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Por: María Camila Durán

Sentados en el balcón de la casa 3 a mano izquierda, a las 9:30 de la mañana, en el barrio 16 de agosto, están Nono y Nana Michel junto a Joaj, hablando de cómo habría sido de ellos si se hubieran quedado en Haití. Mientras los tres me cuentan sus vidas, me imagino toda la travesía que tuvieron que pasar para poder llegar a aquel destino que tanto anhelaban, pues no todos que se embarcan en el camino tienen la suerte de llegar sanos y salvos.

Recuerdo cuando en el colegio en clase de sociales nos contaban la historia de los migrantes haitianos podría decir que a la mitad del curso no le importaba el tema, pues se hacían los ajenos a ello, pero lo que no nos imaginábamos era que así de cerca de cómo estaba la profesora hacía nosotros, estaba el tema de los migrantes haitianos. Me acuerdo de Jaime, compañero mío del colegio, en aquella clase le dijo a la profesora que de que nos servía saber eso, si eso no nos importaba a nosotros, que eso era problema de ellos si querían venir a Santo Domingo y pasar trabajo en el camino hacia acá.

 La profesora muy amablemente le respondió “En la vida debemos ponernos en los zapatos del otro, ya que no sabemos por lo que está pasando la otra persona”. Después de aquel consejo Jaime no volvió a opinar más ese día en la clase de sociales. Ahora cuando les cuento aquella anécdota a Ana, Nono y Joaj, logre entender aún más aquel consejo que le dio la profesora a Jaime.

 Ana me dice que tomo la decisión de venir a República Dominicana, cuando sus padres no sabían que más hacer para llevar las tres comidas a casa, había días que les tocaba sobrevivir el día con un pedazo de pan y jugo de agua de caña que le daban al papá por ayudar al señor que vendía agua de caña por limpiar el carrito ambulante.

“A veces le preguntaba a Dios que porque nos hacía esto, que nosotros nos portábamos bien y no merecíamos acostarnos a veces con solo un pedazo de pan y un vaso de jugo de agua de caña, eran cosas de niña, pues éramos 4, mi papá, mi mamá, mi hermana mayor (Nono) y yo, y a veces mis papás hacían hasta lo imposible para que mi hermana y yo no nos acostáramos con el estómago vacío, pero lamentablemente llego el día en el que no daban para más y decidieron mandarnos para acá”- me dice Ana recordando aquella época amarga en el que las horas de los días se hacían eternas y debían sobrevivir con lo que apareciera.

Mientras Ana me contaba aquella anécdota, Nono y Joaj se encontraban hablando con la vecina de al lado, que acababa de llegar a su casa con dos fundas de mango, la señora muy amablemente le ofrece una funda de mango a Joaj y Nono “Tomen aquí algunos manguitos recién parios” la señora le da la funda de mangos a Nono, se despide de ellos y entra a su casa, Nono riéndose le dice a Joaj “bueno manito aquí tenemos mango pa’varias semanas” Joaj se ríe y acompaña a Nono a guardar la funda de mango a la nevera.  

Ana y yo nos reíamos de aquel regalo que le acababan de hacer a Nono y joaj, pues había como 20 mangos en esa bolsa y estaban grandísimos y gordos, llega Nono donde estábamos Ana y yo, arrastra una silla y se sienta al lado de nosotras y me dice “Y entonces cuando es que me toca a mí, contarte mi versión de la historia, porque esta señorita que esta al lado tuyo lleva como dos horas hablándote pura mentira” mira a la hermana y se ríe. Nono es de esas personas que viven por ver felices a la gente, ya que dicen que ella nació con el don de hacer reír a las personas.  

Pasan 5 minutos y llega Joaj de la cocina, arrastra una silla y se sienta junto con nosotras, es ahí donde aprovecho y le digo a Nono que me cuente “su versión” de la historia, como ella lo dice, Nono empieza hablar y comienza a contarme como fue su perspectiva con respecto a la situación de ese entonces.

“Me acuerdo como si hubiese sido ayer cuando mis papás nos dijeron que tenían que mandarnos para acá, para que nosotras pudiéramos tener un estilo de vida digno, en ese entonces yo tenía 12 años y Ana tenía 10 años, fue algo muy duro, pues yo apenas era una niña y tenía que velar por la vida de mi hermanita y no solo eso, sino que de la manera en la que nos fuimos de Haití, no fue la manera adecuada, nos fuimos como cuando al ganado los persigue el perro”- me dice Nono con la voz entrecortada y la mirada ida. 

Entre charla y charla se nos fue la mañana, las barrigas nos sonaban del hambre que teníamos, Joaj nos mira y nos dice “Mujeres es la 1 de la tarde, que será que hacemos de comida”, Ana lo mira y le dice, “Ah, pero tú crees que nosotras nos vamos a poner a cocinar, pero tú eres loco, aquí hoy se pide domicilio”, Joaj la mira, se ríe y no hace seña de que Ana está loca. Nos reímos y Nono empieza a buscar en su celular opciones de restaurantes para pedir el almuerzo.

Pasaron unos minutos, pedimos y mientras que esperábamos que llegara el almuerzo, pasan dos señoras amigas de Ana, Nono y Joaj y una de ellas les dice: 

– Pero muchachos y ustedes que hacen por aquí, cuanto tiempo sin verlos. 

