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Punto de inflexión.

La semana pasada salieron a marchar en las calles de Charlottesville, Estados Unidos, hombres con camisas negras, pantalones caqui y escudos alusivos a Hitler. Algunos estaban armados con fusiles de asalto. Entonces surgió una contramanifestación de activistas y religiosos para rechazar esos mensajes racistas y neonazis.

En rueda de prensa, el presidente Donald Trump dijo que “había gente mala en un lado y también gente muy violenta en el otro (…) la culpa fue de ambos lados”. Para algunos esto refuerza la tesis de que Trump es racista, historia que inicia en 1927 cuando arrestan a Fred Trump, padre de Donald, en una reunión del grupo extremista Ku Klux Klan, el mismo grupo que hizo las manifestaciones racistas la semana pasada. Luego, en 1973, el Departamento de Justicia demandó a Donald y a su padre Fred por discriminar sistemáticamente a las personas negras que querían rentar viviendas.

En el siglo XVII, los europeos no traficaron hombres negros de África hasta América porque eran racistas, sino para obtener una rentabilidad económica en el nuevo continente. Luego, al ejercer una posición de superioridad ante los negros, surgió su concepción racista que justificaba los males que hacían. Como decía Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel”.

Lo cierto es que esa concepción general se impuso en el mundo. Por eso, en el siglo XX se presentó la segregación racial en Estados Unidos, el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia.

Para el filósofo Michael Foucault las relaciones sociales constituyen una red, y en esa red se encuentra inmerso el poder. Ese poder trasciende entre dominados y dominantes. El poder circula y hace que las personas se aferren a él, no como algo impositivo, sino como sistema normalizador de las prácticas, haciendo ver que aquello que está establecido es natural y bueno para la sociedad.

“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento”, explica Foucault.

Quizá para aquellos que nunca han sufrido la discriminación es difícil comprender los efectos de la misma. Eso le pasaba a los estudiantes (blancos) de primaria de Janet Elliot el 5 de abril de 1968, un día después del asesinato de Martin Luther King, así que la profesora Janet convenció a todos los niños de que aquellos con ojos de color marrón eran más inteligentes que los chicos de ojos azulados. Así, resaltaba cada participación de los estudiantes de ojos de color marrón y le buscaba errores a la participación de los estudiantes de ojos de color azul. En poco tiempo se empezaron a evidenciar conflictos y divisiones entre los dos grupos, y el rendimiento real de los discriminados empezó a bajar. Al final del ejercicio, la profesora les explicó la finalidad de la actividad y hubo muchos abrazos, e, incluso, algunas lágrimas.

Por lo ocurrido en el siglo pasado, hoy son pocos los que se declaran abiertamente racistas. Por eso los senadores del mismo partido criticaron a Donald Trump debido a sus declaraciones. Asimismo,  la comunidad internacional lo cuestionó. Sin embargo, vayámonos -como sugiere Foucault- a las bases sociales, a lo cotidiano.

En Estados Unidos las personas blancas tienen en promedios seis veces más riquezas que las personas negras; los hombres negros recibieron sentencias veinte veces mayores que los hombres blancos en situaciones similares y los estudiantes negros son expulsados y suspendidos tres veces más que sus pares blancos.

En el caso colombiano los datos son escasos. César Rodríguez, del Observatorio de Discriminación Racial, advierte que “es el resultado de la arraigada creencia de que en Colombia no hay distinciones raciales (…) el problema es que las escasas cifras disponibles, los casos judiciales y los testimonios de personas y comunidades negras muestran una realidad distinta”.

El censo del 2005 en Colombia muestra que la mortalidad infantil de afrocolombianos es casi el doble de la del resto de la población, las afrocolombianas viven 11 años menos que el resto de mujeres y el 45% de la población negra no tiene seguro de salud.

Desde pequeño, el boxeador Muhammad Alí se empezó a cuestionar por qué todo lo bueno era blanco. Le preguntaba a su madre por qué Jesús era blanco y tenía los ojos azules, por qué en la última cena todos eran blancos, por qué los ángeles eran blancos y qué pasaba con los ángeles negros. Se preguntaba por qué Tarzán, el rey de la selva en África, era blanco, por qué se podía comunicar con los animales y los negros nativos no podían. No todos podremos influenciar a la sociedad como lo hizo Muhammad Alí, pero todos podemos comenzar a cuestionarnos esas redes establecidas que nos hacen discriminar al otro, en este caso, por el color de la piel.

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