Por: Andrea Palma Polanco
“¿Has pensado en el día de tu muerte?”, pregunté. “¡Claro que sí! y he estado cerca unas dos veces”, respondió. “Solo sé que cuando yo me muera no quiero que me lloren”.
Rojos, amarillos, verdes y negros eran los colores de aquella caseta donde vi a Johnny Giraldo por primera vez. Todo ese día fue un cargamento de primeras veces. Primera vez que estaba en un concierto de Rap, ese género musical que se identifica por la habilidad de contar historias de una manera rítmica, fuerte, sin censura y ligera.
Primera vez que bailé música isleña, primera vez identifiqué el olor a marihuana. Johnny, más conocido como “Fat”, se presentó a las diez de la noche en aquella caseta de la popular carrera 8 de Barranquilla.
Amado, uno de sus amigos, productor y también cantante urbano, me hacía un resumen de la vida de Johnny. Con su acento barranquillero-boricua, me contaba que gracias a la música urbana y a 47Cor había podido comprarle una casa a su madre.
47Cor es un movimiento urbano fundado por Fat en el 2010 donde acogió en su primer año a unos 50 jóvenes del barrio Las Nieves, La Luz, El Ferri, entre otros del sur de la ciudad.
Cuando Johnny se bajó de la tarima habló con unos artistas y amigos. Me vio y dijo:
No te ves de este ambiente. Pareces pelaita pupi.
Nos presentamos formalmente, me brindó su mano sudada, un poco rasposa, tatuada y llena de anillos. Después de haberme dicho que parecía pelaita pupi no sabía ni qué decir, porque no se trataba de fingir ser alguien que no soy, pero tampoco tenía idea de todo este mundo urbano. No quería hablar y decir estupideces.
La música era demasiado alta y Amado seguía detrás mío hablándome de Johnny y por más que quisiera escucharlo solo entendía el 50 % de lo que decía.
La intriga de este personaje creció porque luego de ese día no respondió más mis mensajes y necesitaba tener una charla con aquel hombre 1.80 de estatura, con ropa holgada, gorras y tres cadenas en el pecho.
En su estudio, un lugar pequeño ubicado en el barrio las nieves donde ha vivido la mayoría de su vida, hizo la canción que le dio la fama en el 2009.
El velorio de un coleto fue una canción que se inmortalizó en la ciudad y por más Rap del bajo mundo que algunos lo llamaran, personas de altos y bajos estratos coreaban una y otra vez este tema en todas las discotecas. Incluso actualmente sigue siendo el tema con el que el público lo reconoce.
Parece un hombre rudo. De hecho, eso fue lo primero que pensé cuando lo vi en aquella caseta. Sin embargo, Johnny se deja manipular de amor por una hermosa pincher llamada Caramelo.
“Es mi beba, la rescaté de la calle, estaba flaca y parecía una ratica”, dijo entre risas mientras la pechichaba.
El entorno siempre es un buen influenciador para que los pensamientos colonicen nuestra mente. Fat desde pequeño se vio envuelto en un mundo de aislamiento ese que todos conocen, pero que nadie quiere aceptar.
Un mundo donde la periferia siempre será el negativo de las fotografías. Fue ese mismo ambiente donde se crió que lo ayudó a que con una guitarra, a los 15 años, fuera imprimiendo los recuerdos de su infancia en una canción.
Cuando le pregunté por una anécdota que lo hubiese marcado o que hubiese sido difícil para él dijo: a veces la gente ve como difíciles, duras o extremas muchas situaciones que a uno le pasan, pero cuando uno las vive a diario se acostumbra y aprende a vivir con el dolor.
Es como si fuera algo normal, terminas aceptando esa realidad que te tocó vivir.
Después de ver su rostro tenso e inexpresivo, noté que en el fondo de su mirada había algo de tristeza, algo que quizás no se atrevió a contar, pero que al hablar sobre el dolor le trajo recuerdos.
Luego de unos minutos de intentar o buscar la forma de que me hablara sobre eso que yo creía estaba pensando, Alzó su cabeza como mirando al cielo y empezó.
“Ese día yo salí de mi casa temprano para el colegio, estaba en quinto de primaria y ya casi se acercaba el grado. Imagínate esos días cuando uno pelaito sabe que ya va salir de vacaciones, que ya llega diciembre, mejor dicho, no podía de la emoción”, comentaba.
Prosigió. “Cuando estábamos en el recreo se sintió una balacera, todo el mundo corrió hacia los salones y yo no sé porqué me quedé paralizado en el centro del patio del colegio. Después de ese día no vi más a mi papá.”
Pareciera como si el efecto de parálisis se me hubiese pegado. No sabía qué decir, creía que estaba escuchando la entrevista de uno de esos documentales de violencia que han hecho en este país.
