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Por Juan Roa De Ávila

Dicen los recortes de prensa que el tiempo lo convirtió en un elefante solitario.

Dicen también los abuelos que de las ruinas en las que se sumergían los metales de su interior no se supo sino hasta a mediados de los 90´s.

Para aquella época acogía eventos de todas las estirpes y su nombre ya empezaba a redundar como sinónimo de recordación cultural y deportiva.

Era el tiempo en el que Barranquilla crecía en paralelo al paso fugaz de su fachada, y a la innegable dejadez futura que se aproximaba.

La entonces flaca y loca juventud que gozaba al ritmo de los grandes Festivales de Orquestas y esporádicos encuentros artísticos lo vivía como el portento que le enseñó el significado de victoria al país.

Era el escenario más importante de Colombia, era el Coliseo Cubierto Humberto Perea.

Su nombre no despertaba pasiones entre los desprevenidos, pero sí dentro de quienes creían que los sellos de sus hazañas debían inmortalizarse sobre la memoria de un gran atleta barranquillero que surgiera a finales de los 30´s y principios de los 40´s.

Su inauguración, en 1961, fue apoteósica e inspiró el discurso del entonces presidente de la época, Alberto Lleras Camargo, quien vino a la ciudad para darle paso a la que fuera la obra de ingeniería más importante del momento.

En adelante tendrían allí lugar innumerables hazañas de deportistas que se alzaron con grandes títulos de boxeo, taekwondo y baloncesto.

Después de su construcción, que fue pensada en aras de acoger a la VI edición de los Juegos Bolivarianos de ese mismo año, se empezaron a tejer inolvidables proezas que realzaron el nombre de Barranquilla y todo el Caribe colombiano.

Periodistas, aficionados y personas del común vieron en él un lugar que sirvió como epicentro de grandes peleas boxísticas por títulos mundiales. Una de las más recordadas fue la del pugilista barranquillero Mario Miranda Marañón, quien en 1981 alcanzó el título latinoamericano de peso pluma tras vencer a Guillermo “El Lobo” Morales en medio de una abarrotada afición que lo acompañaba.

De la mano del arquitecto Ricardo González Ripoll, quien lo pensó con una cubierta diseñada en forma de triángulos en la que la entrada de la luz fuera su aspecto más reluciente, vio también grandes presentaciones que fueron celebradas durante las décadas de los años 70´s, 80´s y 90´s por orquestas como Los Melódicos de Venezuela, la Billo´s Caracas Boys, El Gran Combo de Puerto Rico y las más excelsas presentaciones del hijo de San Marcos, Juan Piña, quien en las épocas doradas de su carrera artística se alzaría en su interior con varios Congos de Oro.

Eran años acompañados de pugilistas como Ricardo “Baba” Jiménez, Bernardo Caraballo, Fidel Bassa, Antonio Cervantes “Kid” Pambelé y Rodrigo “Rocky” Valdez, otro que en 1977 lograría la clasificación al Mundial de boxeo en Mónaco tras noquear al puertorriqueño Oreste Lebrón.

Momentos impalpables, unos fugaces y otros perdurables, que pintaron con letras de oro la magia que recreaba ir a un escenario en el que los asistentes debían despertarse desde tempranas horas para atestiguar despedidas como la del cantautor vallenato Rafael Orozco, quien en 1992 le diría allí adiós al mundo, ante una multitud sin precedentes que lo aclamaba.

En él también crecieron varias generaciones de reporteros como Mike Fajardo Escobar, un comentarista deportivo que hoy acumula más de 40 años de trayectoria periodística en el oficio de la radio.

Sentado ante el micrófono en el que está a punto de salir al aire para el programa Momento Deportivo, de la cadena radial Antena 2, cuenta la anécdota que más recuerda en el Coliseo Cubierto Humberto Perea.

“Allí tuve la oportunidad de cubrir la defensa de varios títulos mundiales como el de Ricardo Cardona frente a Sergio Víctor Palma, y las más connotables victorias de Fidel Bassa cuando expuso su título frente a Kike Rojas, un pegador venezolano. Esa noche Fidel perdió, pero había una multitud que coreaba su nombre en las graderías”, recuerda mientras escribe el libreto de su intervención.

Y da más luces: “fue un escenario que acogió a grandes basquetbolistas como Giovanni Bacci y Carlos Vengal. Además, era un lugar que simpatizaba con la gente por su ventilación, que años más tarde le valió un premio internacional de arquitectura”, agrega rápidamente ante la señal que da paso al turno de su información.

Pero el 26 de junio del año pasado el Coliseo esfumó sus recuerdos.

Después de una larga batalla que sostuvo ante la factura inagotable que pasa el tiempo desapareció de la geografía de la ciudad.

Aspecto actual del terreno donde hasta antes de su demolición se encontraba el Coliseo Cubierto Humberto Perea. Hoy, el lugar luce desolado y sin aviso de construcciones. 

Luego de varios debates en el Concejo de Barranquilla, su estructura fue demolida a través de una implosión para dar paso a la construcción de un nuevo escenario que ahora se llamará Palacio de Combates, con miras a la realización de los Juegos Centroamericanos y del Caribe a realizarse en la ciudad en el 2018.

El nuevo escenario que se edificará en su lugar recibirá a algunas disciplinas como judo, boxeo y baloncesto, y contará con camerinos de última generación, silletería enumerada y cafeterías con iluminación de alta tecnología.

Desde la Secretaría de Deportes del Distrito y Coldeportes Nacional se estima una inversión total de 18 mil millones para dar pie a una obra que, como bien lo ha manifestado la constructora encargada, durará unos trece meses.

Trece calendarios en los que renacerá la historia del que en épocas de antaño fuera el más grande portento deportivo de la ciudad.

Un periodo en el que se renovará y de paso no morirá el latente recuerdo de quienes siempre han pensado que todo tiempo pasado fue mejor: aun desde las vísperas de sus escombros que hoy irradian soledad.

Fotografía de portada: archivo digital del portal web Zona Cero. 

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