Por: Mariana Sierra Escobar
Todos conocemos al menos a un cocinero, un mesero, un cosmetólogo, un compositor, un cantante o hasta un profesional en Negocios Internacionales. Lo raro sería conocer a una persona que fuera todo a la vez.
Eso ocurre con Marianna Grosso, quien a sus 25 años ha hecho más de lo que a muchos les habría tomado hasta 70 años. No sólo en el ámbito de la música, mundo en el que se mueve perfectamente, sino también en su experiencia como foránea, en la cosmetología y en los negocios, sus dos carreras profesionales.
Es una mujer de estatura mediana, cabello negro y voluminoso, tez blanca y de actitud fresca. Tenía un maquillaje sutil, mientras que llevaba una pinta muy llamativa: blusa negra, falda larga con estampado de leopardo y un bolso rojo. Además, complementa su atuendo con unos accesorios que resaltaban mucho, eran dorados y delicados.
Nos conocimos un domingo en Mami Emma, una pastelería muy reconocida en la ciudad por sus buenos deditos y kibbehs. Ella prefirió tomarse un capuccino, piensa que es la bebida ideal para una tarde de domingo y para acompañar una buena conversación. Al comenzar, nuestros temas iban encaminados a la música, pero al avanzar me di cuenta de que tenía un mundo por descubrir.
En este momento se encuentra alejada de la música. Aunque dice que es su pasión y su vida entera, hace más o menos un año que no le saca el jugo que quisiera. Con sus horarios de empresa, la responsabilidad y su carga laboral ha sido imposible enfocarse en algo más. La música pasó de ser una acción de tiempo completo, a ser algo a lo que le dedica su tiempo libre, que en ocasiones no es más de una hora diaria.
“Me encanta lo que hago, pero quiero trabajar por lo mío. Siento que hago de todo, pero a la vez nada. Por no soltar nada, hago las cosas a medias, hice un stop y me retiré de la Fundación Finsocial ahora a finales de marzo. Ayudé a niños y jóvenes del internado Víctor Tamayo y planeo seguir haciéndolo. Les di charlas de educación financiera, les organicé campamentos musicales y los acompañé varios fines de semana durante un largo tiempo. Pero, de ahora en adelante me meteré de tiempo completo en la estética que tengo con mi mamá, Mia Spa Boutique. Quiero hacerla crecer y por medio de ella, ayudar a la gente a sentirse más conforme consigo misma. De esta manera siembro y también cosecho.”
Desde el cuarto mes del año en curso se define como su propia jefa. Genera empleo, administra su tiempo, comparte más con sus seres queridos y planea como reincorporarse a la música. En el spa se encarga de todo un poquito.
“Me encargo de lograr alianzas con empresas, para que así sus empleados se puedan atender en el spa. Aunque también manejo lo administrativo. En ocasiones hago tratamientos estéticos como mesoterapia y carboxiterapia, procedimientos que duran 20 minutos y se basan en inyectar agujitas que drenan grasa localizada, para posteriormente ser eliminadas por la orina.”
Pasado un rato, llegó Carlos, su novio. Me lo presentó y aproveché para preguntarle un defecto que pudiera notar en Marianna. Me dijo que sin duda la indecisión. A pesar de que llevan poco tiempo juntos, es un defecto que percibe, porque también lo reconoce en sí mismo. Sin embargo, dice que cuando de tomar decisiones importantes se trata, este defecto no se asoma. Como se evidencia en sus últimas elecciones laborales.
Su vena musical es innata. Creció en una familia musical. Algunos tocan instrumentos, otros cantan. La música no es solo pasión, talento y arte para Marianna, sino también un plan familiar en el que reúne a sus tíos y primos.
“La música me conecta incluso con mis personas favoritas. Mi primo Carlos es como el hermano mayor que nunca tuve. Con él abro mi corazón, guardo mis secretos y comparto mi pasión. De las cosas que más disfruto hacer, es irme con él a un estudio. Sentimos la música de la misma manera. Cuando oímos llegar la mejor parte de una canción, nos miramos y nos entendemos de una, sin decir nada.”, agrega con una sonrisa.
Está llena de música, proyectos, talentos y ganas de trazarse retos. Barranquillera fácil de reconocer. Su acento, gesticulaciones, manera de expresarse y dichos, no dejan duda de cuál es su lugar de nacimiento.
“Desde muy chiquita he venido siendo artista. Cogía maquillajes, tacones de mi mamá y un cepillo para simular un micrófono y me ponía a cantar en el espejo. Siempre lo hacía, pero nadie pensó que eso saldría de mi cuarto y me acompañaría toda la vida”, cuenta Marianna.
Su género favorito es el pop urbano por ser una mezcla entre lo romántico y lo urbano. Para componer le gustan las letras y los ritmos profundos. Se inspira en cuentos de sus amigas, historias propias, anécdotas familiares o en sueños por cumplir. Al plasmarlo en un papel, hace las cosas un poquito más dramáticas, dice que eso atrapa. Sin embargo, se considera muy versátil.
