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Por: Valentina Chamorro

Desde muy niña tuvo la posibilidad de palpar el arte: era esa pequeña que a pesar de temerle al público y la expectativa que lo abraza, danzaba y cantaba olvidándolo todo. En el salón de clases se limitaba a hacer sus tareas y era lo mismo en su hogar. Sus hermanos eran quienes ponían la casa patas arriba, en cambio ella prefería lucirse en el escenario. Neyla Roberts tiene una voz suave que permite darte una idea de por qué es una de las integrantes de Las flores de Barranquilla. Un grupo de mujeres que tienen como único propósito rescatar y perpetuar la cultura a través de su canto.

Siendo adolescente participó en una comparsa durante tres años seguidos, la música y los colores del carnaval siempre lograron robarse su atención. Y no es sólo eso, su vida es noventa por ciento arte. Cuando salió del colegio ya se había topado con la magia del maquillaje, entonces empezó por ahí.  Primero encontró apoyo en su numerosa familia, maquillaba a sus tías, primas y sobrinas. Luego empezaron los quinceañeros, matrimonios, bautizos.

Como ya se había ganado una fama, le empezaron a confiar no sólo el maquillaje de la quinceañera, si no también toda la organización del evento. Ella no es de las que se conforman y es que el arte no tiene un límite. Lo dice mientras saca su catálogo de fotos, tomadas por ella, donde se evidencia todo su trabajo. Maquilla desde pequeñas recién nacidas que están a punto de tener su primera experiencia en el carnaval, hasta mujeres mayores que bailan aunque sea impulsándose con su bastón.

 

Pero el canto llegó después y por mera casualidad, Neyla escuchó a una compañera hablar sobre el grupo de cantoras, en una de sus clases del taller de emprendimiento al que asistía. Ahí le enseñaron cómo tener su propio negocio y sin querer, le abrieron las puertas a lo que sería una gran experiencia.

“Yo quiero ir a ver qué tal”, pensó esta artista cuando escuchó que el grupo de mujeres cantaban al son del bullerengue. Empezaron las reuniones y sintió que era un llamado de sus raíces, cada nota, cada coro y hasta cada desafinada era parte del proceso de aprendizaje.

Todo se volvió más emocionante cuando tuvieron su primera presentación y sintió que finalmente pertenecía a algo. Cada vez se puso mejor, estar en ese lugar le permitía revivir lo que en su niñez y en compañía de su numerosa familia, conoció como carnaval de Barranquilla. Por otro lado, le concedió la posibilidad de ser protagonista de todo aquello que una vez parecía inalcanzable.

 

 

Es cierto que en cada presentación aparecen los nervios, pero el saber que está acompañada sólo le deja tiempo para respirar profundo, recordar lo preparado y ya, olvidar el resto. “Y es que cuando ya tú estás en el escenario te transformas totalmente y entonces te entregas al público” porque ella al único lugar al que planea llegar con la música es a uno donde pueda seguir cantando.

Ahora Neyla, junto con  sus compañeras podrán seguir disfrutando la  experiencia al unísono en los Juegos Centroamericanos, para recordarle al mundo que la pasión, el miedo, el riesgo y la vejez también se visten de flores.

 

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