Por: Dido Polo Monterrosa
El carnaval que se pasea por la vía 40 ha evolucionado. Con celo y pertenencia aún se conservan las muestras más tradicionales de esta fiesta, pero también se le abre paso a lo nuevo y fantasioso. La creatividad de este personaje lo ha llevado a juntar esas dos expresiones para así andar entre la fantasía y la tradición.
Todos sus disfraces estaban tendidos sobre una de las paredes de su casa: plumas, lentejuelas, piedras brillantes y máscaras rellenaban la blancura que abraza a este lugar. Al otro lado, maniquíes vestidos de garabato y cumbia; figuras que ilustran toritos y tambores; pinturas al óleo de monocucos y marimondas engalanaban el ambiente en donde por 15 años ininterrumpidos se ha respirado Carnaval de Barranquilla.
—¡Ronald, falta la pintada de los zapatos! — grita con fuerza la señora Alba.
De inmediato, las manos del barranquillero se detienen y su rostro parece preocupado. Es normal, los nervios pre Batalla de Flores están a flor de piel. Deja a un lado la pistola de silicona, se levanta de su estrecho, pero cómodo rincón creativo y veo como va tomando brillo la pieza de uno de sus disfraces. Busca los zapatos, que debe terminar de pintar, pero con un tono de incredulidad dice que eso puede esperar.
Él sabrá porqué lo dice, 15 años renovando el folclor no han sido en vano para Ronald José Guzmán Maury, quien conoce con destreza cada detalle para hacer de sus disfraces unos de los más vistosos de la vía 40. Su casa está en el barrio Las Dunas, a escasos metros del palacio real del Rey Momo Alcides Romero en el barrio Buenos aires. Comparten una amistad que se basa en el mismo gusto por mantener vivo el folclor. Ronald vuelve a la mesa. Suspira.
Tiene un gran sombrero blanco, relleno de plumas a un costado que como él indica, son el complemento perfecto de esta mezcla tradiciofantasiosa, pegadas junto a piedras plateadas que brillan cuando la luz amarilla del bombillo las alcanza. Lleva una camisa de lentejuelas azules del lado derecho y un juego de cuadros como los de La Ventana al Mundo del otro.
—Este es el corre corre de cada año — dice, mientras continúa llenando de brillo la prenda.
Un corre, corre que ha vivido desde antes de ser creador de nuevas expresiones del carnaval. Recuerda con emotividad que desde niño ha estado vinculado a danzas como el Garabato del colegio Marco Fidel Suárez, Monocucos de Villa Estadio, Los Cumbiamberitos de Buenos Aires y el Mapalé de Usiacurí. Lo que no imaginaba es que esto se convertiría en parte de la inspiración de años más adelante.
Un debut inesperado
En el año 2004, en el carnaval de Olga Lucía Rodríguez Pérez, Ronald veía la transmisión de la Batalla de Flores por el canal regional. La señora Alba, su mamá, recuerda que días antes Ronald le había traído unas telas que compró en el centro para que le hiciera un disfraz (cabe resaltar que en los tiempos de antes disfrazarse era casi que una costumbre de todos los que estaban en la ciudad por esos días).
La señora Alba recuerda (entre risas) que Ronald se levantó de la silla donde estaba y le dijo que termine de coser su disfraz con rapidez porque se iba para la Batalla de Flores de ese mismo año, desfile que ya había empezado.
El amor de madre es tan generoso, que ella no dudó, y lo más rápido que pudo terminó el traje mientras Ronald conseguía unas plumas y boas para adornarlo. Ambos sonríen. Con el conocimiento en diseño, maquillaje y vestuario en cero y con tan solo 21 años, Ronald se lanzó a esa aventura que lo llevaría a conocer un nuevo mundo.
Es así como llega al desfile, sin registro, con el dinero justo para devolverse y un disfraz enmendado que decide llamar Herencia del Carnaval, Ronald ya hacía parte del carnaval de Barranquilla con ese primer atuendo que marcó su vida en dos.
Dos años más tarde, en 2006 gana su primer congo de oro, sin saber ni siquiera que este galardón existía. Era un nuevo mundo para él. A medida que iban pasando los años se preparaba y estudiaba inconscientemente hasta convertirse en el hacedor que es hoy en día.
Su familia ha jugado un papel muy importante en este proceso. Ronald considera que su familia es muy carnavalera y que eso ha influenciado en su vida. La señora Alba es quien sigue cosiendo sus disfraces, su hermano Héctor Fabio Guzmán es un pintor innato y es quien ilustra sus diseños y los llena de color, abuelas bailadoras y abuelos hacedores de máscaras hacen parte de la cuna en la que creció.
El camión emplumado
Sábado, 22 de febrero, 6:30 a.m. La mirada somnolienta de Ronald me indica que no visitó a Morfeo, pero su sonrisa señala que está listo para pasear sus plumas en el cumbiódromo. La enorme pared disfrazada había desaparecido, ahora hacían presencia en la terraza de su casa que en años anteriores también se ha disfrazado y ha ocupado dos veces el primer puesto del concurso fachadas del carnaval.
