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Por: Jean Pierre Mandonnet – Foto de cabecera: Twitter Humberto de la Calle

Empiezo a escribir casi cuarenta y ocho horas después de finalizada la polémica Consulta Liberal, en la que Humberto de la Calle se impuso por más de 40 mil votos al saliente ministro del Interior Juan Fernando Cristo, mientras da inicio, en contraste, otro debate interminable sobre la malversación de fondos públicos a través del manejo impreso por el Estado al presupuesto nacional.

Los cerca de 40 mil millones de pesos invertidos por Estado para dicha consulta han sido motivo de indignación por parte de una ciudadanía que, dicho sea de paso, desconfía terriblemente en sus instituciones y reclama el uso de este monto para invertir en educación y hospitales públicos. Así sucedió con el Mundial de fútbol de 1986, el cual iba a ser realizado en Colombia, pero terminó llevándose a cabo en México, luego de que el conservador Belisario Betancur estableciera un nuevo esquema de prioridades para el país, entre las que no figuraba la Copa del Mundo. Diego Armando Maradona se coronó en el estadio Azteca y en nuestro país, mientras tanto, recrudeció la guerra contra el narcotráfico y los cada vez más numerosos grupos guerrilleros y paramilitares fueron ganando terreno en la Colombia rural. Afortunadamente el Papa Francisco sí pudo venir veintiún años después.

Traigo a colación el ejemplo del Mundial ya que, bajo el criterio de Betancur y de quienes se oponían a la llegada del Papa a Colombia, parte la base sobre la cual se alimentan los ‘indignados’ de hoy frente a la Consulta Liberal. Eso sí, con dos valores agregados.

  • La visita del Papa dejó miles de millones en regalías y puso al país en el centro del mapa mundial por una semana.
  • La Consulta Liberal, por ende, es organizada por un partido con el que buena parte de los colombianos NO se identifica, que ha sido administrado por una élite política que ha crecido a costa del Estado y que guarda una deuda importante con la memoria histórica del país desde su papel protagónico en el Frente Nacional.

Cada sociedad es libre de invertir o no en acciones para la democracia. Colombia lo hizo sin querer.

En contraposición, los liberales pudieron remediar a sus críticos y en una porción más que diminuta, parte de su deuda histórica con el país, a través de una consulta que, más allá de su valor económico –con la carga impositiva que ello implica para la ciudadanía- posee un valor agregado e intangible que, a lo mejor, la sociedad colombiana aún no está preparada para asimilar a cabalidad.

La consulta fue sana en materia de construcción de debate, invitó a la ciudadanía a las urnas pese a que la votación en total no sobrepasó si quiera el millón y de termómetro electoral para un partido que se adelanta a sus pares, entre los cuales a día de hoy, se encuentra un partido en el que sólo esperan la llegada del sacrosanto ‘Innombrable’ con el papelito donde aparecerá escrito el candidato de su conveniencia.

Así, el Partido Liberal se comportó como partido por primera vez en mucho tiempo, a través de una contienda en la que tanto Juan Fernando Cristo como Humberto de la Calle se comportaron como caballeros, lo que en una democracia como la colombiana se convierte automáticamente en salvedad. Sobra afirmar que ninguno de los dos precandidatos mostró intenciones de pisotear a su contendor ni viceversa. Por el contrario, lo primero que hizo Cristo al conocer la derrota fue felicitar a su homólogo y nuevo candidato a la presidencia en un acto de gallardía en el que le ofreció su ayuda, cuya réplica desde las toldas ganadoras no se hizo esperar.

 

El discurso de Humberto de la Calle

Ahora, aclaro que previamente había salido el domingo a mediodía a votar, y lo hice por Humberto de la Calle, por razones políticas y estratégicas. Políticas porque es el único candidato que llega con un mensaje conciliador, que conoce el organigrama del Estado en todo su abecedario, que no fundamenta en su campaña en las deficiencias de un candidato rival y que viene con la experiencia y la voluntad de implementarlos Acuerdos de Paz con las Farc, en la medida de lo posible y sin más complicaciones de las que se han presentado hasta el momento.