“Con la música no hay brechas ni límites. Si me pones un vallenato viejo de Jean Carlos Centeno o del Binomio de Oro, te lo puedo tocar con guitarra como si fuera mi mejor género. Eso sí, le pongo mi estilo y más si tengo traguitos encima”, dice poniéndose una mano sobre su boca mientras ríe.
Dice que, en el colegio, un profesor fue quien descubrió su voz. “Me escuchó cantar y me dijo que lo hacía divino. Inmediatamente llamó a mi mamá a decirle que tenía talento y que mirara a ver que hacía con eso.”
Ese fue su impulso para empezar. De ahí en adelante su mamá la motivó a presentarse en concursos, como los que hacen cada año en la Universidad del Norte, en los que ganaba el primer puesto, y también en el Factor X. “Si no fuera por ella, no se me habría quitado la pena de hacer las audiciones y luego presentarme ante el público.”
De un tiempo para acá, sus días libres, que son los domingos, los escoge para levantarse tarde, echarse en la cama y pedir comida a domicilio. En caso de que amanezca con ánimos de salir y pararse de su cama, se levanta, se organiza, va a misa y termina su tarde bronceándose en el último piso de su edificio.
“Viví 2 años en Estados Unidos después de que terminé mi agrupación. Trabajé en muchas cosas. Esa experiencia viviendo sola y trabajando en cosas que jamás imaginé, me dejó una gran lección de vida. Estuve en una empresa de diseño de interiores. Después fui mesera y finalmente, fui mitad cocinera, mitad mesera.”
—Eso quiere decir que cocinas muy bien, dije intrigada.
—Aprendí, no tenía ni idea. Me tocó.
“Fue un momento muy duro para mí. Todo empezó como una rebeldía de mi parte, porque no me quería regresar. Al pasar los días, se convirtió en un reto para mí. Me tocó guerrear. Me di cuenta de que uno en la vida tiene que servir para todo, pero más allá de eso, lo privilegiada que era viviendo con mi mamá. Uno acá en Barranquilla vive muy cómodo, en Estados Unidos trabajas para sobrevivir. Lo experimenté en carne propia.”, dijo.
—¿Te arrepientes?
—Jamás, maduré mucho. Me ejercité mental y emocionalmente. También conocí mucha gente. Fue una aventura. Un desafío.
Hizo parte de un grupo musical femenino llamado Martinee. Se proyectaba como solista, no en una agrupación. Al final hizo la audición y quedó. La idea fue de Emil Maraby, el papá de Shadia, una de las niñas del grupo. Su hija quería cantar en compañía de otras 2 voces y mezclarlo con instrumentos.
“Así lo hicimos. Estuvimos juntas hasta el 2020. Con ellas empecé a formarme. Di clases de técnica vocal. Aprendí a tocar guitarra y todo lo relacionado a la puesta en escena. Nos enseñaron a hacer un show. Fue bacanísimo. Trabajamos tanto que logramos sacar 3 canciones como agrupación y tiempo después, firmamos con una disquera muy reconocida en el género urbano, en la que se encuentran cantantes como Sech, Dalex y Justin Quiles.”
Las descubrieron a través de redes, aunque Flechas, un promotor de esta industria, también tuvo mucho que ver. Supo de Martinee, les vio potencial, las llamó y les dijo que se fueran para Miami, que las querían conocer. De ahí en adelante, las cosas se les fueron dando. Estuvieron 6 meses con la disquera. Apareció la pandemia y con ello, desapareció el contrato y la agrupación. Les tocó regresar a Colombia. Quedaron más de 30 canciones grabadas y como quien dice, se perdieron. Eran tiempos de temor e incertidumbre.
Marianna es hija única. Lo siente como un privilegio que pocos viven. A pesar de que no siempre ha sido así, actualmente vive con su mamá, su padrastro, a quien siente como un segundo papá, y con su perrita, que también cuenta como un miembro de su familia. “Desde que la tengo, no me imagino mi vida sin ella. Es mi refugio”, añade mientras comparte como está conformado su hogar.
Nos volvimos a encontrar el martes 4 de abril, 20 minutos antes de que saliera para Cartagena a un campamento musical. Llegué a su casa. Estaba ultimando detalles: guardando ropa, peinándose, poniéndose cremas y dejando las cosas listas para cuando su novio la recogiera. Tuve la oportunidad de observar más de cerca sus tatuajes. No me aguanté y le pregunté por el significado de cada uno. Son ocho. El que más me llamó la atención es el que tiene a un ladito de su mano derecha. La historia que hay detrás de él, resulta inesperada. Se lo hizo con los primeros cien mil pesos que se ganó cantando. Quiso volverlo una marca corporal para nunca olvidar ese día. Es una estrella fugaz, para ella representa una luz creciente y ese es su propósito en la vida, siempre ir hacia arriba.