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El Carnaval que se vive, pero no se goza

Por: Octavio De La Hoz y Edgar Arroyo

Esfuerzo, sudor y muerte son palabras que la gente no asocia con el Carnaval de Barranquilla. Los colores, la música y la algarabía son las protagonistas populares año tras año, pero lejos de los reflectores hay seres humanos que se entregan en cuerpo y alma para que otros festejen. Desde una sala de urgencias, Stephanie Retamoso, Lorena Campos, Alejandro Álvarez y Luis David Calvo Jaraba dan todo lo que tienen para salvar las vidas de los carnavaleros que se pasaron de piña en trago y violencia.

De otra parte, cuando muere Joselito y se termina el Carnaval apenas inicia la jornada de Victor Plaz, quien es uno de los cientos de miles de venezolanos que no hacen ruido, pero que trabajan en Colombia como hormigas para ganarse su sustento. Limpiar el basurero que queda no es tarea sencilla y mucho menos si se hace al ritmo de la cruda humedad barranquillera y su sol desafiante.

Así como reinas y reyes engalanan la fiesta, médicos y escobitas ofrendan sus trabajos para mantener a unos con vida y limpiar el chiquero después del baile municipal. Es por esto que, desde sus historias, decidimos contar el Carnaval que se vive, pero no se goza.

Entre faroles y sirenas

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No es una noche cualquiera en la Puerta de Oro de Colombia. “Faroles de luceros, girando entre la noche… ” se escucha de fondo en cada esquina. La música y la alegría se convierten en un solo compás. El barranquillero promedio alista su mejor disfraz para presenciar La Guacherna del Carnaval, uno de los desfiles más importante de este evento patrimonial.

Mientras Barranquilla disfruta, del otro lado de la ciudad, existen unos faroles que brillan con menos intensidad. Un grupo de médicos del Hospital de la Universidad del Norte sacrifican su noche de parranda para salvar las vidas de aquellos que gozaron de más.

Limpiando el chiquero

Inconsciente y con una botella de ron en su mano Joselito Carnaval fue hallado el martes de esta festividad. Lo único que se le ocurrió a los testigos es que él ya estaba muerto. Cuando las lágrimas de sus familiares y su cajón fúnebre fue paseado por toda la ciudad, despertó para recordarle al mundo que solo estaba de parranda.

Al finalizar la resurrección, Victor Plaz Cardona, un colombo-venezolano de 57 años, se alista para limpiar las calles de Barranquilla. Armado de su escoba, pala y rastrillo este hombre recoge las penurias y residuos del gozo esparcido durante los 4 días de carnaval.

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