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Por: Leonor Lozada

El olor del excremento de vaca, los corderos llamándose entre sí, el viento soplando las hojas de los árboles: todo esto se iba alejando poco a poco. Pablo, su padre y dos trabajadores veían como todo esto iba desapareciendo desde lejos. No veían la hora de llegar a sus casas y poder darse una buena ducha después de un día de trabajo en la finca, pero en su camino se interpuso otra camioneta de la cual se bajaban de 8 a 10 hombres, con sus pistolas apuntándole al carro donde se encontraban los 4 hombres.

El gobierno de César Gaviria (1990-1994) tuvo que enfrentar el recrudecimiento del narco-terrorismo de Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha y los demás integrantes del grupo “Los Extraditables“, además tuvo enfrentamientos con el ejército y el sometimiento a la justicia de Escobar junto con otros miembros del cartel de Medellín.

Tres semanas después de su posesión como presidente de Colombia, Pablo Escobar inició los secuestros hacia periodistas, empresarios y ganaderos. Estos secuestros fueron diseñados para que el presidente anulara el tratado de extradición, además de otros beneficios para los narcotraficantes. Dichos hechos aún siguen teniendo repercusiones hoy día, llevando a la reivindicación de los derechos de la población campesina, la cual no se ha visto exenta del problema de la exclusión. Los sectores rurales han visto siempre vulnerados sus derechos, de acceso a la tierra y por ende al de la propiedad.

Uno de los hombres les dijo que se bajaran del carro y se metieran en el potrero. Los 4 ciudadanos se bajaron del carro sin emitir ninguna palabra caminando hacia el potrero. Uno de los hombres detuvo a un joven de pelo castaño y ojos azules en los cuales se reflejaba un evidente temor. El hombre le pregunto cómo se llamaba al hombre que estaba temblando, sabiendo que su vida estaba en juego. El hombre respondió: Pablo.

Con los ojos vendados y sus brazos amarrados dentro del carro sin saber a donde iba, solo escuchando el sonido de las rocas cuando golpeaba las ventanas del carro, Pablo solo pensaba en la muerte.

El carro se detuvo y uno de los hombres le dijo a Pablo que se bajara. Él hizo caso a las órdenes. Mientras le quitaban las vendas de los ojos, el hombre le decía que ahora iban a caminar toda la noche, así que necesitaba comer algo. Tras haber caminado toda la noche y algo de la mañana, ya desde lejos se veía un cambuche. Pablo comprendía que se trataba de un nuevo hogar. Al llegar al sitio, Pablo lo examinó, captando su atención unas hamacas y un toldo para los mosquitos.

28 días era el único secuestrado y su compañía eran cuatro hombres que lo vigilaba todo el día. Estos portaban armas de fuegos.

Los cuatro hombres fueron su única compañía durante casi un mes. Con ellos jugaba cartas, dominó o escaleras, y podía sentarse horas hablando.

Todo los días comía embutidos o enlatados. Se bañaba por días intermedios bajo la vigilancia de sus secuestrados, quienes le le daban 2 litros de agua. Utilizaba la misma ropa por una semana, sus necesidades las tenía que hacer abajo de un árbol alejado de su hogar, la única forma de comunicarse con su familia era por medio de cartas, donde los mismos secuestradores las mandaban a Fundación y allá la enviaban a Barranquilla donde se encontraban sus padres y hermanos.

Cuando estuvo secuestrado, solo vio dos vez al jefe de su secuestro. Éste le decía que debía hacer una grabación para su familia, y la anterior vez fue para decirle que ya habían pagado por su rescate. Que ya lo iban a liberar.

Él no lo podía creer. En sus 28 días solo pensaba en el día de su muerte, de cómo lo iban a matar, de cómo su familia lo iban a enterrar. Al llegar a Fundación vio a su mamá y su papá. No pudo contener las lágrimas, corrió hacia ellos, y los abrazo como si no hubiera un mañana.

