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Por: Juan Herrera

La pregunta de Marat no es un ataque a la emancipación. Es una forma de recordar que la libertad no es un fin per se sino el primer paso para alcanzar la paz.

Corría el periodo de la revolución francesa, el sistema monárquico respiraba tenuemente antes de su implosión.

La política, la vida en general, aguardaban un giro que cambiaría totalmente la forma tanto de gobierno como de asociación, pues lo que otrora se consideraba como un yugo divino fue superpuesto por la concepción de que el gobierno debía nacer del folículo principal: las personas.

En esa coyuntura efervescente Jean – Paul Marat, médico y político francés, escribió una carta al también político Camille Demoulins en la que le dejaba un cuestionamiento: ¿De qué sirve la libertad política a los que no tienen pan?

La pregunta de Marat no es un ataque a la emancipación. Es una forma de recordar que la libertad no es un fin per se sino el primer paso para alcanzar la paz.

No se puede caer en el aforismo de que la libertad es sinónimo de justicia. La mendicidad nunca será percibida como aceptable pues demuestra que se puede vivir en la miseria en un mundo cada vez más autónomo.

La lucha real debe encaminarse al brinde de los bienes primarios en un marco de respeto que maneje de manera eficaz la libertad junto con la dignidad humana.

Ahora bien, es menester recalcar también que la libertad no es pasiva, permite la movilización y capacidad de pensar en disidencia, no da pan pero sirve para reclamarlo.

Haré un pequeño paréntesis. Desde una perspectiva contractualista ,el Estado es la vinculación de sujetos libres que en el ejercicio pleno de su libertad deciden crear una autoridad superior para velar por esta y, en el caso de Hobbes, castigar a los que atenten contra el equilibrio. Cerrado.

De lo anterior se infiere que la libertad es la base de existencia del Estado, quien tiene el mandato imperativo de proporcionar a sus ciudadanos esta misma, sin ella se queda sin piso, inerte.

La política se mueve en torno a ideales, no camina en el vacío. Su carácter ideológico le ha permitido permanecer a lo largo del tiempo en un mundo que evoluciona cada  vez más rápido. Gaitán hablaba de dos colombias: una política y otra nacional.

La primera se identifica por forjar líderes y vivir en torno a la burocracia. La nacional, la real, no tiene tiempo para idealizar un país mejor ya que la situación económica la oprime, la ha convertido en una cifra. Los debates políticos son un terreno desconocido por la colombia nacional, la cual ve estos elementos aislados de su universo, sentimiento que muchas veces deriva en apatía.

Desde hace décadas la abstención electoral titila entre el 40 y 50% , gran parte de los colombianos no se integran a las deliberaciones vinculantes impulsados por unas dinámicas que limitan el pensar: la época del homo laborans

No se puede exigir un lazo de pertenencia y valoración hacia la política a una población que nunca ha recibido el fruto de esta. Tenemos que aceptar, aunque nos duela, que hay contextos en los cuales un puesto de salud, por poner un ejemplo, vale más que un gobernante. Hay poblaciones que necesitan inversiones estatales, no tecnisimos.  

El clientelismo, desde la perspectiva del votante, tan criticado en cada elección es la muestra de que el instinto de supervivencia  pesa más que la conciencia.

Ojo con esto no quiero defender al clientelismo el cual considero como una práctica que lacera de manera significativa la salud democrática, solo barajo otra arista al problema distinta a culpar a las personas que venden su voto.

¿Cómo se les puede señalar a quienes esperan con ansiedad las elecciones porque ven en ellas una forma de conseguir un salvavidas monetario que ayude a llegar a fin de mes? La arenga debe ser dirigida a un Estado ineficaz de brindarle a sus ciudadanos algo distinto a eufemismos.

Según cifras del DANE, en el año 2018 un 7,2% de la población nacional vive en pobreza extrema, es decir que sus ingresos mensuales son menores a 117.605$.

El panorama no es alentador y más aún si se tiene en cuenta que una de las ciudades más afectadas es Quibdó, situada en el injustamente tratado pacífico colombiano. Cabe retomar nuevamente la pregunta de Marat y, cual metrónomo, la respuesta es igual.

La libertad queda corta cuando infamias emergen, la sombra  de un Estado fallido aparece cuando la banderas de los atropellos se ondean al lado de la autonomía.

Nuestra constitución política, considerada como una constitución verde, que vela en sus artículos por la protección de las minorías y la creación de un país con menos brechas sociales es la antítesis de lo que en realidad pasa: somos de los países más desiguales de Latinoamérica.

La disonancia entre lo abstracto y lo tácito. A pesar de las conquistas en materia de derechos alcanzadas paulatinamente, el eje de violencia, exclusión y falta de oportunidades sigue siendo el mismo para la Colombia nacional.

¿De qué sirve la libertad política para los que no tienen pan? La respuesta: no sirve para nada.

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