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Por Jhonny Arzuza y Karen Sogamoso

“Basilio es un emblema de la música Latinoamericana y el jazz”, así describe uno de sus estudiantes a este hombre moreno, robusto, alto, con unas trenzas particulares que a cualquier lugar que entra llaman la atención y automáticamente se vuelven un distintivo de su personalidad.

Basilio Márquez, nacido en las Tunas, en el extremo opuesto de La Habana, llega a su lugar de “transmitir conocimiento”, donde diferentes días de la semana enseña a jóvenes que decidieron tomar el mismo camino de él, la música. Y no solo transmite todo su sabor y su conocimiento, sino que también les enseña los valores más importantes que debe tener un músico.

Dan inicio al ensayo y hoy los acompaña en el teclado, ya que no solo toca la trompeta -que es el instrumento con el que se destaca-, sino que también ha experimentado con la viola y el clarinete. Aprendió cinco años guitarra clásica y finalmente decidió quedarse con la trompeta. “Lo que no se ensaya, no sale”, les dice.

Basilio le tiene gran respeto a la práctica y a la puntualidad en la música. “Antes de una presentación se tiene que estar dos o tres horas antes para poder relajarse”, asegura.

Es considerado como un maestro tanto para colegas como para sus estudiantes, ya que “utiliza su instrumento como una herramienta que genera integralidad y pasa ese conocimiento a nosotros”. Este monstruo de la trompeta, como lo llaman otros, entró en la agrupación Irakere junto a ‘Chucho’ Valdez en el año 1996 y nunca ha salido, pues “considero que nunca me he ido, Irakere es una actitud, no un grupo donde entras y sales”.

Su hijo, también llamado Basilio, cuenta que su padre nunca le inculcó la trompeta; pero como la sangre llama, todos sus tres hijos decidieron seguir las mismas sendas de su padre y cada vez que alguien los escucha tocar piensan en “qué cabrones son, igual que su papá”.

Después de hablar con varias personas supimos que sus diferentes mundos estaban unidos, la música y sus estudiantes también tenían una relación cercana a su vida en familia. Según sus estudiantes, Basilio en cada recital iba acompañado de su esposa y sus hijos, innumerables veces lo habían acompañado a sus clases, convivían con sus estudiantes y también los hace sentir a ellos como partes de una gran familia de la clase de orquesta. Esto es algo que muchos ven como un ejemplo a seguir.

Continúa con una nueva clase y en ellas se puede deducir cómo es su personalidad. Primero se sienta, espera que todos estén listos, saluda y da inicio al ensayo. Mientras, observa muy detalladamente cada movimiento, escucha cada sonido finamente. Cuando terminan da sus percepciones de lo que escuchó con una voz suave y calmada junto a palabras que sus estudiantes siempre escuchan con respeto porque lo consideran como una eminencia en lo que hace.

“Tocas, demuestras lo que eres y luego vuelves a ser ese ser humilde”, expresa. Algo que muchos de sus estudiantes perciben de él, es su humildad. Cuentan que siempre les hace énfasis en apreciar lo que tienen: “ustedes se quejan de que tienen esos atriles feos; cuando yo estudiaba tenía que coger un palito y ahí colocaba las partituras”.

Es un hombre muy paciente, directo y disciplinado, siempre le inculca a sus estudiantes: “eso no te va a salir enseguida, tienes que practicar”. Cuando es necesario toma el instrumento y demuestra cómo es el proceso adecuado en la creación de la nota perfecta. La paciencia es algo que va intrínseco en él a pesar de que la primera impresión que causa es otra. Muchos esperan que como cubano tenga un carácter fuerte y basto pero en realidad es completamente opuesto.

Además es un hombre muy amable. Al pedirle que si permitía que hiciéramos un perfil sobre él, estuvo gustoso y nos dio su número de celular sin pensarlo dos veces. “Sí, está bien, solo me llaman cuando vayan a venir, yo estaré aquí miércoles y viernes. Si quieren se sientan ahí, y listo”, fueron sus primeras palabras.

Después en un acercamiento al escenario, lo saludamos como era costumbre. Siempre extendía su mano y con una sonrisa en el rostro asentía mientras decía buenas tardes. Luego de eso nos ubicábamos para hacer la debida observación, de ahí no se volvía a hablar con Basilio hasta finalizar la clase, para la formal despedida.

Acertamos en muchas de las cualidades que vimos de Basilio. Con solo estar sentados desde una banca viéndolo desarrollar su clase, confirmamos cómo todos sus estudiantes tienen un gran respeto hacía él.

“No me atrevo a llamarle profesor. No es por miedo a llamarle así, solo es la gran admiración que le guarda. Por ello se le debe decir maestro”, dice una de sus estudiantes.

Está claro que es una persona muy experimentada y que lleva a Cuba en la sangre. Al tocar su trompeta solo se ve un gesto de concentración y pasión por lo que hace. Con su distintivo reloj dorado y sus trenzas, se sabe que es Basilio.

