Por: Juan Vargas – [Alianza Informativa con Cosmopolítica]
La muerte del papa francisco ha tambaleado la estabilidad social y política de la ciudad del Vaticano, donde después de más de una década, volvemos a decir… “VERE PAPA MORTUUS EST”.
Cuando hace unas semanas vi la película “Cónclave” tenía muy presente en mi mente que ese escenario ficticio estaba próximo a volverse una realidad, el mero hecho de que tendría que escuchar un “Habemus Papam” por primera vez como un hombre con raciocinio me hizo tener un punto de vista muy sui generis ante esta situación. En primer lugar, porque la última vez que dijeron esas palabras desde el Vaticano era apenas un niño que acababa de cumplir 8 años apenas 6 días antes de la proclamación, pero sobre todo porque, a pesar de no ser parte de la fe católica, mucha gente no comprende las verdaderas implicaciones de un cambio de gobierno en una de las instituciones más herméticas, antiguas y, sobre todo, poderosas en el contexto geopolítico actual. Permítanme explicarles.
El cargo de sumo pontífice es uno de los cargos más poderosos en todo el mundo, a tal punto de que logra influir profundamente en las perspectivas y decisiones de los principales jefes de Estado y de Gobierno a nivel actual. No porque tengan un ejército poderoso (ya sería algo ridículo comparar, por ejemplo, la guardia suiza con cualquier ejército moderno de cualquier país), ni porque tienen armas con poder de disuasión (faltará más). Si no porque tienen uno de los poderes más efectivos y añorados por cualquier gobernante que sueña tener tal dominio sobre la gente. La autoridad moral y espiritual sobre más de 1.400 millones de personas a nivel mundial, cosa que para muchos no tiene gran impacto, hasta que se ponen a analizar qué cosas se pueden lograr con ello.
Pensemos por un momento en los líderes globales, en últimas son hombres normales, comunes y corrientes como cualquiera, todos nosotros tenemos nuestras filias, fobias y (al menos en la gran mayoría de la población) necesidades espirituales que necesitan ser satisfechas, en gran medida por la religión. Como cualquier hombre normal sabemos que al someternos a la autoridad de cualquier religión también nos sometemos a los criterios de cómo debemos someternos para satisfacer nuestras necesidades espirituales que provienen, en gran parte, de guías espirituales (llámese sacerdote, pastor, rabino, etc.). Lo mismo pasa con los gobernantes, a fin de cuentas, puede que también tengan esas necesidades y, por ende, necesiten someterse a algo o alguien.
Ahora imaginen ese poder que ostenta un líder espiritual sobre nosotros, los que profesamos alguna religión, multiplicado por 1400 millones, y encima, con gobernantes incluidos. Tener el poder moral y espiritual sobre alguien es un poder que no se consigue ni con 100 bombas del zar. Por eso pasa que, en palabras de Carlo María Martini, “cuando el papa habla, los gobernantes escuchan”, ya que él tiene, a juicio de muchos, las llaves a la trascendencia eterna, llaves que ningún otro presidente, primer ministro o jefe de gobierno tiene, y que encima los somete a ellos.
Al tener presente esta noción de cómo este poder influye grandemente en la psiquis de los gobernantes, obviamente queda una preocupación acerca de cuál será el futuro de la Santa Sede, pero más sobre qué intereses vayan a ser los priorizados mediante el poder moral y espiritual hacia sus fieles. ¿Seguirá el reformismo en la iglesia? ¿O volveremos a las épocas más tradicionales y ortodoxas de la fe? ¿Veremos a gays casarse en las parroquias de los pueblos? ¿O a mujeres siguiendo excluidas del sacerdocio? En resumidas cuentas, es un cuento de locos, y quien ocupe el trono de San Pedro tendrá que decidir cuál es la vía correcta para garantizar la supervivencia de la iglesia.
Y, quizás, del mundo…