Intenté cambiar de tema, pero él seguía. Era como si se hubiese olvidado de mi presencia y simplemente estuviera hablando para sí mismo, como recordando en voz alta.
Fue un 20 de noviembre y su mamá lloraba mucho frente al cajón. Todo el barrio estaba ese día ahí y aun así se sentía solo. Decía que su papá era un hombre berraco y que siempre le había enseñado cosas.
Le enseñó a trabajar en la carpintería y a él le gustaba ver como sacaba figuras diferentes de lo que a él solo le parecía un pedazo de palo.
“Por eso tengo las manos así callosas, porque todavía hago algunas cosas con la madera”, dijo.
Dejamos de hablar y me fuí con una sensación extraña, era como si me hubieran inyectado una dosis de realidad en las venas. Una realidad dura, cruda, injusta, pero imborrable. No creía que pudiera volver a hablar con él, siempre estaba ocupado.
Un viernes por la noche me invitó a un evento que tendría el sábado. Me sorprendió que el mensaje dijera “mi amiga, tengo un evento en Antigua disco bar. Ve para que escuches el nuevo tema.”
Después de algunos encuentros y que ya me dijera amiga era algo extraño para mí y más que viniera de personas como él que ya abiertamente me había confesado que era muy desconfiado.
No fui al evento y lo lamenté, porque de cierto modo sentía que había fallado. No volví a saber de él sino hasta dos semanas después.
Estaba en la casa de un amigo, la persona que me habló de él por primera vez y me hizo un resumen de su vida, ellos son amigos y se conocen hace ya algunos años.
Johnny llegó y empezaron a hablar de muchos temas interesantes y yo no hallaba dónde escribir lo que escuchaba.
Recuerdo que hablaron de un hijo, un hijo que nunca llegó y que sin embargo lleva su posible nombre tatuado. Nunca ví el tatuaje, pero estoy segura que lo lleva tatuado en el alma.
También recuerdo que hablaron de Doña Martha, y aunque no dijeron mayor cosa sobre ella noté que esa vieja, como él llama, es una las personas que más ama en su vida.
Estuvo un tiempo metido en esos vicios que tiene la calle y las malas compañías. Sin embargo, nunca olvidó o pensó abandonar su sueño de la música.
“Entendí que uno con la música también puede volar y despejarse. Hubo un tiempo en el que mi mamá se enfermó y oré y oré mucho y le hice la promesa a Dios que si ella se mejoraba dejaba atrás ese demonio.”
El mundo de la música no es fácil, es un terreno movedizo y en ocasiones muy difícil de escalar.
Fat sacó su nueva canción Amor oscuro, esa que me invitó a escuchar en vivo, y aunque no suena en las emisoras y la gente no la conoce para él es su más grande éxito.
Esa canción refleja un cúmulo de experiencias vividas con la que fue quizás el amor de su vida. La misma de Alkilados de amor, el perdedor, entre otras canciones. Johnny ha sido jurado de muchas batallas de rap en la costa, ha estado en el festival de música urbana en Medellín , carnavales y ha viajado hasta México llevando su música.
Lo que fue una experiencia maravillosa para él, porque nunca había montado en un avión y nunca se había salido del mapa, como él dice. Recuerdo que dijo entre risas “yo creía que cuando me subiera me iban a poner solo de un lado del avión para que se nivelara. Ser gordo tiene su gracia.”
La equivocada, es la próxima canción que sacará y quién sabe si será basada en la misma musa, lo que sí sé es que fue escrita con la ayuda de la misma guitarra vieja, de cuerdas desgastadas y llena de stickers al estilo hippie- urbano.
Vía WhatsApp le hice una pregunta que alguna vez escuché en una entrevista. ¿Has pensado en el día de tu muerte? pasaron dos días y no había respuesta pensé que se había incomodado y dije que quizás hasta ahí había llegado mi reportería. Hasta me reproché el haber hecho esa pregunta.
Es obvio que en algún momento de nuestras vidas todos hemos pensado en el día de nuestra muerte. ¿Cómo será?, ¿Me extrañarán?, ¿Cuándo será? e incluso hasta pensamos en qué forma nos gustaría morir.
Pero en el caso de él sentía que podía ser diferente; que de algún modo el estar rodeado de tantas muertes como la de su padre, dos de sus amigos, quien fuese su hijo, y quizás otras que no sé, podría hacerlo sensible al tema.
Me respondió luego del tercer día y con un pedazo de la canción que lo dio a conocer El velorio de un coleto. Me dijo:
¡Claro que sí! y he estado cerca unas dos veces. Solo sé que cuando yo me muera no quiero que me lloren.