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Por: Sócrates

El sufijo -ismo (de la expresión latina ismus, que a su vez viene de la griega ισμός -ismós) se usa para formar sustantivos con los cuales se designan doctrinas, actitudes, escuelas, actividades deportivas o, incluso, términos científicos. Se suele usar de manera informal y farandulera como pasa con el ‘Silvestrismo’, pero en la seriedad de la expresión, remite a un discurso o a un sistema de enunciados que organizan procederes o modos de comportamiento.

En el caso de la política, se le suele agregar, en construcción irregular, al apellido del jefe máximo. Tenemos así, en nuestro caso doméstico: charismo, namismo, gerleinismo, cepedismo; y en el nacional se habla de santismo, vargasllerismo, y hasta petrismo.

En cada caso, remite a una estructura electoral que, sin menoscabo de su momentaneidad o permanencia en el tiempo, remite a lo meramente mecánico y procedimental. En medio de este mar de ‘ismos’, resalta en nuestro mapa electoral el denominado “uribismo”, que, si bien es una sólida empresa electoral, tiene como su diferenciado y más fuerte atributo que “sí” invoca un discurso, remite a unos enunciados construidos, seguidos y defendidos de manera monolítica y fervorosa.

No obstante, hay que hacer una salvedad: así como pasa con la filosofía griega, que no debe entenderse como un todo uniforme y homogéneo, porque ni siquiera el periodo clásico es un solo pensamiento (mi tocayo, Platón y Aristóteles representan miradas distintas); así pasa con el uribismo: en el amplio abanico de sus militantes, resaltan diferencias que, en estos momentos caldeados, resulta importante distinguir y exponer.

  1. El diseñador/estructurador: es, como su denominación indica, el creador o generador del discurso. En este caso, es obvio que el senador Álvaro Uribe Vélez es su máxima cabeza pensante, pero esta categoría también incluye a quienes le hablan al oído y ayudan a corregir, orientar y pulir enunciados y principios. Un buen ejemplo puede ser el senador José Obdulio Gaviria. Criterios como la seguridad por encima de todo; el rechazo frontal a todo pensamiento y posibilidad alternativa; la mirada recelosa sobre asuntos que amenacen el estatus quo; y un cúmulo de consideraciones sobre el funcionamiento del mercado y la economía, conforman la estructura del enunciado uribista.
  2. El promotor/defensor: es quien, desde instancias inferiores en la escala jerárquica asume como suyo el discurso y lo defiende a capa y espada. Pero, aunque, en la práctica se experimenta como una categoría homogénea, se reconoce que en lo estructural, se abre a dos subtipos: el que lo defiende y sigue desde el convencimiento pleno, y el que, sin necesidad de estar convencido, aun así, lo promueve y defiende. Este último está más cerca de la anterior categoría, porque está consciente de los propósitos del discurso. Es decir, sabe a lo que apunta y está sabido de antemano de su impacto, por lo que es capaz de sobreponerse a los equívocos y asume su tarea con disciplina. El otro, sin embargo (es decir, el convencido) no alcanza ese nivel: solo atiende el discurso y lo adopta sin someterlo a juicio. No tiene por qué hacerlo dado que está convencido.

Parece una diferencia insignificante, pero es clave: la fuerza electoral está en los primeros. En los segundos, están los motivadores. Al no ser estos tan numerosos, necesitan de los primeros, esos sí, disciplinados al momento de marcar su voto; y en los periodos interelectorales, son los que más discuten. Suelen ser mucho más fervorosos y están blindados –en virtud de la fuerza de su convencimiento- contra cualquier argumento en contrario. Si a alguna clase de uribista le cae al dedo la ofensiva expresión “uribestia” es a los que hacen parte de esta categoría, porque lo menos necesita esta persona es pensar: solo se requiere que actúe.

Todo esto lo tienen bien claro, como ya hemos dicho, los de la primera categoría y el porcentaje minoritario que comparte categoría con ellos en la segunda. Por comportamiento, a esta subcategoría minoritaria les queda más apropiada la palabra burlesca “furibistas”, que remite a la expresión fogosa, fuerte y agresiva que los caracteriza: Paloma Valencia y María Fernanda Cabal son dos buenos ejemplos. Lo que dicen suele estar más marcado por la fuerza de la expresión que por el contenido mismo del enunciado. En virtud de esto, sus compañeros de categoría también son fogosos y ofensivos. Eso se da porque asumen esa actitud como propia de su condición de uribistas.

  1. El uribista por conveniencia. Como queda claro de inmediato, ni está convencido del todo ni a medias como pasa en las dos anteriores. En honor a la verdad, no es un uribista propiamente dicho, sino que asume la defensa y los procederes “porque le toca” o “porque, de momento, le parece lo más conveniente”. Las razones pueden ser variadas, pero coinciden en que bajo la sombra del uribismo, se siente seguros para seguir haciendo lo que hacen, y se sienten a salvo de eventuales amenazas. Ocurre con algunos empresarios (los electorales, o los propios actores de la economía, o lo que les apuestan a ambas). La vicepresidenta Marta Lucía Ramírez es un buen ejemplo. Hay quienes están en esta categoría porque detestan cualquier expresión de izquierda, socialista o simplemente progresista, y miran al uribismo como la facción contraría más fuerte. En ese sentido, el principal argumento es que “defienden la democracia y la institucionalidad”. Ellos son realmente sinceros cuando se declaran “no uribistas”, pero se comportan como tales mientras haya la necesidad. Si quien les garantiza la seguridad y les aleja las amenazas viene, más adelante, de otro ‘ismo’, pues allí estarán.

Se ha llegado a decir que el presidente Iván Duque pertenece a esta categoría. En la campaña contra el Plebiscito por el acuerdo con las Farc era el encargado de la documentación, de buscar los soportes jurídicos para cada argumento. Y tiene claro que llegó a la Presidencia por el apoyo de esta colectividad, por lo que “le toca” comportarse como uribista, aunque en el fondo de su ser, puede estar convencido de otras cosas. Se nota en su forma de expresarse, en lo que dice. Si su cara amable y sus maneras no parecen las de un uribista, puede ser porque, en esencia, no lo es. Pero él decidió seguir por ese rumbo para llegar al poder, y ahí lo tenemos.

Llegado este punto, el lector, si es uribista, ya sabrá dónde ubicarse. No se trata de una crítica ni de una burla en su contra. Esta reflexión no tiene alcances despectivos ni de rechazo, sino que ha intentado una clasificación de la cual partir en cada caso: desde la condición de uribista para que lo tenga claro a la hora de plantear sus posiciones y criterios; y desde la condición contraria, que deberá tener en cuenta todo esto antes de entrar a juzgar.

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