 – Oh mi doña, usted es la que anda perdida, usted sabe que aquí se le quiere mucho- le responde Nono.  

– Tan bellos mis muchachos ombe, vayan a visitarme algún día de estos y les preparo algo de comida- le responde la señora mientras se despide de ellos, los tres le tiran un beso y se despiden de ella. 

Aquella señora era la que ayudó a Ana y Nono cuando ellas acababan de llegar al país, gracias a ella Nono pudo conseguir trabajo como vendedora en una tienda de zapatos que quedaba en el barrio, esa misma señora era que les daba las tres comidas diarias a las dos, aunque había días que solo le daba una y Nono que es la mayor, tenía que arreglárselas para poder buscar dinero para poder comprar algo de comer, ya que como le dije anteriormente había días que solo les ayudaba con una sola comida.

Pasó una hora y llego la comida, Joaj se levanta de la silla y va hacía la puerta de la calle para recoger el pedido, nosotras nos paramos y nos vamos para la sala, donde está la mesa de comedor, Joaj trae el pedido, yo me ofrezco a ayudar, y entre Ana y yo servimos el almuerzo, mientras almorzabamos, Joaj me mira y me dice:

– Pero María falto yo para contarte como fue que conocí a estas dos locas.  

Yo me río y le digo que claro, que falta él por contarme su historia, que no se desespere que enseguida que termináramos de almorzar, le pediría el favor de que me contara su versión de la historia. Pasan las horas y entre risas y charlas, terminamos de almorzar, Nono se ofrece para recoger los platos de la mesa y los lleva para la cocina, los demás nos levantamos de la mesa y nos vamos para la sala, ahí nos sentamos en el mueble.  

-Bueno María te empezaré a contar la historia. “Yo conocí a estas dos locas por casualidades de la vida, un día estaba saliendo del colegio, en ese entonces tenía 15 años, y para cortar camino cogí por esta misma calle, pues yo vivía a dos cuadras de aquí, cuando iba caminando veo que afuera está Nono con un reguero de bolsas y yo como todo un caballero me le ofrezco a ayudarla, pero la condenada no quería, yo no le preste atención y como quiera la ayude, eso sería medio acoso, pero no importa”, cuenta Joaj riéndose de aquella travesía. 

 A diferencia de Ana y Nono, Joaj no emigró de Haití ilegalmente, sus padres se vinieron a Santo Domingo, para buscar una mejor calidad de vida, “Yo soy de esos pocos migrantes que emigran con todos los papeles, pues no todos cuentan con la misma suerte que yo, te digo que esa travesía de la frontera de Haití con República Dominicana no es nada fácil, tú sabes que saliste de Haití, pero no sabes si llegaras con vida Dominicana”.

Mientras hablábamos del pesado de Joaj, llega Nono de la cocina.  

¿-Pero muchacha y que fue, 3 días duraste lavando fue? Le dice Joaj a Nono. 

 -Oh lindo, ahí había platos del desayuno que nadie fregó y me toco fregarlos a mí. Le responde Nono a Joaj, Joaj se ríe y le dice que se siente con nosotros. 

 -Dime María ya Joaj te contó como nos conocimos, ese acosador eh. 

 -Oyela, pero gracias a eso nos conocimos buena loca, pero Ana y que te pasa que te noto como que callada Le dice Joaj a Ana.  

-Nada mis locos, yo estoy escuchando tus locuras y riéndome.  Le responde Ana sonriente. 

 Joaj se rie y nos comienza a contar como le había ido el día anterior en el trabajo, un poco fuera del tema que teníamos, pero así son las conversaciones con estos tres personajes, entre risas y cuentos, se pasaron las horas, Ana me mira y me dice, -María así son todos los días, nosotros aunque ya tenemos nuestras familias, siempre sacamos un tiempo para vernos, no importa el día, ni la hora, eso ya se ha vuelto una tradición. 

-Yo le doy gracias a Dios que puso ángeles en nuestro camino, solo él sabe por qué hizo que nos fuéramos de Haití.  

-Y es que quizás cuando estábamos pequeñas no entendíamos el porqué tuvimos que irnos, pero ahora que ya estamos grande, ya vemos el porqué, definitivamente Dios tenía y tiene unos planes maravillosos para nosotros, hemos hecho nuestras vidas aquí, tenemos nuestros hijos, esposos, nuestros trabajos y gracias a Dios ya tenemos todos nuestros papeles – dice Nono, mira a Ana y Joaj y se le sale una lágrima, se abrazan y se ríen, con una esa risa nerviosa que nos sale cuando estamos emocionados . 

La vida se trata de superarse y ver las cosas de una manera positiva, así en ese momento no estés pasando por un buen rato, pero Dios no te pone situaciones que tú no puedas superar, dice Joaj. A larga lo que aquí se piensa, es que si lograrás cruzar la frontera. Me pregunto como será vivir sa travesía, sabiendo que es una situación de vida o muerte, ya que lo que pase de Haití para afuera, depende de ti y de los recursos que tengas. 

Tengo al frente a tres migrantes: “Los loquitos”, como se hacen llamar, dos hermanas que se fueron de su país sin saber que les esperaba y a un amante de la vida, que por razones de la misma, vino a Santo Domingo por un mejor estilo de vida. Sentados en el mueble, con copita de vino en mano, se cuentan sus travesuras y se ríen de la misma.

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