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Por: Juan David Herrera

Las luces del Hogar Geriátrico Confrancianos se encienden alrededor de las 4, aún cuando el sol no se asoma. Mientras la mayoría de la ciudad permanece dormida, los encargados del centro, como algunos ancianos, se levantan para empezar un nuevo día. Las cocineras son las primeras en ponerse en actividad, preparan el desayuno cuidadosamente asegurándose no romper la dieta de los integrantes de esta familia de vida.

Algunos abuelos se levantan casi al mismo tiempo que los encargados del lugar y ayudan con quehaceres como sacar las sillas o abrir las puertas. Para una vez el resto de ancianos se levante encuentren todo arreglado dentro de la casa.

Entre las paredes blancas y escuálidas desfilan los ancianos, algunos todavía pueden caminar, otros se ayudan de muletas, sillas de ruedas, bastones, etc. Las enfermeras ayudan a bañar a los abuelos que presentan dificultades, pero no faltan los que invadidos por el pudor, prefieren la privacidad y lo hacen por su cuenta.

La brisa tranquilizante del árbol de mango posado imponente tras sus años en la gran terraza, brinda una sombra reconfortante mientras deja caer sus frutos al suelo. Es el lugar predilecto para la reunión de la mayoría de los ancianos quienes a la postre del desayuno se integran para hablar, dormir y ver entre los barandales de las rejas a las personas pasar, durante todo su día.

Sin embargo, no todos los veteranos siguen este patrón. Unos por su parte se dispersan alrededor de la casa, y un televisor pantalla redonda y con una imagen un poco distorsionada sirve como pasatiempo para los ancianos que prefieren quedarse adentro y descansar.

El abanico gira de izquierda a derecha, emite un sonido parecido a un cincel golpeando una pared y junto con el televisor son las únicas cosas que se escuchan en la sala. De vez en cuando se oye un comentario de algún anciano, pero no hay respuestas todos están cerca pero a la vez distanciados.

Debido al calor gran parte de los ancianos se visten de manera sencilla, unas chancletas, pantaloneta y una camisa. Otros a los que el calor les da más vida se emperifollan de la cabeza a los pies. Se pueden ver caminar entre los pasillos del hogar con la vitalidad de aquellos días de juventud, señores con sombreros, zapatos de charol y demás, como esperando a una visita que en realidad nunca llega.

La alcaldía también ayuda con el lugar y proporciona un subsidio mensual para que la fundación siga en pie.

El hogar geriátrico compone su personal de psicólogos, enfermeras, una
trabajadora social y demás personas que tratan de acompañar a los ancianos y cubrir las necesidades que presenten durante el día.

La convivencia en general es buena, aunque algunos abuelos prefieren tener un poco más de distancia y pasan la mayor parte del día durmiendo y leyendo desde la Biblia hasta periódicos locales.

La recreación para los ancianos es lo fundamental. Es un espacio en el que cambian su rutina, se divierten y al menos, por un momento, ayudan a despejar la mente y a sentirse en familia.

En el juego de dominó son expertos. Cada uno de los abuelos se reúne en las tardes para jugar algunas partidas. Por un momento las muletas y sillas de ruedas se cambian por miradas fijas, concentración y un silencio tensionante. El dominó representa uno de los pocos espacios de integración que tienen los abuelos.

Más adentrada la tarde encienden una vieja radio y al compás de las piezas musicales, se relajan y encuentran el sueño.

Las visitas están abiertas todos los días, pero son pocas las personas que se acercan a visitarlos. Algunos familiares de los ancianos vienen de vez en cuando, pero desde luego, no es un acompañamiento constante para estas personas que se encuentran en el ocaso de su vida. La mayoría de los visitantes son vecinos del lugar o feligreses de iglesias cercanas, quienes comparten el evangelio con los ancianos.

La comunicación resulta ser aquí un juego entre frases tardías, balbuceos y sonidos extraños que dan lugar los ancianos a entablar conversaciones y hacerse notar cuando necesitan algo. En ocasiones ríen como si escucharan un chiste o recordaran alguna anécdota del alba de su vida que los llena de alegría.

No todos aquí tienen una enfermad cognitiva o física. Algunos están aquí porque sus familiares ya no podían tenerlos y prefirieron internarlos en el hogar geriátrico. Por supuesto, estos últimos no se sienten contentos de pasar su ocaso aquí, por lo que viven los días entre rabietas y distancia con los demás.

En el aire se percibe tristeza y desconsuelo, los ancianos parecen invisibles en una ciudad que avanza tan rápido que los dejó atrás y solo los recuerda en momentos fugaces.

Semblantes tristes son pan de cada día, dolor y cansancio se ven reflejados en los ojos de los ancianos quienes deambulan por el lugar hasta caer dormidos en un sueño profundo que sirve como escudo contra la soledad.

Condenados a vivir en un limbo donde la rutina es el factor imperante y la
paciencia la virtud fundamental, pasan el tiempo que les queda de vida sentados, con el cuerpo ya cansado de tantos vaivenes del camino, y sobre todo cargando el lastre de un olvido de la sociedad en general que los sepultó antes de muertos.

Esperan que caiga la noche de sus vidas, que los lleve a una paz eterna lejos de la rapidez y la fugacidad del mundo que los rodea.

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