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Por: Stephany Cabarcas Ávila

Entre la gente, pero sin ser gente para la gente, vive su vida como la gente. Síntesis de la historia de un desempleado que también vive, claro, durante el Carnaval.

La vida da muchas vueltas. Lotería para algunos, desgracia para otros. O ninguna de las dos. Omar García decide aventurar y experimentar en un mundo totalmente desconocido para irse de “Baranoa” (es este caso traducido como mundo de los varados, los sin trabajo).

Un año y medio y sus zapatos siguen recorriendo a Barranquilla. De día, la ciudad parece imponente, pero en la noche es fría y tenebrosa. García lleva puesto un buzo y encima una camisa de su equipo, el Junior, al que alienta inclusive en una noche de Guacherna. Tiene un pantalón militar, que no va con su camisa, pero no importa: es momento de Carnaval. A los zapatos “les ha sacado bien el jugo”.

Lo acompaña un carro, adornado de desperdicios. Allí van objetos que a otra gente no le son útiles. Su carro tiene llantas y timón, como todos repite.

“Ah, y si preguntas qué marca es, solo te puedo decir que es de madera y tiene llantas de caucho”, dice. Con el carnaval, Omar García se tira sus chorritos y alimenta la vista.

***

Viernes 22 de febrero.

Despierta un poco tarde porque debe recargar energías para la noche. Realiza su rutina como un día normal para salir a camellar a las 5:00 pm. Se viste y piensa que no debe olvidar su cadena. De ella, cuelga un dije que es una moneda de 100,  símbolo de atracción del dinero. Ha decidido invitar a su sobrino Deivis, quien ahora también metido en esta causa. Salen de la casa y caminan desde el barrio Santo Domingo hasta la 43.

5:00 de la tarde, es viernes. Ambos toman rumbo a la noche de Guacherna. Hay brisa fresca de la tarde mientras la ciudad siente el furor de la fiesta.

En Carnaval, dice, las mujeres “tienen palacio, así no todas merezcan ser reinas, y los hombres mandato de patrón”. Ellos van recorriendo los pasos.

3:00 de la tarde, sábado. Omar, solo, decide dirigirse al lugar donde se realiza la Batalla de Flores. Hay que buscar el sustento entre los desperdicios –el pan de cada día-. García habla de una noche larga y productiva… pero también peligrosa.

Entre cajas de maicena vacías, palos de chuzos, botellas de plástico, busca latas de cerveza y objetos que la gente ha dejado en su encuentro con las Flores.

Y entonces reconoce que no es muy agradable entrar a buscar latas debajo de los palcos, el olor es apestoso por el orín de los baños. Es el deber y hay que buscar más latas.

6:30 de la tarde. Sábado. Oscurece. García se desplaza hacia otra zona en donde los habitantes y visitantes estén disfrutando del carnaval. Escoge “Pradito” es lo mas cerca del lugar donde se encuentra, pero lastimosamente el tumulto de gente impede que Omar haga bien su trabajo.

No le abren paso; miradas de reojo (tal vez por su aspecto y su trabajo). Eso también es la ciudad. Él se aparta y espera a que la Policía colabore para seguir trabajando. Recolecta y conversa de nuevo sobre el día que ha tenido.

Ahora, Omar García, con algo más de 40 años, de la Costa espera el cierre del Carnaval.

Foto:  Triple A S.A E.S.P

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