Una crónica por: Andrea Lucía Daza
Cómo se vive la cuarentena mientras transcurren una serie de situaciones que marcan un cambio.
Desde el patio de mi casa me encuentro escribiendo la irónica travesía de mi cuarentena, así decido llamarlo porque aunque es poco creíble, desde que estoy encerrada es cuando han pasado más cosas en el pueblo que me vió nacer, Villanueva La Guajira. Aquí paso la cuarentena con mi familia, que no es muy grande, mis padres y mi hermana mayor, de los cuales no tengo mucho que contar, ¿qué les puedo decir? Somos una familia unida a pesar de los problemas, como casi todas.
Los primeros días todo fue bastante normal, encerrados, lo mucho que podíamos hacer era hablar, ver tv, usar el celular y de vez en cuando leer, en mi familia la lectora es mi mamá pero en esta cuarentena cambiamos los papeles.
Domingo 5 de abril del 2020
En la televisión no dejan de pasar las muertes por el coronavirus, es estresante, mi señora madre decide que desde hoy no va a ver más noticias, y nos prohíbe que hablemos de ese tema en la mesa. Como es domingo y hace ratico que no vamos a misa decidimos que todos los días a partir de hoy vamos a hacer una novena al santísimo antes de almorzar, para que esta situación se nos pase más rápido, porque si es para santos ahí si busquen a mi mamá.
Jueves 9 de abril del 2020
Desde el domingo hemos estado haciendo la misma oración hablando con mi hermana ella me expresa parte de lo que está sintiendo “nena la verdad no sé por qué mi mamá está tan paranoica, todos los días hemos leído el salmo 91, creo que ya me lo sé, la verdad es que no le encuentro mucho sentido a esto” termina de decirme con una risita, mientras se burla de que mi mamá se crea todo lo que mandan por WhatsApp.
Viernes 10 de abril del 2020
Hoy amaneció raro, por mi parte me levanté bastante tarde, con tanta hambre que me podría comer una vaca entera, lo cual es irónico sabiendo que yo no como carne, quería almorzar de una. Hoy mi papá no se encuentra, salió por ahí a las 4 de la mañana para la finca, claro que todo esto con las medidas y los permisos necesarios, no podía dejar morir las vacas y la finca no es que esté muy lejos.
Eran por ahí las 12 y alguito, mi mamá nos llamó a orar a la sala para después poder almorzar. No sabría decir si se escuchaba más el Padre Nuestro o mi estómago rugir, pero lo que sí puedo asegurar es que cuando mi hermana va a mitad del salmo 91, el premio al rugido más fuerte se lo lleva el viento, que comienza a golpear sin medidas las ventanas de la casa, era una algarabía sin nombre seguida del diluvio, eso es lo que mis ojos ven, un diluvio que hace olas en el aire al mezclarse con la brisa para terminar muriendo en las ventanas de las casas, que desastre. Mi primer pensamiento es que voy a quedar sin techo, muchas cosas se caen y se dañan, el agua ya es parte de la casa, pienso que se quebraron muchas cosas porque veo vidrios en el suelo, me agacho a recoger los pedazos de vidrios y para mi sorpresa eran pedazos de hielo, no pasan ni 5 minutos para que comience sonar cada esquina de mi casa, parecen tiros cayendo en el techo, más de un hielo me roza, se nos hace imposible cerrar todas las ventanas y decidimos esperar abrazadas las tres con mucho miedo en una esquina de la casa, donde tapamos una velita de la Candelaria a la que pedimos con devoción que calme la tempestad.
A la 1:40 pm cesa la lluvia y todo lo que vino con ella, tan de repente que nos hallamos con un silencio apocalíptico, que miedo. La cereza del pastel es ver como la casa parece salida de una película de Jumanji, las hojas llegan hasta el techo, una pared se convierte en un museo de ciencia con restos de plantas y arena, falta una que otra lámina, las ventanas que se alcanzaron a cerrar también tienen restos de todo lo que por allí pasó, mi mamá tiene los ojos aguados pero no llora y se me arruga el corazón con lo que dice “sí así quedó nuestra casa, imagínate la de los que viven al lado del río que están hechas de barro y sacos”. A los 10 minutos se sienten las sirenas de los bomberos, me llega una foto que confirma mis sospechas, alguien había jugado Jumanji y no nos habíamos dado cuenta, a una cuadra de mi casa parece que hubiera pasado una estampida de animales.
