Por Randy Gómez A
Era una mañana infernal en medio de un viernes de pre-carnaval. El sol, habitante recurrente de la atmósfera y el ambiente de la ciudad, quemaba por completo las calles del barrio El Prado, en una despejada mañana en la que, decidido, salí a buscar una información, algún dato o testimonio que pudiera completar la historia que quise contarle a la gente. Aquella se trataría de una tragedia ocurrida hace más de 40 años en el legendario Hotel El Prado, cuando una torre en construcción se desplomó, 40 fallecidos y 11 heridos.
Ante esta situación, decidí contar la historia de aquel suceso, por lo que empecé la travesía por el mar de la indagación. Primero hice una búsqueda por los archivos digitales, sin embargo, lo poco que me mostró la red a mis ojos curiosos sobre la tragedia no pasó de una publicación en Facebook sobre ella, y de una pequeña referencia a esta en una columna de El Heraldo sobre derrumbes de obras en construcción. Fue en aquella publicación donde pude encontrar la única fuente completa sobre el suceso, un periódico de la época que se encontraba escaneado y de donde obtuve los datos más importantes, como el número de muertos, heridos, la hora del derrumbe, entre otros.
Sin embargo, se me recomendó contar la historia a través de alguien que la vivió en ese momento, por lo que, sin tener contactos directos para proporcionarme la información tuve que empezar esta búsqueda que después se saldaría infructuosa.
Baje caminando por la 74, doblando en la esquina del Centro Ejecutivo, y siguiendo derecho se posaba ante mi esa masa de concreto de más de 80 años de construida, el Hotel El Prado, que se veía tan imponente como elegante. Después de cruzar la 72, recorrí todos los alrededores del lugar, dando una vuelta que pareció contradictoria pero que fue útil para esta investigación, pues llegué a la estación de taxi del hotel, donde me recibió el controlador y uno de los conductores, quienes no supieron darme respuesta del hecho, pero si me entregaron un dato que parecia esperanzador.
-La única que vivió en esa época, o que podría darte información de eso es Doña Socorro. Ella lleva viviendo muchos años aquí, es la única que creo que podría darte alguna información de eso-dijo el taxista
-Tiene alguna idea de dónde vive? –
-Ella vive al lado de una casa blanca aquí a la vuelta, sigue derecho por esta calle y dobla a la izquierda. Ahí, al lado de donde se encuentra una casa blanca es donde vive ella. Ella podría darte esa información.
Agradeciéndole por eso y siguiendo sus indicaciones, caminé hacia la calle donde estaba el edificio en el que vive Doña Socorro, que preciso estaba al lado de una casa blanca con tonos anaranjados. Al llegar encontré a un señor ya anciano, de mirada aburrida, ojos rojos, ropa descuidada y con trapo en mano que parecía ser uno de esos señores que ayudaba a parquear los carros en los edificios aledaños. Al verlo le pregunté por la señora Socorro, y asintiendo con la cabeza, se dirigió al primer piso del edificio, donde por una reja, gritó el nombre de ella y contó el motivo de mi presencia.
En ese momento se apareció ante mí una mujer delgada, vestida con pantaloneta y camiseta vieja, tenía el pelo negro y una piel deteriorada. Le pregunté por la tragedia y ella, de manera tajante, me respondió que, aunque algo había escuchado sobre eso, no sabía mucho y no vivía ahí en esa época. Tampoco supo brindarme información sobre alguien que supiera de eso por esa zona. Por lo que me despedí, y recibí un deseo de suerte como respuesta.
Decidí entrevistar a todos los adultos mayores que caminaban por ahí. Al doblar por la 72, di con una peluquería, y vi a un señor de edad señor vestido con camiseta carnavalera, gorra y jeans. Estaba colocando música en la entrada. Me dijo que su nombre era José Quiroz, y fue una de las personas que más información me brindó:
-Yo estaba en Venezuela en ese entonces. Allá llegó la noticia. Entonces familiares aquí empezaron a darme información de la caída de la edificación que estaban haciendo. Eso se estaba haciendo en lo que hoy son las canchas de tenis. Eso ocurrió a las 5 de la tarde, cuando la gente se estaba bañando y cambiando, entonces se vino el edificio, las losas del edificio cayeron sobre la 72. Y no fueron rescatados todos los que murieron en ese accidente. Se dice que dejaron gente ahí, por eso fue declarado como camposanto. Por eso fue que hicieron las canchas de tenis esas, porque había gente enterrada ahí, entonces esa parte del edificio que estaban haciendo nueva, la hicieron en otra parte del Hotel El Prado.
Me despedí de él y entré a la peluquería, en la que otros dos señores, de pinta carnavalera y juvenil que contrastaba con sus edades, eran atendidos por una mujer en labores de manicura. Pero no pudieron darme mayor testimonio, pues tenían un recuerdo muy vago. Después de un agradecerles, salí para volver a buscar, pero ahora con las expectativas decaídas.
Entré un momento al hotel. Su arquitectura legendaria y su ambiente clásico, decorado por los carnavales, me recibieron con imponencia. Al llegar le pregunté al vigilante sobre si había alguien que llevara años ahí, los suficientes como para poder recordar la historia. Respondió que no, así que seguí buscando.
Finalmente llegué al bar de la piscina, donde después de un descanso con ceviche involucrado, empecé a hablar con el barman del lugar. De él me habían contado que estaba en el hotel para la época de la tragedia. Al preguntarle, su respuesta fue agridulce: no había estado durante la tragedia, pero me dio el nombre de un chef que sí estaba trabajando allí cuando el desplome.
A ese chef, lo contacté desde mi casa y estuve esperando su respuesta por varios días, pero una persona que me sirvió de intermediaria terminó con mis esperanzas: el personaje no solo negó que trabajara en el hotel en el momento de la tragedia, sino que la construcción que se desplomó no era del hotel en sí. Aquello me llenó de confusión y reflexión. Así que puse en pausa la búsqueda, la dejé sin terminar ante la imposibilidad de obtener más información.
Estos sucesos que viví en medio de mi indagación, como la falta de información y archivo, los pocos testigos que quedaban de la época, los testimonios y fuentes que se contradecían entre sí, y la inseguridad que tenían las fuentes consultadas y las personas a las que estas me enviaban para obtener más información, son la muestra y el eco de una tragedia que tristemente los medios, las autoridades, los historiadores y la gente de la ciudad dejaron hundida en el olvido.
Sin importar que tan grave fue aquella fatídica tarde de un 6 de noviembre de 1978, en la que decenas de obreros perdieron sus vidas y fue uno de los primeros derrumbes de obras importantes en el país, la historia se olvidó de ella. Tal parece que ha pasado a ser un cuento sin irrelevancia, que deja sin posibilidades a quienes, como yo, quieren reconstruir esa historia.
Y también ha ocasionado que los pocos que mantienen su recuerdo, estén o por fuera de la historia, o estén contribuyendo a deteriorarla más.