Esto se ve reflejado en sus hijos. El mayor, Basilio, adoptó esta misma concentración y esta misma disciplina que caracteriza a su padre. Al sentarse junto a él en una de sus clases, la forma de analizar es la misma que su padre, observar y escuchar detalladamente. “Todos en casa somos músicos”, dice. Acompañar a su papá desde pequeño y verlo tocar fue lo que a todos los llevó a tener este gusto y amor por el arte.

Algunos atribuyen que su experiencia en la música es debido a sus orígenes, Cuba, donde recorrió varias agrupaciones musicales y también dirigió varios grupos musicales con sentido popular cubano. Hasta su forma de hablar demuestra el sabor cubano que lleva en la sangre, y a pesar de ser tímido suele relacionarse con todo el mundo, pero lo que más habla de él es su experiencia y su pasión por la música.

Desde los inicios de su carrera como trompetista no le dio cabida a los “pero” y dedicó su tiempo en casa a la disciplina que su instrumento favorito requería. Sus tonadas llegaron a sonar en una de las mejores orquestas del mundo y hoy es el puente entre la disciplina y los nuevos prodigios de la música que se forman bajo su brazo y trompeta en mano.

Basilio realizaba viajes constantes entre Cuba y Colombia, pero en el 2010 decidió regresar a su país natal para luego sentir nostalgia de todo lo que había conocido y construido en Colombia. Por ello, en el 2013 decidió regresar a Barranquilla, Colombia, ciudad que lo acogió y le abrió más camino en la música. Este año sus hijos visitaron por primera vez la ciudad.

Sin duda alguna la gratitud que todos sentían era prueba de la gran labor de docencia que desempeña día a día, siendo esta misma la que le ha hecho ganar el aprecio por parte de estudiantes, colegas y ahora nosotros.

Era imposible ignorar la forma de impartir sus clases. No solo guiaba a sus pupilos por la vía práctica de tocar sus instrumentos o la metódica al leer las piezas musicales, sino que también le daba gran valor a la apreciación del artista como ser humano y persona de valores. Muchos pueden aprender a tocar un instrumento, pero no cualquiera tendría los valores y actitudes necesarias para ser un maestro como lo es Basilio Márquez.

Sus colegas también se refieren a él como ‘maestro’ y piensan que ese término abarca todo lo que es el músico cubano. “Es un trabajo que habla por sí mismo, no es un trabajo descuidado, es un trabajo que muestra el background de él, y es bastante efectivo en su ensamble pero puede ser más detallado”, explica Rodrigo, un colega que al igual que él hace parte de la práctica académica.

“Detallado porque debe incluir procesos que se hacen en cualquier tipo de música. Sin embargo, es un conocedor de lo que hace y colabora muchísimo con cualquier persona que se le acerque”, continua diciendo. “Por último, el maestro es todo aquel que domina una maestría o profesión, Basilio califica como maestro. Su vocación se ve reflejada cuando toca y es supremamente exigente. Nadie quiere salirse de sus ensambles”, precisa.

En otra clase en la que pudimos asistir, Basilio, antes de tocar, tomó aire, fijó la mirada en el instrumento y comenzó. El auditorio se llenó de una melodía clara y tenue que pronto sería acompañada por sus estudiantes. Todos a la par de Basilio tocaban y sonreían. Ahora estaban de la mano de uno de los mejores. Parecía que nada podría salirles mal y que hasta ese momento eso era todo lo que podía estar bien: tocar con el maestro de maestros.

La mayoría lo describen como un hombre con templanza, imponente, generador de curiosidad, lleno de amor, ya que piensan que además de música les enseña cómo amar, incluso algunos lo considera como “otro papá”, y dicen que “no es lo mismo que te regañe un profesor como ese a que te regañe otro profesor”.

“El hecho de que tú seas la única persona que pueda reemplazar a un músico de la mejor banda de tu generación de la mejor banda de jazz del mundo, te hace una persona, categóricamente hablando, muy elevada, muy elevada”, comenta otro de sus estudiantes.

Hablar con él y hacer parte de una pequeña parte de lo que es su vida diaria nos dio tantos conocimientos en música como la manera en que un extranjero puede abrirse paso dentro de una ciudad como Barranquilla, sobre todo si proviene de Cuba. Los días que estuvimos con Basilio nos hicieron tener respeto hacia él por tantas veces que observamos qué tan importante músico y persona es y será para muchas de las personas que le rodean.

Definitivamente es una persona de admirar, debido a la disciplina y al amor que le tiene a lo que hace. Aquello de “ama lo que haces y se notará”, no es un mito, es una realidad que comprobamos conociendo a Basilio Márquez.

Basilio Márquez es la muestra de las personas que viven y respiran arte. Su devoción y disciplina por la música lo condenaron a su indiscutible título de maestro y su humildad, empeño y dedicación lo convierten en uno de los educadores en el mundo de la música más significativos y respetados por todo aquel que conoce su nombre o escucha el sonar de su trompeta, convirtiendo el aire de sus pulmones en melodía para los oídos.

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