Por: Daniela Molina
Es sábado 4 de noviembre por la noche. El calor empieza a sentirse después de varios días donde la lluvia parecía nuestra compañera eterna. Mientras bailo una champeta junto a mis amigos, me dispongo a retratar bajo mi lente a los artistas. La espera termina. El show arranca con la voz de Kriz Jam, quien junto a su grupo enciende a la multitud y de inmediato, como si de un llamado se tratase, todos comienzan a bailar. Luego, entra a la escena Maranguangoo con su sabor palenquero y rockero, que les hace distinguirse en la escena musical barranquillera.
La noche sigue haciéndose larga pero la gente parece sentirse cada vez más emocionada, quienes deciden quedarse hasta el final recorren los emprendimientos de la feria en donde compran vinos artesanales, comida vegana, donas, perros calientes o simplemente, deciden comprarse un accesorio para lucirlo en la noche.
Se escucha el ruido arrasador de una batería y una multitud envuelta en un pogo provocado por la banda Cielito Drive. El rock ha entrado en la escena, la gente comienza a saltar y la solicitud del público por pedir un vallenato a la banda no se hace esperar. Tocan “La plata” y pienso: “Los versos de Diomedes no quedarán nunca en el olvido de esta tierra”.

Cada vez se hacía más tarde y mi preocupación por la hora aumentaba, sentada frente a una tienda de barrio, pensé: “¿será que esto sentían mis padres mientras iban a las verbenas del barrio?”. Entro a la Alianza porque escuché a otra agrupación sonar, de inmediato camino para estar lo más cerca posible a la tarima y fotografiar al grupo “Spittin Fijah” que entra con el sonido de la paz, el sonido de la historia de nuestras islas caribeñas, el reggae.
Entre champetas y salsas del Joe se pasa el tiempo y entra casi para terminar la noche el maestro Mercien Toussaint. Quienes habían estado esperándole, bailan bajo el sonido haitiano, algunos dicen “pa’ recordar tiempos viejos, los de la verbena”. A mi lado veo una pareja que por la sabrosura con la que bailan, induzco que han sido verbeneros toda su vida y la piel se me eriza, mis ojos se aguan por pensar “que lujo ser de esta tierra verbenera y bordillera, que felicidad ser Caribe”.