Los postes de electricidad tirados por todos lados, partes de los techos en medio de las calles, un desastre acompañado de una multitud ignorante que en estos momentos no hace más que salir de sus casas y romper la cuarentena, estresada veo cómo pasan de a diez pelaitos sin camisas y a pies descalzos, chapaleando agua y comiéndose los cuentos de cada calle.
Ya son las 11 de la noche, sin electricidad un pueblo fantasma crece, se escuchan los murmullos y los grillos que trae la brisa fría, mi papá llegó poco después del susto, impresionado de todo lo que pasó en tan pocas horas “Y pensar que en San Juan no cayó ni gota, y aquí el agua casi se lleva al pueblo” me dice mientras se remese en una mecedora de madera que nos salva los días que no hay luz, podemos ver las estrella mientras los mosquitos se hacen un banquete entre nosotros.
Sábado 11 de abril del 2020
Hoy mi día comienza temprano, junto con la familia limpiamos y acomodamos todo lo que hiciera falta, terminamos la oración que no pudimos terminar ayer, para mi mala suerte aún no tenemos electricidad y el encierro no colabora. A eso de las 2 pm es que se siente la verdadera desesperación, siento como si se me derritiera la piel, puedo ver con facilidad como se desprende el vapor del pavimento, hay 37 grados de temperatura con una sensación térmica de 39, un pedacito de infierno en la tierra, una cosa horrible, la gente bañándose, debajo de los palos de mango, y usando cualquier cartón para echarse fresco. En esta situación admito que como muchos termino por romper la cuarentena, salgo a la calle a intentar refrescarme debajo de la sombra de un almendro que hay a dos casas, mi abuelo vive allí y a sus 97 me confirma que nunca había sentido tanto calor, ni cuando trabajaba bajo el sol de Barrancas “Yo que tanto traficaba en el solazo de Barrancas, estoy perdiendo resistencia o el mundo se va a acabar, como va a ser eso ve, si en esta casa yo soy el que más aguanta” dice el señor Tomás Dangond entre risas echándose fresco con su boina, que para él es un artículo infaltable entre sus prendas de vestir pero que esta vez tiene otra utilidad.
La luz llega por casi cuatro horas en la noche, para que las personas podamos cargar los celulares y aprovechar al máximo, el daño todavía no está arreglado y esto apenas es el principio de la agonía que viene con la falta de electricidad.
Lunes 12 de abril
Hoy tengo clases, me encuentro con un nivel de estrés que no se puede medir, la energía va y vuelve. Para la hora de mi clase se me hace imposible conectarme, una parte de mi más que estresada se encuentra decepcionada por no poder hacer nada más, como puedo mando una razón a los profesores.
Así como el lunes han pasado los días, los meses. A veces no tengo luz por largas jornadas, he perdido varias clases, no tengo a quien culpar y ya me da pena pedirles a mis compañeras que le hablen por mí a los maestros, más que estrés ahora es impotencia, y sé que terminó transmitiendo esas emociones a mi familia, por esta razón decido filtrar ciertas cosas para no causar un dolor de cabeza a los que ahora la están pasando peor, que son los que tienen que resolver el pago de las cuentas.
Y si, muchas veces creemos que lo que pasamos es un infierno, tal vez si desenfocamos un poco más la imagen, nos alejamos, vemos que el panorama no es tan feo ni tan difícil como parece, alguien la está pasando peor y por esa sencilla razón hay que hacer hasta el más mínimo esfuerzo por disfrutar de este encierro que ahora nos permite conocernos, conocer más a la familia, disfrutar de ellos, decidir vencer el virus de la forma más valiente y sencilla, quedándose en casa.