Ya pasaron 4 años de su primer secuestro en el año 1991. Pablo llevaba una vida normal. Con mucho cuidado, seguía trabajando en la finca, ayudando a su padre. Después de su secuestro los primeros meses estuvo nervioso y angustiado por si lo secuestraban otra vez. Pero a veces la vida nos puede sorprender cuando menos lo esperamos.

El hoyo de los recuerdos

“Ese es Pablo, volvió Pablo”, gritaba la nena desde adentro de su casa que había escuchado la voz de su amigo. Así era como Pablo le gritaba desde afuera de su casa: “nena, nena”.

Pablo no podía creer que por segunda vez estaba con vida, al llegar donde su amiga. Ésta lo llevó enseguida a su hogar. Ahí, el encuentro con su familia por segunda vez fue más emotivo que el primer secuestro cuando lo liberaron. Sus padres lloraban de alegría por ver a su hijo con vida. Todo el vecindario salió de su casa a recibir a ‘Pablito’ como le decían sus amigos. Pablo no podía creer que estaba en su casa. Con una sonrisa en su rostro decía en voz baja “Gracias Dios mío, gracias”. Y así terminó los días de secuestro recordando como inició por segunda vez esta pesadilla.

En una camioneta gris se encontraba Pablo con su hermano, su padre y un trabajador. Iban en camino hacia la finca. Como era habitual, se levantaban a las 4:00am y salían a las 5:30 am para poder desayunar en la finca. En el camino todo estaba en silencio. Pablo tenía un mal presentimiento, pero ya era costumbre, así que lo dejó ir. De repente 5 hombres salieron de los arbustos. A Pablo le vinieron millones de recuerdos de cómo había sido la primera vez que lo secuestraban hace 4 años atrás.

“Lo único que me tenía vivo era el saber de que mi papá iba a rescatarme, a pesar de que perdía la esperanza todas la noches. En la mañana las volvía a recuperar”.

47 días en cautiverio, alejado de su familia, de la sociedad, de su trabajo, de sus amigos y de su novia. Pablo solo tenía un radio para escuchar las noticias. Sus nuevos amigos le traían la prensa y en algunas ocasiones libros para que se distrajera. En las noches no podía dormir por el ruido de los animales y el frío viento de las lluvias. “En las noches sentía angustia y preocupación, nunca pensé escaparme lo uno que pensaba era mi rescate”.

Por otro lado, su familia seguía con su vida cotidiana, pero siempre al pendiente del teléfono, de que los secuestradores llamaran. Recordando la historia de los campesinos y los ganaderos. Las tierras o el terreno pasó a ser el factor de poderío narcotraficante en disputa tanto de las guerrillas como de los grupos paramilitares.

En Colombia se destacan dos constantes: el uso de la violencia ilegal y la problemática de la tierra, siendo esta última causa y consecuencia del conflicto al mismo tiempo. El paramilitarismo ha sido más eficiente en este aspecto, dado que se encargó de lavar dinero en tierras baratas afectadas por presencia guerrillera, instaura ejércitos privados y cobrar cuotas a los ganaderos y terratenientes para su sostenibilidad.

Entre los años 1992 y 1996 los grupos armados fueron responsables de varios abusos a los derechos humanos y violaciones al derecho internacional humanitario, además del secuestro y el homicidio a personas civiles. Un ejemplo claro era Pablo, que en lo más profundo del monte se encontraba solo sin saber lo que le esperaba.

“Un día me preocupé porque llegó uno de los secuestrados preguntando si ya habían terminado el hoyo. Éste me miró y me llamó de inmediato, yo no quería ir donde se encontraba el hombre, yo solo pensaba en mi muerte, pensaba cómo me iban hacer pedazos, cómo me iban a descuartizar. Pero uno de los muchachos vio que mis lágrimas salían sin parar, así que se acercó a mí y me dijo que no me preocupara que solo iban a botar las cosas que habíamos utilizado, como comida, ropa, las hamacas etc. Que ya me iban a liberar…”

Cuando lo dejaron en la carretera pasó un camión lechero, al cual le pidió que lo acercara a su pueblo, ya que allá se encontraba toda su familia esperando noticias de él, pero antes, quiso hacer una parada donde se encontraba su novia: ella se encontraba en la casa de la nena.

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