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Hace más de 70 años, la señora Celedonia Escobar, tras la muerte de su madre, decidió poner en uso todo lo que ella le había enseñado, de amasar y moler quesos, para emprender un negocio sin comprender la grandeza detrás de su simpleza. Seguir sus pasos no fue tarea fácil, pues los avances tecnológicos con los que contaba no eran los suficientes para fabricar este alimento y para lucrarse de sus habilidades culinarias; al igual que su madre, la travesía de la venta  se realizaba a lomo de burro desde Campeche a todos los municipios y corregimientos del Atlántico vendiendo almojábanas caseras hechas por ella, sin darle importancia a las condiciones climáticas, a las largas distancias, ni a la irregularidad del suelo entre pequeñas montañas y grietas en una tierra llena de pedriches, que a veces la dejaba sin respiración al terminar el día, pues no quedaba calle ni espacio que ella no anduviera para ofrecer sus productos y volver a casa con los canastos vacíos.

Gracias al éxito de sus ventas ambulantes, los campechanos, ya sabían dónde comprar esa delicia e iban hasta la casa de Doña Cele para comprarlos, lo que ocasionó que muchos pobladores se acercaran y en algunos casos hicieran pedidos al por mayor y lo pagaban en cuotas, permitiendo que el negocio se expandiera y fuera imposible mantener su casa como punto de venta. Años más tarde, al ver el crecimiento del oficio de su esposa, Roberto Ortega comenzó a involucrarse en la venta de este producto, más que todo, ayudando en su fabricación y expansión, lo que lo llevó a conseguir un préstamo en la caja agraria por 1000 pesos para comprar un local de ventas, y expandir el patio de su casa para convertirlo en el centro de producción. Al tener un punto de venta fijo, Doña Cele y su esposo, tomaron la oportunidad y comenzaron a surtir su  tienda de variedades de productos, como galletas de queso, galletas de panela con coco, diabolines, rosquitas, pudín de ciruela, el cual es uno de los productos emblemáticos de la zona, entre otros.

Hornos de barro del centro de producción de almojábanas

La expansión de su negocio no acabó al ofrecer gran variedad de manjares caseros, por el contrario, aprovecharon los nuevos ingresos para invertir en máquinas que facilitarían el proceso de fabricación y en brindarles empleo a más trabajadores. Años más tarde, luego de ganar el primer puesto en el concurso “Son del Atlántico”, sus delicias captaron la atención de muchos vendedores ambulantes quienes iban hasta La Gran Parada, el punto de venta, para comprar al por mayor y revenderlos al doble de precio en los semáforos de la ciudad de Barranquilla, en los peajes vía Sabanalarga y vía Cartagena. “Nadie hacía las almojábanas como Doña Cele”, decía cada vendedor y cada comprador, su sabor, su textura eran inigualables, lo cual llegó a los oídos de grandes marcas de supermercados a nivel nacional como Olímpica y Éxito quienes comercializaban dichos productos en sus almacenes de cadena; para esto, Doña Cele contó con el apoyo de su hijo menor, Jesús Ortega Escobar, para oficializar su negocio y establecerlo como marca, ponerle un sello, el campechano, y un logo con el cual sería reconocida su marca.

No todo era color de rosa, mantener un centro de producción y punto de venta en Campeche, luego trasladar parte de lo que se fabricaba a Barranquilla, transportarse y el pago retrasado por parte de los supermercados, fueron algunas de las dificultades que hicieron  que Doña Cele renunciara a tan ambiciosa oportunidad de ser proveedora de almacenes Éxito, olímpica y Carulla, pues mantenerse en ese puesto requería de un esfuerzo económico superior que le estaba costando una fatiga inquebrantable al verse acorralada por el pago a trabajadores, y a los suministradores de materia prima, que casi acaban con el negocio.

En medio del auge y estrés, su esposo, Rafael Ortega fallece, lo cual deja a Doña Cele sin una fuerza motora en su empeño de convertirse en una gran empresa, sin embargo, juró seguir en pie, no perder el amor por su oficio, esforzarse más e involucró a su hijo menor, Jesús, como un ancla para convencer a sus otros siete hijos a que hicieran parte de este maravilloso mundo de la almojábana hecha por ella. Cometido que le permitió a Jesús para atraer a sus hermanos a que vieran la oportunidad en medio de la dificultad, y con la publicidad que habían conseguido de aquellos almacenes de cadena, lograron aumentar el número de clientes, hasta que llegaron a convertir el pequeño negocio, en una microempresa.

Actualmente, la tienda de Doña Cele, lleva cerca de 50 años ubicada en el mismo sitio, La Gran Parada, un gran local que ocupa una esquina en el corregimiento de Campeche, lo que convierte este negocio en la mayor ocupación laboral directa e indirecta de los pobladores de este terruño; contando con un sinfín de manjares caseros, y contratos con grandes empresas como Coca Cola y Postobón, y su producto se ha expandido por toda la costa colombiana. Debido a su vejez, ella ya no los fabrica, sin embargo, cuenta con más de 70 empleados, la mayoría siendo de la familia y la otra parte, siendo gente necesitada del mismo corregimiento y muy pocos de pueblos vecinos. Gracias a su éxito y a la tecnología, ya no es necesario moler el maíz a mano, rallar el queso a mano, pasar días para obtener la harina y por lo grandes que son sus hornos de barro, es más rápida la fabricación del producto, aun así, Doña Cele sigue siendo la matrona, pendiente de todo lo que se lleva a cabo en su microempresa, asegurándose de vigilar el trabajo que hacen sus empleados y siempre tiene la última palabra cuando a tomar decisiones se refiere.

 

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