustaba leer columnas periodísticas que hablaban de salud y química, también le intrigaba leer y saber sobre nuevas investigaciones y creaciones en el mundo. 

Su personalidad era estricta y exigente con todas sus actividades, ya que siempre esperaba lo mejor de las personas que lo rodeaban porque sabía de lo que eran capaces. Era una persona muy limpia, aseada y siempre miraba esos detalles pequeños en las personas, como sus tobillos o pies. Era ahorrador hasta llegar a ser muy estricto con sus finanzas porque decía que en cualquier momento le haría falta ese dinero, así que prefería no gastarlo.

Tenía un gusto en común con su nieta, que era el helado, pues desde pequeña cada tarde después del colegio la invitaba a comer helado en un puesto de Crem helado que había por Sao de la 93 cerca de su casa, en donde siempre pedían un helado de 2.000 pesos, que traía dos bolitas del mismo sabor, pero Alcides la premiaba cuando ganaba un examen o había obtenido una buena nota en el colegio y la dejaba pedir otro acompañamiento para el helado como salsas o chispitas de chocolate que costaba un poco más, y así premiaba a su nieta, mientras charlaban sobre sus días vuelta a casa.

Para Estefanía Sierra, su nieta, a parte de un abuelo, lo veía como un papá y cabeza de su hogar, debido a que por muchos años su papá no estuvo con ella por temas de trabajo y quien siempre la acompañó fue Alcides, su abuelo. Que le exigía ser la mejor en todo lo que se propusiera, sobre todo en química.

Su carácter fuerte lo distinguía cuando las cosas no salían como él quería, pero con el tiempo, Estefanía aprendió a sobrellevar su malhumor, así que lo molestaba hasta sacarle una sonrisa y lo olvidará.

El hombre de la casa ya que vivía con 4 mujeres, con su esposa, hija y dos nietas, que ayudaba y dejaba enseñanzas en el transcurso de su vida por medio de consejos y recomendaciones. Esos eran los detalles que demostraban su amor a su familia, ya que no era el más expresivo.

A sus 86 años de edad, nunca pensó vivir una pandemia. Lo aburría el encierro y lo ponía más curioso por arreglar las cosas de la casa, pero lo que no se esperaba era que el virus sorprendiera a todos en la familia mientras comenzaban a sentir los síntomas uno por uno, al menos compartiendo en familia y haciéndose compañía por el aislamiento obligatorio, hasta que Alcides tuvo que ser hospitalizado e ingresado a UCI por complicaciones, en donde el desenlace fue su partida que tomó a todos por sorpresa.

Segunda historia:

WILSON: Juniorista hasta la muerte

El padre ejemplar y mejor juniorista falleció en Barranquilla

Entre números y computadores, Wilson ve pasar los billetes que cuenta la máquina que, cree, no lo dejará cometer una equivocación en un banco. Casi a la vez, suelta un cuento que le saca chispa a las hazañas de su equipo favorito, que para él es el mejor equipo del mundo y sus alrededores. Todos ríen a carcajadas. 

Se escuchaban unas carcajadas hasta el fondo de las oficinas, siempre mamador de gallo, payaso, risueño y juniorista hasta la muerte. 

Wilson solía quedarse horas extras para poder terminar su trabajo, aunque nunca le pagaron esas horas de trabajo. Para él su hija era su princesa. Aunque no vivía de lujos, lo poco que ganaba era para su hogar. Aunque tuviera que pagar el juguete de su hija a cuotas él lo conseguía para ella. Papá 10 de 10, de esos que lleva tu sangre y además es tu amigo. El man del barrio, el propio quillero, el de las charlas largas en la terraza del barrio San Felipe.

Juniorista de corazón, así describe su familia a Wilson. Todos los partidos se los veía en familia o con sus amigos en la tienda del barrio, un par de cervezas y la camisa del Junior. En la tienda del barrio se sentaba con sus amigos en las mesas rojas de plástico, pedía una cerveza Águila bien fría y así empezaba. El Junior anota Goool y se enloquece, abraza a sus amigos entre gritos de emoción y golpes en la mesa. Toda una celebración.

Se desvivía, por ahí dicen que su esposa se ponía celosa de lo mucho que amaba a su pequeña hija, su pechiche, su niña. Lo primero que hacía al llegar a casa era saludar y besar a su hija. Si había plata, era para su hija, sus juguetes y su helado favorito: el choco cono.

No pasaba dos casas sin que lo saludaran. Salir con él era como tener fans, y es que tanta gente lo quería, por ese gran corazón y personalidad encantadora.

Se te dañó el televisor, ahí iba Wilson. La lavadora pues Wilson, encantador, pa’ las que sea. Ese era Wilson, con razón era tan famoso. 

Estar callado era raro en él y definitivamente algo andaba mal. Con dolores y malestares inició su camino. Un hombre que no quería preocupar a su familia, pero su salud no le permitió guardar el secreto por mucho tiempo. Una semana después tuvo que ser llevado a emergencias, donde lo entubaron y no hubo marcha atrás. Wilson fue intubado ocho días después de dar positivo para COVID-19, el día de la intubación en la sala de cuidados intensivos, fría y con un silencio agobiante recibió la visita de su esposa e hija y ahí sus últimas palabras entre lágrimas fueron: “amor, prométeme cuidar a mi niña. Llévatela no quiero que esté aquí”. 

Una promesa como la de juniorista, desde la cuna hasta la muerte, se convirtió en una realidad y hoy Wilson vive en el recuerdo de quienes lo querían.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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