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Por: Valery Serrano Urrego

Desde las 4 de la madrugada, Eduviges Paternina Enríquez está en pie para ir a trabajar con sus flores. Sale de su casa en el barrio Villadela y llega al histórico Mercado de Granos; tan histórico para ella como para Barranquilla. Sus mañanas las pasa entre la frustración de ver cómo el negocio que está en frente de ella le bloquea sus clientes y la impotencia por remediar los problemas de los que la administración del Mercado aún no se ha podido encargar.

A medio día, entre el cargamento de flores que viene del aeropuerto, la cliente que espera el arreglo floral y la vigilancia del Mercado que pasa por su cuota, Eduviges toma una sopa que pasa con facilidad entre sus seis y únicos dientes.

Mientras no está cortando y arreglando ramos de flores, Eduviges está sentada en su silla blanca, remendada con alambre dulce para que no se siga despegando. Evita estar de pie ya que sus piernas están habitadas por las venas varices, las cuales le dan apariencia de tener la piel completamente negra e inflamada, exceptuando el área de dos cicatrices causadas por una safenectomía que no terminó de tratar.

Ella menciona que la culpa del deterioro del mercado es de los profesionales que solo trabajan por el dinero y no por la gente y de funcionarios corruptos en puestos importantes. No tiene SISBEN porque aparece en una EPS de una cliente que decidió acogerla en su servicio de salud pero después desapareció.

Esta monteriana de 73 años recuerda con melancolía su pasado, las equivocaciones y las malas decisiones, los 15 hijos y los 7 abortos, la casa que malvendió por curar del cáncer de seno a su hija, su hijo en Venezuela que no ha vuelto a ver, el que está en Aruba y ya no puede caminar, el que mató la guerrilla pero nunca puedo sepultar.

Pero de repente vuelve al presente donde solo piensa en su nieto, quedó a su cargo después de que la guerrilla asesinara a su padre y su madre lo abandonara, “ese tipo de madres que solo engendran por placer”, comenta. Temprano se levanta para enviarlo al colegio porque, según dice, solo con educación va a salir adelante.

Mientras su nieto sale adelante ella se preocupa por las deudas. Ya llegó la factura de la administración, tiene un saldo en rojo de 3 millones de pesos  y debe un mes de arriendo en Villadela. Por esas deudas se levanta todos los días del año a trabajar en Emmanuel, el negocio de flores que heredó de su mamá, aprendió desde niña y lo único que sabe hacer. Encomienda sus días, ganancias y deudas a Dios, que, según dice, es el único amigo de verdad.

Su mente siempre está pensando en ideas para ayudar a quienes viven situaciones difíciles y se llena de frustración por las injusticias. Después de hablar con un joven que le estaba pidiendo 200 pesos para un pan, comenta que los habitantes de la calle están olvidados, “se debe recoger a los indigentes porque tienen mucho por dar”, menciona y se pregunta todos los días por qué el Mercado está tan vacío de espíritu, no entiende como a los personajes de afuera -refiriéndose a los extranjeros- les duele más el Mercado que a los que son de aquí.

Con “Mercado” habla de quienes hacen parte de él, en especial los drogadictos que tienen el Mercado como hogar. Dice que ellos necesitan especial atención porque cuando se encierran en sus pensamientos, se encierran en las cuatro paredes que los separan del resto de la sociedad. Y así seguirán los días tardes y noches de Eduviges Paternina Enríquez una mujer que lo ha dado todo y aún tiene mucho por dar.

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