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Por: Victoria Ortiz Bayuelo

Esta es la particular historia de un rezandero del cementerio Calancala que pasa los 365 días del año con los muertos.

Sin importar el inclemente sol que arropa a Barranquilla a las 2:30 de la tarde y con el transcurrir entre el ulular del viento, el canto de los pájaros, que subraya la ausencia de las voces o de los ruidos causados por la actividad de los vivos. En medio del camposanto, poblado de todo tipo de símbolos religiosos, en el que reposan los cuerpos de muchos seres humanos, logré ver a un hombre que orinaba.

Me detuve. No hicimos contacto visual, nos separaba una columna de tumbas.

Espere un tiempo prudente y continue con mi camino, que sin darme cuenta me condujo a caminar detrás de aquel hombre. Caminaba pausado, mirando delicadamente a todos lados.  

Una moña azul turquí, que hacía juego con sus zapatos, enrollaba toscamente su cabello largo. Lucía una camiseta y pantalón blanco. Entre los dedos de su mano derecha llevaba un rosario morado y con su mano izquierda sostenía el mango de un paraguas que tenía un toldo particular; muchas plumas de color azul y naranja, sobre un doble fax de color amarillo y azul.

Parecía conocer como a la palma de su mano el cementerio. Se me hizo evidente que podía ser la persona que buscaba, de la cual, solo sabia su nombre. Atiné.

Desde hace más de 20 años, Alexa, Alexis o Alex -no le importa como lo llamen- se dedica a recorrer la ciudad de los muertos, el cementerio más grande y antiguo de la ciudad: el Calancala.

“Yo vengo todos los días. El año tiene 365 días y esos 365 días soy fiel a mis difuntos”, dice. Para Alexis “esta es la ciudad de los muertos, todos los días hay uno que cumpleaños de fallecido, de muerto. Aquí se celebra amor y amistad, el dia de la madre, el padre, el dia de los muertos. Aquí vienen todos los días las personas a visitar a sus difuntos y aquí estoy yo, dispuesto a ayudarlos”.

Alexis considera que tiene un don, no solo para despedir a los muertos sino, para dar consuelo a los vivos y dar alivio a las penas que, aunque son ajenas, se vuelven propias cuando se está frente a la tumba. “Hay gente que no tiene voluntad de rezar” dice, “todos sabemos hacerlo. Pero ajá, algunas veces están tristes, no quieren o les gusta más como yo lo hago”.

Cada rezo es diferente, son más de 100 oraciones que consiguió memorizar y crear, las complementa con distintas alabanzas. La diferencia radica de quien sea el fallecido: papá, mamá, hermano, hijo, entre otros seres queridos.   

La promesa

A raíz de de la muerte de su padre y la promesa de nunca abandonarlo, Alexis se dirigía todos los días al cementerio a hacerle oraciones, como un acto normal que le fue enseñado en su infancia. Un dia, una señora lo elogió y le pidió hacerle un rezo a su difunto. Al final le dio dinero.  

Desde entonces, Alexis vio en los rezos una oportunidad, un estilo de vida, “cada dia le cumplo a mi papá. Además, este es mi sustento. yo no estoy aquí para que me vean rezar, hartando sol o cambiando de color porque si. Por mucho que sea una devoción no le veo coherencia. Uno tiene que comer, transportarse”.   

De la cocina al Calancala

En Colombia no es extraño escuchar el término de rezandero, en el interior del país es una actividad que es utilizada para curar al ganado y librar de dolor y enfermedades a distintos animales. En la región caribe, es una tradición más arraigada a los muertos, a extender oraciones en sepelios y entierros.  

Para Alexis este es un oficio como cualquier otro. Años atrás su pasión era cocinar deliciosos platos tradicionales en distintos restaurantes de la ciudad. Hoy por hoy, no extraña sus utensilios de cocina, por el contrario, disfruta de la paz y el blues desesperado de los grillos.

Paz que es interrumpida en diferentes ocasiones por los excéntrico deseos de los difuntos, que pidieron ser despedidos con champetas, rancheras, vallenatos,  maizena, alcohol, drogas y disparos. Ha corrido en innumerables ocasiones por este tipo de entierros de pandilleros, ladrones o jíbaros.

