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Crónica desde la perspectiva de Esther Cobis Name, venezolana que migró a Barranquilla

Por: María José Fernández

No dormí esa noche del miedo, la angustia e impotencia. Mientras mis ojos estaban cerrados, mi mente no paraba de pensar. ¿Qué me deparará el futuro? me pregunté internamente con lágrimas recorriendo mis mejillas. Pero en ese momento tomé fuerzas y juré que haría cualquier cosa por obtener el bienestar de mi familia.

Abrí los ojos, era el día que esperé con desesperación. 3:00 am apuntaba mi reloj despertador. A esta hora comenzaba la odisea.

Mi liviano equipaje era mi único compañero. Desde Maracaibo, Venezuela hasta
Barranquilla, Colombia. El sentimiento de cruzar la frontera es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo. Por dos cosas, la primera por el lado mental. Los pensamientos generan una revolución abismal dentro de la cabeza.

A pesar de que uno actúa en pro del bienestar propio y de sus familiares, algo en mi sentía que los traicionaba al “abandonarlos”. Sin embargo, después esa idea se contraponía con el pensamiento de que yo soy mi propia salvadora y la de mi familia, entonces en ese momento lo vi como un sacrificio.

En segundo lugar, por lo que en realidad estaba viviendo allí ese momento. La guardia venezolana cree que tiene poder sobre cualquier persona. En realidad, lo tienen porque matan a quien se les apetece, retienen o pasan al que quieran. Es como si fueran un Dios en la tierra, que decide el futuro del que se les aparezca. En fin, ellos me requisaron hasta el dedo meñique del pie. Revolcaron mis pertenencias como cual ladrona. Me sentí humillada, pero al menos logré cruzar, cosa que muchos de mis allegados no pudieron.

En el bus desde la Guajira hacia Barranquilla solo pensaba en la tragedia que más de 935.593 personas hemos vivido al migrar hacia Colombia según el departamento de migración de este país.

Muchos hemos vivido, vivimos y aunque suene pesimista, probablemente viviremos condiciones de vida deplorables. Nuestra calidad de vida viola 9 de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la ONU tales como: la pobreza, el hambre y seguridad alimentaria, la salud, la educación, el agua y saneamiento, la desigualdad, entre otros.

Conté con suerte al llegar a Colombia y tener un trabajo fijo como empleada de servicios domésticos. Esa suerte no la tienen los miles de venezolanos que al igual que yo, migraron en búsqueda de un mejor futuro. Hoy estos hermanos, muchos de ellos profesionales, duermen en los parques, las playas y en el frío.

Patricia Salgado, socióloga de la Universidad Nacional, sustentaría este fenómeno migratorio con la necesidad del ser humano de sobrevivir. El proceso de migración ha sido tan exorbitante que el Gobierno Nacional ha tenido que pedir a la ONU ayuda para enfrentar esta crisis humanitaria.

Pero entiendo el rechazo hacia los venezolanos. Debido a que Colombia es un país con altos índices de pobreza y mayoritariamente de clase media, nuestra migración genera aún más pobreza entre otras consecuencias alternas. Un claro ejemplo de ello, son las denuncias por prostitución infantil en Soledad, Atlántico, que leí por estos días. ¿Qué tan desesperado tiene que estar un ser humano para alquilar el cuerpo de su hijo por 3.000 pesos?

Muchas veces he llegado a pensar que esto es una pesadilla. He llegado a pensar en algún momento que abriré mis ojos y podré observar a mi Venezuela colorida, feliz y libre de nuevo. Que viviré con mi hijo que apenas empieza la vida. Que el tendrá un futuro prometedor.

Éramos tan afortunados y no lo sabíamos.

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