Juan Fernando Cristo, por su lado, es mucho más cercano a la élite política agarrada -por decirlo de alguna manera- al Partido Liberal que tanto lo ha desprestigiado, a través del constante proteccionismo de la organización hacia dicho grupo, conformado, entre otros, por los ex presidentes y el ex candidato César Gaviria, Ernesto Samper Pizano y Horacio Serpa, así como del Senador Juan Manuel Galán. Arrastraba, sasimismo, el voto de la maquinaria Char en Barranquilla y el Atlántico, fortines de Cambio Radical, con la mira en una posible alianza con Germán Vargas Lleras para la presidencia, que finalmente no tuvo lugar.

De la Calle es un estadista de esos necesitados por el país urgentemente, sobre todo si se quiere empezar a atar cabos que ayuden a reducir la brecha de la polarización. Él, quien fue capaz de aguantar cuatro años en La Habana junto a su equipo, negociando con quién ninguno quería negociar, levantándose un día con la certeza de que sólo faltaba la firma y acostándose a dormir con un nuevo contratiempo, del que al día siguiente, un país expectante y lleno de miedos e incertidumbres debería aprender a digerir.

Él parece ser el único candidato seguro en cuanto a su discurso, dispuesto a unir y no a dividir al país, a luchar contra esa clase dirigente que se ha apropiado de los mecanismos de participación ciudadana para sacar réditos electorales, pues no fue suficiente para ellos succionar los órganos del Estado en aras de alimentar capitales politiqueros. En resumidas cuentas, tiene la fortaleza, la disposición, el ímpetu, la energía y la experiencia necesitados por el país en un momento en el cual la paz o su oposición representan, más que nunca, capital político para el 90% de la clase política con miras a 2018.

 

Diferencias históricas

Tanto De La Calle como el Padre Francisco de Roux, desde su llegada a la presidencia de la Comisión de la Verdad, han sido víctimas de la estrategia sucia y manipuladora del Centro Democrático y del ala radical del Partido Conservador. Al primero lo llaman “el candidato de las Farc” y al segundo, “el cura guerrillero”, dada su posición respecto al diálogo y a la Teología de la Liberación, a la que precisamente se refirió en entrevista para El Tiempo el domingo anterior, enfatizando en que no comparte, de ninguna forma, la toma del poder por la vía armada.

Muchos uribistas votaron por Cristo con la premisa de eliminar a De La Calle. Hoy, con su candidatura oficializada mediante el voto popular, la campaña de desprestigio aprieta el acelerador. Si el ex presidente Álvaro Uribe afirma que el ex jefe negociador perdió ‘toda credibilidad’, la pre candidata a la Presidencia por el CD, María del Rosario Guerra, hace circular videos en su cuenta de Twitter, en su intento de convencer a la opinión pública de que en efecto, se trata del ‘candidato de las Farc’.

Pero por lo pronto, voté por De La Calle, pues creo que hoy, más que nunca, el país necesita orden, aprender a dialogar, a perdonar, a respetar la diferencia y sobre todo, a conversar, y no a seguirle limpiando los trapos sucios a gente como Uribe y Vargas Lleras, quienes no han hecho nada distinto a ganar poder político a costa del Estado. Voté por él porque, considero, necesitamos un país que venza los extremos y condene todo tipo de actitudes radicales que puedan alterar la plataforma de debate ciudadano. Tales fueron las actitudes que, en un momento dado dieron a parar con el bombardeo a Marquetalia que derivó en el origen de las Farc hace más de 50 años.

Vivimos la campaña electoral más sucia de la historia política de Colombia. En ella, la interpretación subjetiva del Artículo 007 de la Constitución ha dado a parar con un multipartidismo bajo cuyo amparo cohabitan los residuos tóxicos de liberales y conservadores –parafraseado de Ricardo Silva Romero en su columna ‘Consulta’ de la semana anterior en El Tiempo. Esto ha producido un ambiente en el cual aquellos con ideas y un proyecto de país por ofrecer, como Claudia, Robledo, Fajardo o Petro, se encuentran en la disyuntiva entre adherirse a la coalición liberal con De La Calle o proseguir con su proyecto político.