Pero siempre vuelve a terminar sus oraciones y a cumplir con el servicio que le fue contratado.

Es conocido por todos. Desde el personal que labora en el cementerio hasta los que asisten a visitar a sus difuntos. Todos tienen claro que cuando el reloj marque las 9:00 am por las puertas del cementerio entrara con su paragua el rezandero.  Y al escuchar sonar 3 veces las campanas del cementerio, Alexis dejará de prestar sus servicios.

Fiel a sus muertos, sus clientes fieles a él

No es de los rezanderos más antiguos, hay muchos que como él vienen realizando esta labor durante  más de 100 años que tiene el Calancala. Pero sí es quien se ha ganado el cariño de muchos clientes, por el sentimiento con el que viene impregnado sus oraciones y por la forma que se involucra con cada cliente.

Aunque suene descabellado, Alexis conoce casi todas las historias de los muertos que están en el espacio sacro.  Mientras que recorremos el cementerio y hablamos sobre la vida y la muerte, sobre anécdotas y la atmósfera que enmarca la fragilidad de la existencia, él espontáneamente, señala diferentes tumbas y agrega, “esta que está aquí es una niña que se ahorcó. Tenía como 20 años, pasados. Era niñita pero le gustaba el…” deja de hablar y se aproxima rápidamente a pasar su dedo indice, de izquierda a derecha, por la nariz.

Me mira, no logro descifrar que me quiere decir con su mirada. Entendí lo del dedo, pero su mirada era como si quisiera conocer mis más oscuros secretos. Continúa hablando, “Se pasó de maracas, de vicio”.  

La curiosidad con la que aborda las cosas le permiten notar cosas que otros no notan. Alexis tiene su clientela fija. Los domingos son días movidos, no puede recorrer por mucho tiempo el camposanto porque por donde pasa es llamado por uno o varios clientes, que casi tienen que sacar cita para que su difunto tenga las plegarias compuestas por Alexis.

Momento del rezo

Saluda con familiaridad a sus próximos clientes, quienes se encuentran tirados en la arena caliente, sobre la tumba de su hijo. Alexis, casi entre dientes, se dispone a establecer el valor de la oración y a buscar información del fallecido.

Con todo claro, se ubica de pie, al frente de la tumba. Sin soltar su paragua que empuñaba con gran fuerza, tanto que sus largas uñas alcanzaban a marcar la palma de su mano, inicia la oración.

“Hoy encomendamos su honra a Dios, hoy es difícil aceptar que ya no estas con nosotros, que solo vive en tu corazón grabado en tu mente como la lámpara que hoy enciende el altar de tu camino. Que tu recuerdo y tu alegría siempre será para nosotros normas de de conducta por la lucha y la vida. Ahora duerme hijito mío, y reposa tu sueño. que nunca te olvidaremos mientras tengamos vida. Ahora te llevare en mi corazón grabado en mi mente como una lámpara que enciende el altar de mis caminos. Me duele tu partida (…)”

8:33 segundos duró la oración y todo transcurrió en la misma posición; su mano izquierda con el paraguas, su mano derecha en la cadera. Frente fruncida. Nunca tocó el rosario o las estampitas de su cuello, las cuales están desgastadas, probablemente por el sudor, pero parece ser el sagrado corazon de Jesus y la virgen María.

Maneja las entonaciones adecuadas, el sentimentalismo y casi lágrimas están presentes durante toda la oración. La oración finaliza y rápidamente el papá del joven fallecido saca dinero de su bolsillo. Alexis lo introduce en su bolso y se despide. Es momento de seguir con el próximo cliente. Alexis trabaja donde lo busquen, si es de ir a otro cementerio, va, si es de ir a funerarias, también.  Sus servicios tienen un valor estimado entre 5.000 mil hasta 20.000 pesos. Todo depende de la duración, si es un motivo especial o si le toca cantar. “Por la plata baila el perro, si me piden que llore, aunque el muerto no sea mio, se hace”. expresó Alexis, entre risas.

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