A la vista de los transeúntes que pasaban a esa hora y de las vecinas barriendo en las entradas de sus puertas llega un camión de carga. De esos que dicen “se hacen viajes”. Ronald y las personas que prestan sus cuerpos para revivir estas creaciones, se disponen a cargar los elementos que le pertenecen a cada uno de sus disfraces. Digo suyos, porque lo serán, por lo menos, durante el desfile.
—¡Las mujeres adelante! — expresa Ronald. Refiriéndose a las dos chicas que encarnan a La Mariposa Colombiana y a Mascaradas Femenina.
Atrás iban El Torito Contemporáneo, El Triétnico del Carnaval, Herencia del Carnaval, la versión masculina de Mascaradas y Mariposa Colombiana y Ronald. Al preguntar sus nombres cada uno tenía claro que no era el que estaba escrito en su cédula de ciudadanía, sino los ya mencionados.
Al transcurrir algunos minutos noto que estamos a la altura de la avenida circunvalar. Despejada, pero controlada por la Policía. El camión emplumado no iba a ser la excepción. Los policías levantaron su brazo y señalaron un costado de la carretera indicando que debía parar. No había pasado medio minuto cuando el oficial permitió que siguieran. Las vistosas plumas hicieron el trabajo, indicaron que el destino era la vía 40 y no hubo necesidad de cruzar alguna palabra con ellos.
Los disfraces en su esplendor
Pasadas las 9:00 a.m todos han bajado del camión. El sol empieza a hacer de las suyas y Ronald con sus acompañantes empiezan a sentir las gotas de sudor que recorren su rostro. A la altura de la calle 85 con vía 40 se empieza a sentir el calor humano que evoca el carnaval: carrozas y trailers probando sonidos, grupos folclóricos y disfraces llegando hacían del escenario un espectáculo visual para los mismos actores del desfile.
—Empiecen a cambiarse para que no nos coja el día — dice Ronald, más nervioso que el día anterior.
De inmediato, todos acatan sus palabras y como si de un ritual se tratara, todos se juntan y comienzan a darles vida a los disfraces para rendir un culto cultural frente a cientos de espectadores. Ronald se acerca a cada uno y hasta que no están impecables y listos para el recorrido, no pasa al siguiente. Del bolso azul que carga a un lado de su cuerpo saca el maquillaje y las pinturas. Todos se acercan a buscarla.
A un lado, a escasos dos metros, bajo la sombra de algunos árboles reposaba El Torito Contemporáneo, parecía ser el más tímido. Con una pequeña mirada llama a Ronald y le pide que lo maquille. El entonces director de sus propios disfraces accede y delicadamente pero con precisión dibuja lo que sería la boca y fosas nasales de un torito, los ojos y los cachos están dibujados en el tocado, que al colocarlo en la cabeza de la persona forma perfectamente el rostro de un torito.
Este torito es un disfraz que surge de la tradicional danza del congo, siendo un homenaje a la fauna del congo grande. El toque contemporáneo aparece cuando se mezclan esas tradiciones con la fantasía de otros carnavales del mundo como el de Venecia, Brasil, Francia y New Orleans. Esta mezcla multi-carnaval es lo que Ronald considera novedoso y los 35 congos de oro que ha recibido en su trayectoria así lo confirman.
A las 2:30 p.m. es el turno de Ronald y sus disfraces para salir a sorprender a los asistentes. Todos están listos. El fotógrafo pide la foto grupal y empiezan el recorrido de casi dos horas entre multitud de personas. Tendrán que creer en mi palabra, Ronald y sus disfraces se robaban las miradas de todos.
Los ojos marrones de este hacedor se inundan de lágrimas al pensar que el miércoles de ceniza sus disfraces deben volver al oscuro, pero seguro baúl donde permanecen los otros 361 días del año. Las paredes blancas volverán a estar sin el colorido y sin las enormes plumas que adornan los disfraces de Ronald. Parece que el tema toca sus fibras. Sería inequívoco pensar que no duele guardar lo que tanta felicidad le ha dado.
Así como todos los acompañantes que prestan sus cuerpos y almas para darles vida a sus creaciones hacen parte de su familia, los mismos disfraces también. Ronald sonríe apenado. Se hace la idea de que sus disfraces son familiares que vienen a disfrutar y compartir con él los 4 días de fiesta y que luego deben volver a irse. La metáfora lo reconforta.
Los carnavales del 20 20 donde lo vive la gente llega a su fin, pero el talento y entusiasmo de este hacedor parece no tenerlo. Ronald Guzmán tiene claro que su creatividad es y será para el pueblo porque de ellos recibe lo que para él es sumamente importante, los aplausos. Toma una máscara (de las decenas que hay un su casa) y se la ajusta cuidadosamente al rostro, mira al espejo y una sonrisa brota de su rostro.
—Ya sé que voy a mezclar el próximo año — finaliza.