Además, nos encontramos en una coyuntura en la cual la implementación a cabalidad de los Acuerdos no parte como prioridad en la agenda electoral, sino que prevalecen temas como la corrupción, la defensa de los derechos de los trabajadores (Robledo) o la baja de salarios para los congresistas. Todo esto en un cronograma que obedece en buena parte a una encrucijada contra la clase política tradicional que ahondará la notorio brecha entre ambos espectros dentro del contexto de polarización.

De La Calle, mientras tanto, llega como un estadista que aparece como en un momento clave del panorama político, social e histórico del país, en medio de la era de pos verdad, en la que las emociones y las posturas inamovibles se edifican sobre miedos e incertidumbres al servicio de unos pocos. Llegó el momento de empezar a acercar posturas, de dialogar, vencer estos miedos y fantasmas en forma de modelos económicos foráneos, pulidos en diferentes contextos socio-económicos. Llegó la hora de aceptar el reto democrático y enfrentar a las Farc desde las urnas, así como a Cambio Radical o al Centro Democrático, partidos que han constituido sus campañas con base en las debilidades del enemigo en lugar de propuestas concretas y sobre todo, soluciones para un país cuya brecha social es cada vez mayor.

La situación nacional

En Colombia habitan más de quince millones de compatriotas en zonas de riesgo, donde las instituciones cohabitan a merced de los grupos armados, los cuales acomodan sus funciones a su conveniencia. Un país que no sabe qué hacer con la coca y ya cuenta con más de 400.000 hectáreas cultivadas, sin un plan concreto de erradicación ajeno al glifosato. Este panorama ha sido aprovechado por las BACRIM, el ELN y grupos disidentes de las Farc para administrar un negocio que jamás ha conocido el verdadero poder de las Instituciones públicas.

Llegó la hora de salvaguardar la JEP. De salvar los acuerdos, que han ido siendo acomodados poco a poco en base a la dinámica electoral para Senado y Presidencia. Colombia necesita proseguir su ruta hacia la verdad. Desde un frente ciudadano que ya ha votado dos veces por la paz y necesita mantener la fe. Bajo esta misma dinámica, Eduardo Posada Carbó, en su columna del viernes 3 de noviembre titulada ‘¿Democracia occidental?’, dejaba en claro que la discusión debía partir del ¿Qué entendemos por democracia?

Queda claro que esto va más allá de un sistema de elecciones. La democracia se acerca mucho más a una construcción social, en la que el debate como ejercicio, desde las mismas reglas y condicionamiento, y sin distinción alguna de jerarquías, imperan sobre la mentira, el miedo y las amenazas. Por eso creo que con De la Calle vamos por el camino correcto. Es necesario cambiar el chip y articular nuevas maneras de hacer política, que afecten positivamente la relación Estado-Ciudadanía y empezar a concebir el Estado como una construcción social propia, donde la suerte de quienes ‘deciden’ por nosotros esté condicionada precisamente, por nosotros mismos.

*PD: La aprobación de la JEP deja muchas dudas con respecto a la implementación de los acuerdos. Más allá de las voces divididas entre el uribismo y las Farc hay dos puntos a resaltar que dejan el proceso sobre la balanza.

1.) La exoneración de ex presidentes, ministros y civiles de la JEP vincula como únicos terceros a militares, que es precisamente el punto criticado por las Farc, ya que dará con el paradero de una verdad a medias en la que las únicas víctimas serán, precisamente, las víctimas y la verdad.

2.) El paso rápido por la JEP al que serán sometidos ‘Timochenko’ e Iván Márquez con el fin de alcanzar a inscribirse en las listas para Senado y Presidencia también deja otro punto en entredicho.

¿Cuál es realmente la naturaleza del Acuerdo? ¿La participación política o la verdad?

Queda la pregunta abierta.

JPM

 

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