Por Shadia López
El grillo Paco Paco que todo el mundo espanta de sus casas, es para Hugo Diazgranados el elixir de su juventud y felicidad.
No es flaco ni verde como el grillo original, es marrón, voluminoso e imponente, de no más de un metro ochenta y se acercaba repartiendo abrazos a todo el mundo y aunque no coincidía con los rasgos del insecto, en un rato confirmaría que si se trataba de él: “Allá viene, allá viene Paco Paco”, decía alguien.
Bajo el sol picante de la tarde y en medio de la algarabía del desfile del Carnaval De Los Niños, en una de las carpas donde la gente se resguardaba del sol, muchos se miraban sin entender, pero la señora de pie recostada en la baranda, se proclamaba encargada de explicarle a todo el mundo, quien era el aclamado personaje:
– ¿Tú no sabes quién es Paco Paco? preguntaba indignada. Si hasta el pela’o más pequeño lo conoce.
El nombre se lo dio el mismo, “el Paco Paco es un saltamontes, pero aquí como a todo le zampamos apodos, se llama Paco Paco”. El insecto, toma forma humana en Hugo Diazgranados Armenta, barranquillero de pura cepa con 19 años saltando y esparciendo alegría por todo los rincones, preservando los valores del Carnaval en los más pequeños. No gana un peso, pero es dueño de un tesoro: la juventud eterna.
Como si el insecto se apoderara de él, comienza la metamorfosis desde que se cuela la brisa decembrina que anuncia la temporada carnavalera. El cambio de piel inicia mudándose del diminuto cuerpo de un grillo a uno con una armadura enorme y fuerte, preparada para aguantar los brisones de la Arenosa. En su ancha espalda, se erige un rompecabezas en forma de corazón, resulta que este grillo sin antenas también es abanderado de otra causa: el autismo. Abandonando su grave tono a uno idéntico al chillido del grillo grita: “viva el carnaval de los niños”.
Como todo un ritual, empieza la parafernalia con espejo en mano y hace su aparición la caja que sale al trote en temporada de fiesta y guarda el secreto de la transformación. Ya se ven los primeros esbozos de los ojos gracias al trazo del delineador negro, mezclándose con el verde bajo las cerdas de la brocha y el embadurnado del polvo. La estocada final la da un sombrero vueltiao verde. Una camisa con la cara del grillo, un pantalón y unos zapatos naranja chillón gigantes, que hasta el más ciego puede ver, porque es tributo al payaso que le dio origen. Tiene una colección de guantes que va turnando, verdes, rojos, blancos y otros que sólo el lugar que los guarda puede dar fe de cuántos tiene en total.
La patadita de la buena suerte
El personaje de Paco Paco nació gracias al profe Julio Adán Hernández al crear un espacio solo para niños en el carnaval. Pero la profesora Elmira Flores de Vargas, “fue la Jorge Barón” dice Hugo. Llegó al colegio cuando era un pela’o e hizo que el disfraz lo escogiera a él. “Yo sentía que me quemaba la cara”- dice riéndose. La primera vez, se embadurnó la cara con yodora y pensando un nombre buscó en las páginas amarillas. Pero su debut como Paco Paco fue en 2003 y no se vistió como grillo, sino como monocuco y se metió en la película de contar historias de personajes del Carnaval. Comenzando así, el viaje que lo tiene saltando desde hace tanto tiempo que ya ni se acuerda.
Y es que la tierra donde nadie cree en los remedios, porque hasta a la muerte se le espanta bailando. A la ciencia le quedó chiquito, lo que Hugo descubrió hace tiempo: la cura para ser joven y echarse un viajecito al pasado. No es una piedra, es el grillo que nadie quiere, el que le otorga el poder, sin genios ni lámpara. Es todo un jeque y lo sabe, posee la riqueza de ser un niño y el cariño eterno de la gente, porque decidió creer en la niñez y el grillo a cambio le otorgó juventud para estar oxigenado y aguantar el trote. A veces con sombrero, otras con gorra, pero el papel de vigilante siempre lo lleva, porque al parecer el poder otorgado vino sin fecha de caducidad.
Un tatuaje eterno
Bien dicen que, al que no quiere caldo, se le dan dos tazas. Cuando no salta en las calles, lo hace en su casa, es padre y docente por amor. La universidad de la vida no lo termina de preparar, porque aún se le aguan los ojos cuando le preguntan por sus hijos y cuál es su motor. Tiene una guaca en su casa: la sonrisa de sus hijos, ambos con una condición especial: “mis hijos son un chicharrón, peludo y grasoso… y me lo como con el mayor de los gustos” dice riéndose.
Con el tiempo, el grillo le dejó tatuada la piel, tanto que se refleja en el amor hacia los pequeños y su profesión. “Eso va como la butifarra, ahí apretadito, uno atrás del otro”. Cuando es temporada de carnaval es bien solicitado, que hasta en su casa empiezan a extrañarlo, porque se pierde saltando por la ciudad que la gente ya sabe dónde encontrarlo.
Sueña con pasar un día de estos por la 72 y encontrar en los puestos, entre las camisetas rojiblancas, verdes y azules pirateadas, la cara de Paco Paco. Como soñador incansable que es, desea ver que los niños quieran disfrazarse del popular grillo. Mientras eso ocurre, él seguirá saltando sin medir distancias, porque para él la plata es lo de menos.